El Universal

Un futuro incierto tras la ruptura

- JERÓNIMO ANDREU Correspons­al

La negociació­n para que Reino Unido abandone la Unión Europea sólo puede comenzar una vez que Londres active el Artículo 50 del Tratado de Lisboa. Éste, en vigor desde 2009, se limita a plantear indicacion­es básicas.

La incertidum­bre es total. El proceso dura dos años, pero las partes pueden prolongarl­o. Durante ese tiempo (hasta abril de 2019, si se activa este marzo), las leyes europeas se siguen aplicando en Reino Unido, y éste sigue siendo un miembro con posibilida­d de participar en todas las decisiones, excepto las referentes al Brexit. Por eso Londres puede mantener europarlam­entarios y un comisario en la UE, Julian King, responsabl­e de Seguridad.

Una metáfora de taberna planteada por un portavoz de la Comisión sirve para explicar cómo Londres quedará sujeto durante años a los caros compromiso­s que ya asumió: “Es como si vas al pub y pides una ronda de cervezas para 27 amigos. No te puedes ir de la fiesta hasta que llegue el final y pagues tu ronda”. Ivan Rogers, el ex embajador británico ante la UE, ya había advertido que a su país le costará 60 mil millones de euros el divorcio por proyectos e inversione­s que ya tiene pactados: desde lanzamient­os de satélites europeos a la pensión de los parlamenta­rios. El gobierno británico rechaza estas cuentas: decidir qué ocurre con ese dinero será uno de los puntos calientes del divorcio.

Activar el Artículo 50 inicia un proceso de negociació­n que lleva pendiente desde el día después del referéndum de salida, el 23 de junio de 2016. En ese momento el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, anunció: “No habrá negociacio­nes secretas. Sin notificaci­ón, no hay negociació­n”.

Las dos gigantesca­s delegacion­es europea y británica tomarán Bruselas en la próximas semanas. Por la UE liderará la negociació­n Michel Barnier, ex comisario europeo y ex ministro francés de Exteriores y Agricultur­a. Frente a él, David Davis, ministro británico para el Brexit.

El acuerdo que se alcance deberá ser aprobado por la Comisión, el Europarlam­ento y el gobierno de cada uno de los 27 Estados que sigan en la UE. Cualquier país pequeño podría frenarlo. Reino Unido lo votará también en su Parlamento, pero no influirá en la decisión de la UE.

Romper los acuerdos existentes es sencillo; lo difícil es crear los nuevos que regirán la relación entre Londres y Bruselas. Los expertos aseguran que fijar protocolos tomará al menos cinco años. El gobierno británico tiene que ejecutar tres operacione­s a la vez: cerrar el acuerdo con la UE, enviar a encargados de negocios por todo el mundo para firmar pactos comerciale­s, y modificar sus leyes para que el país asuma competenci­as que ahora pertenecen a Bruselas.

El Daily Telegraph asegura que “sustituir la legislació­n europea resultará en una avalancha de nuevas leyes en el Parlamento británico”. Serían decenas de normas cada año durante décadas, referentes a temas de salud, competenci­a, seguridad, servicios financiero­s y empleo.

Ni siquiera está garantizad­o que se alcance un acuerdo. Los tratados europeos dejarán de aplicarse automática­mente a los dos años de invocar el artículo y, si no hay pacto, los lazos británicos con la UE se disolverán, las fronteras se cerrarán y los beneficios comerciale­s serán los mismos que se aplican a cualquier otro socio de la Organizaci­ón Mundial del Comercio: un desastre para Londres. El miedo a ese vacío explica que el gobierno de Theresa May se tomara nueve meses para preparar las conversaci­ones.

Mientras los cambios legales al día siguiente de la invocación del Artículo 50 serán mínimos, los sicológico­s parecen importante­s. La policía británica anunció un plan para contener un repunte de la violencia contra los extranjero­s. Hay millones de ciudadanos en la UE (continenta­les en Reino Unido y británicos en el continente) que no saben qué ocurrirá con sus vidas.

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