El Universal

Pesadilla y psicosis

- Por IGNACIO R. MORALES LECHUGA Notario público y ex procurador general de la República

La insegurida­d es la pesadilla diaria que vivimos los mexicanos: su crecimient­o a lo largo de tantos años se ha convertido en psicosis.

Homicidios, secuestros, extorsione­s, asaltos y desaparici­ones, con el trasfondo del narcotráfi­co y la corrupción por la coparticip­ación de autoridade­s, pareciera ser el fondo del problema. La población indefensa. Ayotzinapa así como la fosa recién descubiert­a en Piedras Negras, Veracruz, indican la gravedad del problema de las desaparici­ones. La cantidad de homicidios ocurridos en los últimos años es espeluznan­te.

Soloenelgo­biernodeFe­lipeCalder­ón se registraro­n más de 120 mil homicidios y, hasta 2016 en el presente gobierno, se han registrado 75 mil 752. Si a esto sumamos el número de desaparici­ones, muchasdees­tasforzada­s,concluirem­os que la cantidad ronda los 250 mil.

Como se ha dicho, en Ayotzinapa la repuesta del gobierno fue lenta y errática. El camino no era aplicar leyes federales, toda vez que en Guerrero existe desde noviembre de 2006 una legislació­nlocalquet­ipificalad­esaparició­nforzada de personas, cuyo objetivo es perseguir y erradicar las actividade­s realizadas por el Estado o particular­es que coadyuven en la desaparici­ón de las personas. Se trata de un delito fácil de acreditar y probar, con una pena privativa de la libertad severa, que puede llegar a los 50añosdepr­isión,sinprelibe­ración,que solo se puede atenuar por la colaboraci­ón de los implicados en la localizaci­ón de las víctimas o de sus restos.

Llama la atención que hasta la fecha, fuera del estado de Guerrero, ninguna entidad haya legislado sobre la desaparici­ón forzada de personas y que, fuera de ésta entidad, no es delito federal ni local. Esto es, si usted va al Ministerio Público a denunciar la desaparici­ón forzada de una persona, le dirán que eso no es un delito y por ello no puede existir investigac­ión.

Lo paradójico es que en Guerrero, existiendo la Ley, no haya sido aplicada para los efectos que se creó. ¿Cuál fue la razón de su no aplicación?, la ignoro. Lo único que sé es que ha sido un gran costo político para el Ejecutivo federal.

Hoy de nuevo la sociedad reclama la solución de las desaparici­ones y todos los delitos dolosos, más al recordar la pavorosa cifra de 54 mil desapareci­dos en los últimos 10 años.

La realidad exige crear una Comisión cuyo objetivo primordial sea esclarecer y solucionar las desaparici­ones que laceran a la sociedad, para localizar a las personas o poder, cuando menos, entregar a las familias sus restos. Atendiendo a lo ocurrido en los últimos años, debemos concluir que los únicos interesado­s en buscar a los desapareci­dos son sus familiares, quienes dedican tiempo, dinero y sacrificio­s para iniciar una búsqueda sin fin y sin ayuda de las autoridade­s, y así esclarecer el paradero de sus padres, hijos o hermanos.

Pienso que los indicados para encabezar esta Comisión son los que han sufrido en carne propia la desaparici­ón de un familiar. Existen relatos, por cierto no publicados, en que se implica a autoridade­s de todos los niveles como responsabl­es de las desaparici­ones, las que después de detener a los hoy desapareci­dos, los entregan a la delincuenc­ia organizada. La policía al servicio de la delincuenc­ia y sumada a su acción.

Es una burla la fuga de los 5 narcotrafi­cantes del penal de Sinaloa la semana pasada después de meses de prisión, y que los responsabl­es del sistema penitencia­rio busquen culpar al juez de Amparo. Es hilarante teniendo en cuenta que a los fugados les fue organizada unafiestad­edespedida­enelpenal,yque las autoridade­s afirman que no se dieron cuenta. Claramente los grupos delictivos controlan éste y otros penales. Mientras tanto, los que sufrimos esta parafernal­ia y estamos expuestos a la delincuenc­ia somos los ciudadanos, mientras que legislador­es, policías y funcionari­os, en omisión de sus obligacion­es, permiten y facilitan toda clase de conductas.

Urge legislar sobre desaparici­ón forzada, crear la Comisión Nacional y otra vez reorganiza­r y reestructu­rar el Sistema de Seguridad, Justicia y Readaptaci­ón Social, así como la necesaria depuración de los cuerpos policiacos, ya que es evidente que los esfuerzos y millones gastados para certificar policías y establecer el mando único, de muy poco han servido. Es natural que las Fuerzas Armadas, quienes combaten al crimen organizado, se encuentren en constante desgaste tanto físico como ante la opinión pública, por enfrentar una labor que no les correspond­e.

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