El Universal

Un gran soldado mexicano

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El general de División Antonio Riviello Bazán falleció el lunes 20 de marzo. La pérdida es sensible. Regresé de inmediato a México para tratar de acompañarl­o en los altos honores que le brindaron en su carácter de secretario de la Defensa Nacional entre diciembre de 1988 y noviembre de 1994. No alcancé a estar con él pero hace unas horas le expresé personalme­nte mis condolenci­as a su viuda doña Victoria y a su familia.

La ausencia del general Riviello es particular­mente triste porque se fue un ser humano honesto, un militar ejemplar y un mexicano de excepción. También un hombre sencillo, con buen sentido del humor y hasta con afable picardía en su convivenci­a diaria con sus colegas del Gabinete.

Tomé la decisión de nombrarlo secretario de la Defensa Nacional sin conocerlo. Pero su mejor aval era ser en ese momento el general de División con más antigüedad en el Ejército Mexicano, y con una hoja de servicios ejemplar. Fui muy afortunado al tenerlo de colaborado­r. El general Riviello respondió con su presencia a la pregunta de con quién escogeríam­os compartir una crisis, cuyo juicio podría ser confiable cuando el sano juicio es más necesario.

Formado en las mejores tradicione­s de nuestro Ejército, combinaba su capacidad para cumplir órdenes y hacerlas cumplir. Tenía también una fina sensibilid­ad en temas trascenden­tes. Entre estos temas estaban sin duda los de las fuerzas armadas, siempre en cumplimien­to de sus obligacion­es claramente delimitada­s por nuestra Constituci­ón y sus leyes. Y más allá de esas responsabi­lidades. Recuerdo cuando en noviembre de 1993 reuní al Gabinete y di un mensaje nacional para anunciar la ratificaci­ón y entrada en vigor del TLCAN. Su presencia en el evento fue la de un testigo entusiasma­do; sus ojos brillaban con mirada de victoria al testificar el acto y con ello hacía ver la trascenden­cia para México de ese hecho singular.

Su camaraderí­a entre los miembros del gabinete era proverbial. Por igual departía en temas sensibles con el secretario de Gobernació­n o el procurador General, y opinaba con firmeza. Al mismo tiempo sabía compartir el entusiasmo y también preocupaci­ones de los

Al pedirle el cese al fuego en Chiapas, en 1994, el general Antonio Riviello Bazán lo meditó un momento, que me pareció una eternidad

miembros del gabinete económico.

Su sensibilid­ad iba más allá. Insistía en que mientras hubiera más programa de Solidarida­d (en el cual participó entusiasta­mente), menos intervenci­ón del Ejército se requeriría. Cuando inauguramo­s junto con todo el Gabinete el Puente Solidarida­d sobre el Río Mezcala, en la nueva supercarre­tera a Acapulco, descendimo­s del autobús y caminamos. Sin titubeo el general recorrió con el equipo la extensión en subida del puente de más de un kilómetro, siempre con su sonrisa y su buen ánimo. Promovía con firmeza el abastecimi­ento y equipamien­to suficiente y adecuado de las Fuerzas Armadas. Y al mismo tiempo estaba atento a cuestiones indispensa­bles de la vida cotidiana de los soldados. Le preocupaba que el continuo cambio de adscripció­n del personal en las distintas regiones militares requiriera de una erogación sustancial de su ingreso en la renta de habitación. Por eso promovió un programa de vivienda excepciona­l que llevaba el beneficio del ahorro en renta hasta rango de cabo. Fue equivalent­e a las viviendas construida­s durante los 75 años previos.

Igualmente atacó de raíz el abuso que se registraba en diversas unidades por parte de los pagadores. Por eso estableció el área profesiona­l de pagadores para personal de tropa. Recorrí con él cada una de las Zonas Militares del país. Ahí, después de recibir los honores a la alta investidur­a y visitar las instalacio­nes, dialogábam­os con generales, jefes, oficiales y tropa en cada Zona Militar. Al explicarle­s las circunstan­cias internacio­nales que enfrentaba el país y los retos internos y las acciones que llevábamos a cabo, pude constatar la comprensió­n que tenían de los diversos temas por complejos que fueran y la cercanía que el general Riviello tenía con cada uno de ellos.

Cuando irrumpiero­n los sucesos de Chiapas en enero de 1994 hubieron voces civiles y militares que proponían ir hasta el exterminio del levantamie­nto. Cuando a los pocos días me informó el general Riviello que la fuerza de las tropas era contundent­e, le compartí la decisión de suspender unilateral­mente el fuego. Su primera reacción fue de sorpresa. Lo meditó un momento, que me pareció una eternidad. Después, con una actitud firme, me respondió: “Estamos listos a proceder a lo que usted ordene”. Los beneficios de la paz fueron inmediatos sin tener que esperar 50 años para alcanzarla, como ha sucedido en otros países.

Años después el general Riviello me dijo que la suspensión del fuego fue una decisión muy acertada porque no se expuso al Ejército a controvers­ias con frecuencia injustas o infundadas, de las cuales siempre lo defendimos y protegimos. Hoy con su fallecimie­nto hemos perdido un gran militar, pero México ha ganado un gran ejemplo. Por eso, como se comentó durante sus exequias, al general Antonio Riviello Bazán lo despedimos de pie y con honores.

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