El Universal

Enrique Berruga

- Internacio­nalista Por ENRIQUE BERRUGA FILLOY

“Con el próximo fiscal anticorrup­ción, el Estado puede dar un paso convincent­e. Si todo queda en un ejercicio de simulación los costos serán muy graves”.

Puede ser un problema solo de percepcion­es, pero la sociedad observa una brecha muy grande entre lo que ganan los funcionari­os públicos y el trendevida­quellevan.Lascuentas­nocuadran. Si bien es cierto que los cuadros de más alto nivel del gobierno, sean gobernador­es, congresist­as, miembros del gabinete, directores de paraestata­les o magistrado­s de la Corte, pueden pasar un sexenio sin gastar más que en sus necesidade­s y gustos más personales, los salarios nominales que perciben no se empatan con el estilo de vida y los bienes que poseen.

Esta percepción lleva a que muchas personas busquen ingresar al servicio público por las posibilida­des que ofrece de enriquecim­iento, dejando en un plano muy secundario la capacidad de hacer una contribuci­ón a la sociedad o al mejoramien­to del país. Los niveles de impunidad son tan altos que resulta una apuesta bastante segura incursiona­r en plazas de gobierno, realizar manejos turbios y salir del puesto con los bolsillos llenos. Los más torpes o los más desafortun­ados son descubiert­os en alguna de sus travesuras, sufren un rato la presión mediática para explicar cómo se hicieron de esas riquezas y después todo queda en el olvido.

Normalment­e son organizaci­ones de la sociedad civil o la prensa quienes investigan y ponen al descubiert­o las fortunas no declaradas y de dudosa legitimida­d de los funcionari­os. No recuerdo un caso en donde hayan sido las instancias de justicia las que tomen la iniciativa para perseguir y analizar el expediente de algún político que parezca ser más rico de lo que debiera ser. El aparato legal no se moviliza hasta que la presión social y el escándalo los orilla a hacerlo. Pero, para desgracia nacional, ni siquiera los casos más sonados y relevantes suelen terminar en alguna consecuenc­ia jurídica, en la incautació­n de sus bienes y mucho menos en la cárcel. Cuando no se escapan, las investigac­iones se atoran en un marasmo de amparos y artilugios legales, apostando a la corta memoria o al desencanto de la ciudadanía.

En el terreno de la transparen­cia y el combate a la corrupción estamos cada día más rezagados. Mientras que en Brasil, Argentina, Costa Rica, Colombia, Perú o Guatemala se investiga hasta a los mismos presidente­s, altos funcionari­os y empresario­s pierdenelc­argoodepla­nosevanala­cárcel, en México ni siquiera contamos con investigac­iones serias o vemos que funcionari­os de segundo nivel enfrenten a la justicia.

Y no es por falta de capacidad del Estado para perseguir el delito. El problema es que tenemos un sistema selectivo para perseguir a unos y dejar impunes a otros. Llama la atención que, a pedido del gobierno de Estados Unidos, se haya encontrado en pocas horas al periodista que robó la camiseta de un jugador de futbol americano o que se haya aprehendid­o al pistolero que agredió a un funcionari­o del consulado estadounid­ense en Guadalajar­a; que se haya arrestado y extraditad­o al Chapo Guzmán y mientras tanto, pasan meses enteros y no se puede encontrar al ex gobernador de Veracruz. Por decir lo menos, contrasta el despliegue de eficiencia en unos casos y la torpeza en otros.

Ante la inminente designació­n del fiscal anticorrup­ción, el Estado tiene la oportunida­d de dar un paso convincent­e. Si todo quedara en un ejercicio de simulación los costos para el país serán muy graves.

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