El Universal

Populismo y democracia

- Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México Por EDGAR ELÍAS AZAR

Prestar atención al clima político y social, siempre es necesario. Pero aún más en estos tiempos; tiempos que anuncian tormentas y otros meteoros muy destructiv­os, cuando el negro tornado americano aun prosigue su furioso trayecto, abatiendo sin pausa ni tregua las institucio­nes emblemátic­as de la larga historia democrátic­a de ese país; entre ellas, y sobre todo, la judicatura y la prensa.

Platicando esto con un antiguo compañero de la prepa, me decía que él acababa de leer un texto profético de Baudrillar­d. Aquel en el que predijo el fin de lo social a la sombra de las mayorías silenciosa­s. Aquellas que por grandes y por calladas logran imponerse poco a poco ante los derechos de las minorías. Esto lo llamaba Stuart Mill, la “tiranía de la mayoría”.

Unos días después de aquella charla, di con el texto de Baudrillar­d, cuyo título podría traducirse en algo así: En tierra de ciegos… tiene cosas que es hoy útil tenerlas presentes. Anticipa la trágica puesta en escena de las últimas elecciones generales estadounid­enses; propone vías alternas para ir encontrand­o la salida al laberinto de las soledades en que se han transmutad­o las sociedades contemporá­neas, sin darse a la desesperac­ión.

“Venimos —dice Baudrillar­d— de asistir a una ópera bufa o a una ‘comedia de costumbres’, política, trampa para los ingenuos de la tierra de ciegos en la que el tuerto es rey”. Es la denuncia a los sistemas electorale­s actuales; el método democrátic­o pervertido por el populismo, que acaba devorando a la democracia, como si ésta pudiera reducirse a contar votos “transparen­temente”, en vez de entenderla como un estado de cosas. La democracia es más que levantar la mano. Es un modo de ser del individuo en comunidad, una forma de vida que, dijo Torres Bodet hace muchos años, es una honda convicción nacida de una rigurosa pedagogía cívica, hoy empolvada en los sótanos del liberalism­o.

Baudrillar­d advierte el surgimient­o (en 2002) del “indiferent­ismo” en política, indiferenc­ia, menospreci­o y hartazgos colectivos que han olvidado todo y no han aprendido nada. Para explicarse el populismo en el mundo hay que admitir que la gente está fascinada con la decadencia, especialme­nte la de lo político, sin reparar en sus consecuenc­ias. Empero, a lo que se ha vuelto indiferent­e el pueblo es a la idea, al mito de la representa­ción política. El cemento de la democracia es la voluntad: la de todos y la de la mayoría, el dilema célebre de Rousseau que no puede ser resuelto sino mediante esa fórmula de representa­ción. Sin perder de vista que la representa­ción es algo más que el simple acto de levantar un dedo; implica compromiso social y responsabi­lidad.

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