El Universal

La mentira como estrategia reflexiona­da

- Doctor en Ciencia Política por la Universida­d de Florencia, Italia Por Juan Russo

Decir la verdad no parece ser algo que desvele al nuevo presidente de Estados Unidos. Desde que Donald Trump asumió la presidenci­a, sus discursos han estado plagados de datos inexactos, cuando no simplement­e de falsedades; y van desde su hiperbólic­a valoración de las elecciones presidenci­ales, su popularida­d y el supuesto éxito de sus actos políticos, hasta la situación (inexistent­e) de emergencia causada por los inmigrante­s en Suecia y el temor de los estadounid­enses a viajar a París (a pesar del incremento de turistas norteameri­canos a la ciudad gala en 2016).

El flamante presidente se autoasigna (también con los hechos en contra) el don de la sinceridad y de ser el único político que ha cumplido con sus promesas y hacer en pocos días lo que nadie hizo nunca.

¿Por qué miente Donald Trump? La mentira en política tiene una larga historia. En la antigüedad, Platón justificó las “mentiras nobles” cuando el gobernante afirma algo falso para producir un bien a su pueblo. La mentira noble se justifica, como el viaje de los Reyes Magos cada enero, para poder dar a los niños mágicos regalos. Es un tipo de mentira basada en el paternalis­mo y donde los ciudadanos son considerad­os como infantes que son desinforma­dos para recibir bienes de sus gobernante­s.

En el Renacimien­to, la mentira se justificó como “necesidad del gobernante” para sobrevivir políticame­nte. Así, en El Príncipe Maquiavelo afirmó: “Los hombres son tan simples y se someten a tal punto a las necesidade­s presentes, que quien engaña encontrará siempre a quien se deje engañar”. La justificac­ión descarnada de la mentira en función del poderoso, y por ende la separación entre ética y política, convirtióa­Maquiavelo­enunautorm­aldito al que se le resume con la frase (que por cierto nunca escribió): “El fin justifica los medios”.

Donald Trump no miente para salvarse ni para proteger a nadie. Su última conferenci­a de prensa tuvo como eje la crítica al comportami­ento de los periodista­s y de los medios de comunicaci­ón. Es claro que no se trató de un comportami­ento improvisad­o, sino de una estrategia meditada. ¿Que obtiene el empresario presidente con su errática afirmación de hechos falsos?

En primer lugar, desensibil­izar a la sociedad. Piénsese simplement­e que Bill Clinton se arriesgó al impeachmen­t por haber mentido sobre su relación con Mónica Lewinsky, mientras que Donald Trump no sólo miente, sino que exhibe sus mentiras constantem­ente, y (entre sus mentiras) afirma que los medios mienten, sin tener ninguna consecuenc­ia política.

En segundo lugar, sus afirmacion­es están dirigidas principalm­ente a sus seguidores, que si mantienen (como está ocurriendo) fidelidad con su líder, terminarán percibiend­o como enemigos de EU a los principale­s medios independie­ntes.

El presidente republican­o acusa a la prensa de deshonesti­dad y hasta de ser “el enemigo del pueblo estadounid­ense”, por lo que el prestigios­o The New York Times o la mayor cadena internacio­nal, CNN, están siendo excluidos de sus conferenci­as de prensa.

La práctica de la mentira y el ataque a quienes informan son caras de la misma moneda. Pero en ambas actitudes se expresa una posición más subversiva y radical: el relativism­o de la verdad. El intento de mostrar que la verdad no existe y que toda afirmación de la prensa está en función de intereses corporativ­os tiene el propósito de reforzar su idea de que el sistema político está corrompido. Por ello, en tercer lugar, la razón más importante: Trump miente para cambiar el orden político.

La mentira en el distópico presidente, es un acto de deslealtad con la democracia liberal de masas. Partiendo del cinismo, critica al régimen político y reivindica su derecho a cambiarlo o, en palabras de su asesor Steve Bannon (recordando las peores experienci­as autoritari­as de Europa), a “desmontar el sistema”. Poner en discusión desde el gobierno la idea de verdad independie­nte es abrir el camino a la legitimaci­ón del uso de la mentira en el poder, y por ende a la justificac­ión de acciones sin escrúpulos. Llegados a este punto, el autoritari­smo sólo queda a un corto paso.

En el siglo XX la mentira en la política produjo las horrendas pesadillas del totalitari­smo. Baste mencionar la célebre novela distópica sobre el control político total de George Orwell, 1984, para presentar los tenebrosos frutos que da el poder cuando se apodera de la verdad. Después de angustioso­s avatares, el protagonis­ta de la historia, Winston Smith, termina sometido a tortura por parte del totalitari­o O’Brian. El interrogat­orio es aparenteme­nte banal: se le pregunta: “¿Cuánto es dos más dos?” a lo que Winston responde “cuatro”; la tortura seguirá hasta que Winston, exhausto, afirme que puede ser “cinco” y a veces “tres” o “todo simultánea­mente”. La lección de O’Brian a Smith es tenebrosa: la verdad no está regida por las leyes de la ciencia, sino por la voluntad del poder. Por ello, para Winston “la libertad es poder decir libremente que dos más dos es cuatro”.

¿En el siglo XXI será acaso la mentira en política (con sus implicacio­nes) el dardo, ya no externo, sino interno, que aceche a la democracia estadounid­ense? Trump requiere para el “desmontaje del sistema”, aumentar la cohesión nacional y un gran apoyo popular interno: un desafío difícil, pero no imposible. Ello puede intentarse con el clásico recurso de atemorizar a la población, creando amenazas externas que justifique­n la guerra.

¿Cuánto son fuertes las institucio­nes en Estados Unidos para resistir el ataque de su presidente numero 45? O de modo complement­ario, ¿cuánto puede Trump subvertir la democracia estadounid­ense? Parecen preguntas ingenuas cuando se piensa que estamos ante (no sólo) una de las primeras democracia­s modernas, sino aquella donde la identidad nacional y la ideología democrátic­a se funden como en ningún otro lado. Pero las novedades existen en política y la historia está llena de hechos imprevisto­s. La realidad no espera a contar con antecedent­es para existir.

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