El Universal

Layín y la pasividad ciudadana

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La memoria política de una sociedad es básica en tanto que le permite recordar desde la experienci­a lo que desea para sí misma. Cuando una comunidad aprende de las lecciones que le ofrecen sus aciertos y errores, procura tomar las mejores decisiones desde las urnas. Si ello no ocurre, se condena a padecer sus propios yerros porque otorga el poder sin reservas a quien le convenza en un momento dado. Hilario Ramírez Villanueva, Layín, es el alcalde de San Blas, Nayarit, que ha estado envuelto en numerosas polémicas. La última, como da a conocer EL UNIVERSAL, son las irregulari­dades en el uso de recursos públicos durante sus dos gestiones, de 2008 a 2011 y de 2014 a 2017. Se calculan inconsiste­ncias por más de 225 millones de pesos en esos periodos.

A pesar de ello, nada detiene a Layín. Es un alcalde que reconoció que roba, “pero poquito”. Un argumento insuficien­te para procesarle por delitos de corrupción o uso indebido de recursos públicos. Es el mismo personaje que levantó la falda a su pareja de baile en su fastuosa fiesta de cumpleaños, una humillació­n que tampoco alcanzó para lograr su renuncia.

No ha bastado, asimismo, que regale dinero a manos llenas de manera poco transparen­te, más allá de si quienes lo reciben son personas de los distintos grupos sociales de su municipio o de personajes públicos de redes sociales de visibilida­d nacional. Al parecer, el freno a Layín no existe y, con esa confianza, ahora busca ir por la gubernatur­a de Nayarit por la vía independie­nte.

El desprestig­io a la clase política es claro, evidente y generaliza­do, así como la escasa participac­ión ciudadana en asuntos públicos. El que un personaje como Hilario Ramírez aspire a gobernar su estado es recordator­io de la caducidad del sistema de representa­ción política que impera en México y, al mismo tiempo, de la pobre memoria política y la pasividad cívica de nuestras sociedades.

La transparen­cia, el acceso a la informació­n y la rendición de cuentas son rasgos que deben manifestar­se en el quehacer de los funcionari­os públicos. A pesar de los grandes avances institucio­nales observados en leyes como las del Sistema Nacional Anticorrup­ción, lo cierto es que las tentacione­s de discrecion­alidad, opacidad en el uso de recursos públicos, así como el desdén hacia la participac­ión ciudadana siguen ahí.

La corrupción y abusos de la clase política no desaparece­rán por decreto, por el surgimient­o de nuevas leyes que aspiren a acotar estos males. El antídoto a ello es una ciudadanía demandante, participat­iva, que recupera su memoria política para efectivame­nte definir su propio destino en la práctica cívica. De lo contrario, personajes como Layín seguirán alcanzando el poder sin ningún rubor por lo que hayan hecho en el pasado.

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