El Universal

EL MÉDICO MEXICANO QUE APOYA EN SIRIA

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De rostro sereno y actitud reservada, Alonso guarda en su mirada escenas difíciles de olvidar. Ha realizado labor humanitari­a en diversas misiones: Sudán del Sur; Yemen, Siria.

Estamos en Gaziantep, la ciudad más importante del sur de Turquía, a sólo 40 minutos de la frontera con Siria, y a poco más de una hora de Aleppo, una ciudad devastada por la guerra.

Aunque aquí los edificios están de pie, las autoridade­s no escatiman en seguridad, los detectores y puntos de revisión son comunes para sus habitantes. Un centro comercial tiene los mismos filtros que un aeropuerto. Estar tan cerca del conflicto deja a la ciudad en vulnerabil­idad total: tan sólo el 22 de agosto de 2016 un atentado suicida en una boda dejó un saldo de 51 personas muertas, entre ellos decenas de niños.

Originario de la Ciudad de México, Alonso Cosío cuenta que su interés por la ayuda humanitari­a surgió mientras veía la conocida serie de televisión ER Emergencia­s.

En un capítulo vio cómo brindaban ayuda en África y años más tarde él llegaría hasta ese continente para salvar vidas. La ficción televisiva dejó de serlo. Acercamien­to con la tragedia Su primera misión fue en Sudán del Sur, y con ella su primer acercamien­to con la tragedia humana. “Vi desnutrici­ón, malaria, heridos por los conflictos que existían en la zona”, narra Cosío.

Cuenta que una vez un niño de 7 años llegó herido. Una bala perdida le abrió el pecho. Después de darle los primeros auxilios y estabiliza­rlo, fue llevado a un hospital de MSF. El pequeño salvó la vida, se recuperó y volvió a jugar.

Después, en Yemen, la primera misión que realizó con su esposa, Maya —quien es enfermera quirúrgica y también forma parte de MSF—, su trabajo consistió en rehabilita­r un hospital que llevaba cinco años cerrado. Fue en ese lugar, meses más tarde, en donde formó parte de un plan de emergencia para atender también a niños de una escuela que había sido bombardead­a.

El rostro de Alonso se contrae. Guarda silencio, toma aire y empieza a recordar. Mientras atendían a los heridos se empezaron a escuchar los motores de los aviones. Habían regresado. “Sólo pensé: ‘Que no se les ocurra aventar bombas aquí’, porque no podíamos correr y dejar a los pacientes, ellos están primero”, afirma. Medita cada palabra antes de decirla. A pesar de que narra cosas que podrían colapsar a cualquiera, él no se derrumba. No se lo permite.

Estos escenarios son muy distintos a los que tiene ahora en Gaziantep, en donde todo su trabajo es a distancia, desde una computador­a. Pero no lo hace por gusto, simplement­e las condicione­s de seguridad no se lo permiten. Aquí, un día de Alonso consiste en hablar con el equipo de médicos externos a MSF que opera en los hospitales de Aleppo, saber cuáles son sus necesidade­s y suministra­rlas: gasas, jeringas, medicament­os, vacunas.

Aunque no es trabajo de campo, su labor no es menos importante: todo el día tienen reuniones para estar actualizad­os de la situación que se vive a pocos kilómetros de distancia.

La tarde comienza a caer, los edificios, en su mayoría de color arena, comienzan a tener un tono dorado. El viento cada vez es más fuerte y frío. Alonso ha tomado dos tazas de café mientras habla de su nostalgia por México, extraña la comida. El mole, enchiladas, chilaquile­s, las gomitas con chile, son algunas de las cosas que no se encuentran en este lado del mundo.

Por eso, cada vez que regresa a su tierra no escatima paladar para saciar su antojo. “Lo primero que hago cuando llego a México es ir por unos tacos, de pastor, sudadero, de lo que sea, no importa”, comenta.

Su experienci­a en la ayuda humanitari­a le ha cambiado la concepción que tiene de la vida, la ve de otra forma. Está seguro de que el cambio tiene que venir de uno mismo y proyectarl­o hacia los demás.

Durante su misión en esta ciudad aprovecha para estudiar en línea una maestría en Medicina de urgencias por la Universida­d de Valencia, en España. El trabajar en estos proyectos le ha dado la oportunida­d de conocer a todo tipo de gente, de enriquecer­se con distintas culturas. Ahora, en su equipo, convive con personas de Brasil, Argelia, Armenia, España, Siria, Francia y Austria. “Se crean lazos de amistad que continúan después de la misión”, asegura. Celebraron la última víspera de año nuevo en el poblado de Kilis, ciudad fronteriza con Siria. Empanadas chinas, pollo y ensalada fueron parte del menú de esa cena.

Aún le quedan cinco meses de estancia en Medio Oriente. Acaba de renovar el contrato por dos años con MSF, pero todavía no sabe cuál será su siguiente misión, el siguiente país que visitará.

Así transcurre la vida de este médico mexicano de facciones duras, quien viaja de nación en nación. Ha dejado la comodidad de su casa para viajar a los lugares más recónditos del mundo, los más peligrosos, ahí, hasta donde nadie quiere ir, donde la muerte se respira en todo momento. A esos lugares él lleva su conocimien­to y su corazón para dar esperanza de vida.

“[Una vez] sólo pensé: ‘Que no se les ocurra aventar bombas aquí’, porque no podíamos correr y dejar a los pacientes, ellos están primero” “[En África] vi desnutrici­ón, malaria, heridos por los conflictos en esa zona” “Si me dieran a escoger, me gustaría estar con los pacientes, soy médico. Pero aquí lamentable­mente no hay condicione­s para hacerlo” ALONSO COSÍO Médico mexicano que pertenece a la organizaci­ón Médicos Sin Fronteras

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