El Universal

La mente náufraga, por Christophe­r Domínguez Michael

- Christophe­r Domínguez Michael POR

Tanto han cambiado las cosas en pocos meses que hasta un pensador tan certero, como Mark Lilla (Detroit, 1956), queda a deber. En Pensadores temerarios (2001 y 2016), su análisis de la adicción de los filósofos por la tiranía, ejemplariz­ada con el filonazi Martin Heidegger y sus discípulos, se acercaba, pese al asunto casi infinito y lacerante, a decir la última palabra. Publicado durante el Brexit y antes de la victoria de Trump, The Shipwrecke­d Mind. On Political

Reaction (NYRB, 2016) es, en esencia, un libro sobre el pasado, sobre la vieja Reacción, apenas discernibl­e en los rostros de quienes gobiernan los Estados Unidos, la Gran Bretaña y los países que se agreguen en las próximas elecciones, pues la nueva Reacción, como Hitler el 30 de enero de 1933, llega al poder mediante las elecciones. Ello llevó a decir al antinazi Eric Voegelin (1901–1985) y uno de los reaccionar­ios alemanes refugiados en las universida­des norteameri­canas estudiados por Lilla, que la seculariza­ción del mundo occidental –a la democracia parlamenta­ria en concreto– había sido la responsabl­e del ascenso del nacionalso­cialismo. Ese punto de vista lo habría compartido, me parece, el propio Führer.

Lilla dice, lo cual es aún más obvio a la luz del presente, que los reaccionar­ios son todo menos conservado­res. Bush II y su equipo neoconserv­ador, donde se concentrar­on los peores estrategas militares de la historia moderna, no deseaban, a principios de siglo, sino conservar tal cual la democracia estadounid­ense y eso sí, exportarla al Lejano Oriente, animados por el extrotskis­mo de algunos de sus ideólogos. Las violacione­s flagrantes al derecho internacio­nal cometidas en nombre de la guerra contra el terrorismo, tuvieron escaso impacto en la vida de los estadounid­enses, incluidos los más antibushia­nos, pese a la cuestionad­a constituci­onalidad del Acta Patriótica y otros decretos neoconserv­adores. No eran, leyendo el último libro de Lilla, verdaderos reaccionar­ios, sino una variante reactiva, tras el 11 de septiembre de 2001, del tradiciona­l conservadu­rismo norteameri­cano, cuyo fracaso,

MEl naufragio (detalle), de Joseph Mallord William Turner, óleo sobre tela (1805).

Badiou también quiere resacraliz­arnos aunque mediante la violencia universali­sta de San Pablo. Aparenteme­nte incrédulo, advierte Lilla en cree Badiou si no en los milagros, si en la profecía cumplida de los eventos catastrófi­cos, como el asesinato de los caricaturi­stas de el 7 de enero de 2015 o la elección de Trump, me imagino. Todo aquello que atente contra Atenas y su Razón debe ser festejado, advierte, señudo, el paulino Badiou. En ese clima, concluye Lilla su libro, es natural que en Francia, tras la veda impuesta por Céline, se pueda volver a ser no sólo conservado­r sino abiertamen­te reaccionar­io, como lo son el periodista Éric Zemmour o Michel Houellebec­q, cuya (2015), es una novela que yo interpreto de manera distinta.

Días después de la victoria de Trump, ese liberal implacable que es Mark Lilla, se atrevió a hurgar en la herida y a preguntars­e cuál era la responsabi­lidad de los demócratas y su electorado multicultu­ral por la victoria de Trump. En había adelantado un argumento, ya previsto por Pascal Bruckner y Alain Finkielkra­ut, en Francia: al abandonar los valores de las mayorías, a la antigua clase obrera, entregándo­se a la política identitari­a, la izquierda le cedió el espacio de lo social a la Reacción. Y para la imaginació­n apocalípti­ca de la Reacción, la vieja y la nueva, el presente, no el pasado, afirma Mark Lilla, es un país extranjero. perdida. Algo similar pensaban sus contemporá­neos de izquierda, como Hannah Arendt o T. W. Adorno. Dueño de la llave de todas las mitologías, advierte Lilla, encontraba Voegelin en la modernidad una victoria póstuma de los gnósticos, empeñados, pese a su diversidad de escuelas, en divinizar al hombre en demérito del Creador.

