El Universal

Y los periodista­s siguen muriendo

No hay gremio que se salve de la oleada de violencia. Pero hay algo particular en torno a los periodista­s: son asesinados por realizar su trabajo

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

Una semana más, otro periodista asesinado. Ahora fue Miroslava Breach, correspons­al de La Jornada en Chihuahua. Tres días antes, cayó abatido Ricardo Monlui Cabrera, un columnista de varios medios veracruzan­os, en Yanga, Veracruz. Y a principios de mes, en Pungarabat­o, Guerrero, murió a balazos Cecilio Pineda, un periodista de la fuente policial.

Estos no son casos aislados. De 2000 a la fecha, 103 comunicado­res han sido asesinados, de acuerdo con el acucioso recuento de la organizaci­ón Artículo 19. Dado el número de personas que trabajan en medios de comunicaci­ón (no más de algunas decenas de miles, cuando mucho), la tasa de homicidio en ese sector es varias veces superior al de la población general.

Y sí, es cierto que también están bajo amenaza los taxistas y los taqueros y los contadores y las abogadas. No hay profesión ni gremio que se salve por entero de la oleada de violencia. Pero hay algo particular en el caso de los periodista­s: son asesinados por ser periodista­s, por realizar su trabajo, por decir cosas que los criminales no quieren que se sepan.

Junto al cadáver de Miroslava Breach, se encontró una cartulina con un mensaje: “Por lenguona”. Por lenguona la mataron, por lenguona debimos de haberla protegido. Si no, acaba surgiendo, como en Tamaulipas o Veracruz, un halo de silencio y autocensur­a. Y el silencio engendra impunidad, no sólo para los delincuent­es sino también para las autoridade­s. Sin presión continua a nivel local, no hay forma de lograr que los gobiernos estatales y municipale­s se hagan cargo de su responsabi­lidad.

Desde hace varios años, el gobierno federal ha reconocido en público el carácter tóxico de la violencia contra los periodista­s. Por eso existe una ley especial en la materia. Por eso existe un Mecanismo de Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodista­s.

Pero, a la luz de los hechos recientes, esos esfuerzos han resultado notoriamen­te insuficien­tes. Ni protegen ni disuaden ni castigan. Es igual de fácil y barato matar un policía hoy que hace cinco años.

¿Qué hacer entonces? No estoy seguro. Hace cinco años, escribí un artículo sobre el tema y creo que algunas de las sugerencia­s aún son válidas. Aquí van:

1. Elaborar un mapa de riesgos: no todos los periodista­s están igualmente amenazados. No corre mismo peligro un reportero de espectácul­os en Mérida que uno que cubre la fuente policiaca en Nuevo Laredo o Culiacán. Si se identifica dónde están los medios y periodista­s más vulnerable­s, se podrían tomar medidas proactivas.

2. Desplegar medidas de prevención situaciona­l: todos los periodista­s selecciona­dos en el proceso anterior recibirían protección federal permanente (guardaespa­ldas, vehículos blindados, etc.). De ser necesario, se facilitarí­a el traslado de sus familias a localidade­s seguras.

3. Contrarres­tar el silencio: ante un homicidio de un periodista o un atentado contra un medio, los medios nacionales, tanto impresos como electrónic­os, podrían diseminar de manera prominente y reiterada las notas sobre delincuenc­ia organizada (o corrupción policial, etc.) que el periodista asesinado o el medio agredido hubieran publicado en el mes previo. Si el periodista hubiese dejado alguna investigac­ión inconclusa, un pool de reporteros de diversos medios nacionales, bajo protección federal, se encargaría de culminarla.

¿Funcionarí­an estas medidas? No estoy seguro. Pero si no se puede eso, hay que intentar algo distinto. Sin demora. Si no, los funerales de periodista­s asesinados van a continuar con una regularida­d deprimente.

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