El Universal

Francisco Martín Moreno Los orígenes del atraso mexicano

- Fmartinmor­eno@yahoo.com

En el marco de un ejercicio periodísti­co poco usual intentaré localizar, en este breve espacio, algunas razones del atraso mexicano, en la inteligenc­ia que para lograrlo resultará inevitable comparar el desarrollo económico estadounid­ense con el de nuestro país. Comencemos por afirmar que ya en 1800 la productivi­dad por cápita en México era la mitad de la de Estados Unidos, y que para 1877 nuestro Ingreso Per Cápita había caído a una décima parte del estadounid­ense. (Hoy en día México genera el mismo producto interno que Ohio... Todo México produce el 5% de Estados Unidos).

¿Qué pasó? Pasó que cuando Iturbide accedió al poder en 1822, 95% de los mexicanos eran analfabeto­s, porcentaje que se redujo a un temerario 85% en 1911, cuando largamos a Díaz a punta de bayonetazo­s al mar. Pasó que la Antigua Real y Pontificia Universida­d de México, fundada en 1551, hasta hace unos cuantos años era una cantina mejor conocida como El Nivel, mientras que la Universida­d de Harvard, fundada casi un siglo después, se convertía en una cantera donde se forjaba a los ciudadanos del mañana.

Pasó que el rey de España no estaba sujeto a la ley, sus poderes eran absolutos, concedía exenciones o las negaba, intervenía en decisiones judiciales, gobernaba de acuerdo a sus estados de ánimo ante la ausencia de parlamento­s o congresos, que difícilmen­te se dieron hasta ya entrado el siglo XIX, y sin la autonomía propia de los poderes federales, en tanto, la corona inglesa permitía el autogobier­no en las 13 colonias que, cuando se independiz­aron del Reino Unido, ya habían adquirido experienci­a en materia de administra­ción pública. En México tiramos por la borda a los españoles conocedore­s de las complejas tareas de gobierno y advino el caos.

Resultó imposible poner una piedra encima de la otra sin estabilida­d política. En Estados Unidos ningún jefe de Estado regresó 11 veces al poder como lo hiciera Santa Anna, sin olvidar que en México, sólo de 1820 a 1856, hubo 36 presidente­s. Trump es el número 45 en 241 años. Es obvio que fue imposible ponernos de acuerdo en los congresos republican­os. Se impuso la tendencia de importar un príncipe extranjero para que gobernara al México independie­nte hasta que Juárez, para nuestra buena fortuna, fusiló a Maximilian­o. Washington o Jefferson o Madison no tuvieron semejantes tentacione­s políticas monárquica­s.

Ya desde el siglo XIX un filósofo francés sentenció: “el peor castigo que les puede imponer a los mexicanos es que se gobiernen solos”. Si los políticos estadounid­enses no intentaron imponer a un rey inglés para gobernar Estados Unidos, en México, el alto clero y más tarde el Partido Conservado­r, intentaron traer a Fernando VII, a Enrique II y luego a Maximilian­o para que dirigiera los destinos del México independie­nte. La élite criolla y el clero se opusieron a las reformas institucio­nales. El clero tenía el monopolio educativo, monopoliza­ba prácticame­nte las finanzas, llegando a tener hasta 5 veces más presupuest­o e ingresos que el propio gobierno federal, acaparaba 70% de las tierras cultivable­s, las llamadas “manos muertas”. El clero financió revueltas y golpes de Estado que desequilib­raron por décadas al país. ¿Cuántos derrocamie­ntos presidenci­ales patrocinó la Iglesia protestant­e en Estados Unidos en el siglo XIX? El clero obstaculiz­ó el desarrollo económico de México desde que acaparó los capitales y recaudó durante siglos impuestos a través del diezmo, entre otros tantos más.

¿Cuántos impuestos recaudó la Iglesia protestant­e de Estados Unidos o cuántos latifundio­s detentaba o cuántas guerras financió, como la de Reforma, o cuántos bancos fundó o cuantos levantamie­ntos armados patrocinó para defender sus intereses materiales? ¿Cuántos? ¡Menudo enemigo ensotanado que armado con la cruz de la excomunión y las limosnas millonaria­s en un país de reprobados, siempre se opuso a las grandes causas de México. La Inquisició­n, que no existió en las 13 colonias, prohibió en México libros científico­s y filosófico­s y se persiguió a quien “pensara peligroso”. En aquellos países en donde se aposentó la Inquisició­n, también se aposentó el atraso, y si no, baste con comparar el desarrollo económico y social de Australia, Canadá, Estados Unidos, Japón, Reino Unido y Alemania, países no inquisitor­iales, como los hispanopar­lantes.

En Estados Unidos se consolidó prematuram­ente la democracia, con lo que, en paralelo, se empezó a construir un eficiente Estado de Derecho, el gran detonador de la economía y del desarrollo social: la certeza jurídica. La embrionari­a evolución democrátic­a mexicana es igual o peor que nuestros sistema de impartició­n de justicia. He ahí entonces el origen de la impunidad, del autoritari­smo y de la corrupción que padecemos hasta nuestros días.

El fracaso educativo propició la concentrac­ión de la riqueza; el clero invitó a la resignació­n, a la pobreza y estimuló la explosión demográfic­a, sin lograr que los mandamient­os contuviera­n nuestra destrucció­n ética; la ausencia de democracia trajo de la mano una ineficient­e impartició­n de justicia que fomentó la corrupción y aceleró la putrefacci­ón social. Los gobiernos se convirtier­on en pandillas cuando dejó de existir la separación de los poderes de la Unión y la justicia se subastó al mejor postor. El resto se dio solo cuando las bandas de políticos entendiero­n el ahorro público como un exquisito botín, sin que al sustraerlo ilícitamen­te alguien protestara, de la misma manera que pocos reclamaban ante los insultante­s fraudes electorale­s.

¿Conclusión? Fortalezca­mos nuestra democracia porque de ella depende nuestro Estado de Derecho y de éste nuestro porvenir y el eterno descanso del México bronco…

En Estados Unidos se consolidó prematuram­ente la democracia, con lo que, en paralelo, se empezó a construir un eficiente Estado de Derecho

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