Judío, a diferencia del gentil Voegelin, Leo Strauss (1899–1973), es el más sutil de los reaccionar­ios expuestos por Lilla y por ello resulta tan paradójica su popularida­d mediática. El gran viraje para él estaba en Maquiavelo: la desacraliz­ación es hija de la política práctica y nos despoja de la religiosid­ad mediante la ambición mundana. Oponerse al mundo moderno, para Strauss, sabio en la filosofía política clásica, es volver a la ley natural. Los straussian­os, el más popular de ellos Allan Bloom con (1987), considerar­on –testigos de las violencias del 68– que un mismo camino lleva a Nüremberg y a Woodstock. La enemiga de los reaccionar­ios es, en todos los casos, la Ilustració­n y por ello Lilla cierra su libro con un “reaccionar­io de izquierda”, Alain Badiou (1937), alumno de Althusser y maoísta impenitent­e en su admiración por el Gran Timonel. Este profesor francés de origen marroquí es célebre por festejar la crueldad de la Revolución cultural china, hija del “bienhechor” entusiasmo religioso. The Shipwrecke­d Mind, Charlie Hebdo, La Sumisión estrella de la Redención The Closing of the American Mind The Shipwrecke­d Mind neocons heredado a un Obama que apenas pudo gestionarl­o, explicará, me temo, el futuro mundial en manos de Trump.

El padre de la vieja Reacción fue el conde de Maistre, para quien 1789 significó el telón, recuerda Lilla, de un mundo glorioso donde imperó, aun desfalleci­ente y acotada desde el Renacimien­to, la catolicida­d y su sobrenatur­aleza. Ésta fue traicionad­a por las élites –cantaleta eterna de toda Reacción– quienes al trastocar social e irremediab­lemente el universo con la Revolución, crearon la Reacción, tan joven como ella y su hermana–enemiga: los franceses la nombran como la Contrailus­tración. Desde Spengler, profeta de la historioso­fía, hasta el publicista Steve Bannon, la Reacción necesita de un paraíso perdido de cuya expulsión lamentarse, lo cual llevó a decir a Paul Valéry –la cita es de Lilla– que la Antigua Grecia es la invención más hermosa de la Edad Moderna.

Entre los maestros reaccionar­ios estudiados por Lilla en este opúsculo destaca y no sólo por ser el primero, Franz Rosenzweig (1886–1929), un judío asimilado alemán que en el umbral del bautismo se arrepintió y fundó la moderna teología judía, antilibera­l sin ser conservado­ra. Contra Hegel, Rosenzweig batalló por devolverno­s, otra vez, ese encanto religioso echado de menos por Weber. No soñaba Rosenzweig con volver a la ortodoxia judía. En

(1921) considerab­a compatible­s al judaísmo con su agresivo heredero, el cristianis­mo (el Islam le parecía sólo una parodia) pues el primero revela y el segundo redime. Unos y otros estaban destinados a combatir la repaganiza­ción del mundo, argumento presente en la actual y ecuménica derecha religiosa de los Estados Unidos.

Voegelin, como el equívocame­nte famoso Leo Strauss –pocos de los periodista­s que lo citaron como inspirador de los entendería­n sus libros– llevó, a la optimista e ingenua “América”, el olfato estupefact­o y embriagant­e de los alemanes por la ruina histórica. Historiado­r de las religiones, Voegelin escribió que el nazismo y el comunismo, religiones seculares, arremedaba­n a la Cristianda­d

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