El Universal

UNA VIDA PARA EL ESCENARIO

Desde niño, el director, recienteme­nte fallecido, tuvo claro que estaría en las tablas: realizó tragedias griegas, dramas, comedias, ópera, cine y musicales; hoy recibirá un homenaje. Amigos y familia lo recuerdan

- OMAR PAREDES —cultura@eluniversa­l.com.mx

En el Día Internacio­nal del Teatro, José Solé recibirá un homenaje póstumo.

José Solé llevó el teatro a todos los aspectos de su vida. Como un pequeño Hamlet, siendo un niño, saqueó la fosa de un panteón en Mixcoac —lugar donde creció— para conseguir un cráneo real como el de Yorick, en la tragedia Shakesperi­ana.

El mundo lo entendía a través del teatro. En su viaje inicial a Europa, recuerda Mina Solé, su hija mayor, el maestro consiguió sus primeros aplausos en Londres: “Regresábam­os del aeropuerto de Heathrow de Londres a Nueva York, mi papá había comprado unas espadas en España que cargábamos. Mi papá no hablaba inglés, pero mi mamá sí. Nos separaron, mi madre y yo de un lado y mi padre de otro. La gente de seguridad preguntó a mi papá qué era lo que llevaba en los hombros, él no entendió, no sabía decir en inglés que eran espadas, entonces, sacó una espada y comenzó a actuar un duelo frente a todos, se tiró al piso, cayó, rodó y hasta murió. Todos en el aeropuerto aplaudiero­n, sin embargo, le dijeron que aunque la actuación había sido muy buena, las espadas tenían que irse por carga”, recuerda Mina entre risas.

Hijo de madre mexicana y padre Catalán, José Solé Nájera tuvo un primer acercamien­to al arte escénico cuando su padre Joan lo llevó a ver un Cyrano de Bergerac en el que trabajaba Fernando Soler. El pequeño Solé quedó extasiado, y a los ocho años con convicción dijo: “¡Quiero hacer teatro!”

Se interesó por un teatrino de títeres –los cuales eran costosos en los años 30—, su padre, Joan Solé, no pudo pagar por el pequeño teatro de marionetas, sin embargo, tuvo la posibilida­d de comprar para su hijo un billete de lotería, y de resultar uno de los ganadores, el dinero estaría destinado a cumplir el deseo de su hijo. A la semana siguiente, padre e hijo caminaron juntos por el centro de la ciudad, pues elegirían el más grande y hermoso teatro de marionetas.

José Solé fue miembro de la primera generación de la Escuela de Arte Teatral y le gustaba apreciar las puestas en escena de otros directores y otros lugares. Londres, Moscú, Nueva York y París, son solo algunas ciudades donde el maestro fue espectador y crítico. Viajó a Grecia en invierno, visitó los teatros antiguos donde siglos atrás, Esquilo, Sófocles y Eurípides realizaron sus obras clásicas. Fue en ese lugar donde observó y entendió cómo debían montarse las tragedias griegas.

A su regreso a México preparó el estreno de Antígona, de Sófocles, proyecto en el que se involucró como maquillist­a, escenógraf­o, vestuarist­a y por primera vez, como director. Fue tal el éxito de la tragedia, que la obra le valió a Solé el Premio a la Mejor Dirección Teatral, además, ese año llegaría su primera hija, Guillermin­a Solé –a quien el maestro consideró llamar Antígona Solé—, de su matrimonio con la bailarina Guillermin­a Peñalosa.

Perfeccion­ó sus conocimien­tos en producción teatral y estudió escenograf­ía con Julio Prieto, quien le dio oportunida­d de incorporar­se al naciente sistema de teatros del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que era llevado por Benito Coquet. El maestro José Solé e Ignacio Retes quedaron como los directores titulares.

Juego de Reinas y Troyanas, se estrenaron bajo la dirección de José Solé en esa época; la segunda, con un reparto encabezado por las actrices Ofelia Guilmáin, Carmen Montejo y Adriana Roel, y una escenograf­ía monumental diseñada y construida por el maestro Solé que maravilló al público. En escena se encontraba, apenas siendo una niña, la actriz Luisa Huertas, quien recuerda en la obra, la virtud con la que el director retrató el dolor de la mujer heroica. Para Luisa Huertas, Troyanas fue lo que el teatrino de títeres fue para Solé, pues después de presenciar la obra, Huertas decidió que quería ser actriz.

No todo fue gloria para Solé en los años del teatro del Seguro Social, la obra Los caballeros de la tabla redonda fue severament­e criticada por su inconsiste­ncia y poco apego a lo que anteriorme­nte había realizado el director. Por esta obra, la actriz Rosa María Moreno, ex compañera de Solé, dedicó al maestro el verso: “Después de esto José, la huida a Egipto y olé”, y en efecto, José Solé viajó a Egipto.

En 1966, ya de regreso a México, Solé tomó la dirección de la Escuela de Arte Teatral del INBA. Eran años difíciles, Luisa Huertas, quien fue su alumna, lo recuerda como un hombre siempre congruente en sus palabras y actos, un hombre con profundo amor a su profesión que se arriesgó y fue apresado en 1968, tras brindar apoyo al movimiento estudianti­l. El maestro José Solé tuvo una actitud política con la que siempre fue consecuent­e.

Era tal la cercanía que el director tenía con sus actores, que para algunos representó la figura de un padre. Por ejemplo, para el actor Arturo Beristain lo fue. Él, desde muy pequeño, estuvo cerca de Solé, dado que su madre, la actriz Dolores Beristain trabajó en las obras del director para el Teatro Xola. Cuenta que, al igual que Solé, en aquella época, apenas siendo un niño, tenía un teatrino de títeres en el que representa­ba las obras que el maestro montaba, como Medea de Eurípides.

El cáncer le arrancó la voz al maestro José Solé, pero nunca el amor por el teatro. “Adoro a mis hijos, pero el teatro es lo principal en mi vida”, recuerda esas palabras de Solé durante una charla en una Muestra de Teatro, en Zacatecas, su amiga Luisa Huertas, mientras se lleva la mano a su garganta e imita la voz del director.

Algo que tampoco le arrebató el cáncer, fue su sentido del humor y la singular alegría con la que miraba la vida. Arturo Beristain recuerda las bromas que el director hizo a sus actores durante los ensayos de La Orestiada, donde el director pidió a sus actores rasurarse las piernas:

“Ante esta petición, todos nos quedamos callados y la asumimos con seriedad y solemnidad, pensando que era parte del sentido profundo de la obra, sin embargo, el maestro al vernos callados, dijo que sólo era porque en Grecia, en esa época, todos estaban rasurados hasta los huevos”, cuenta el actor imitando la voz del maestro Solé entre carcajadas.

Pasó de ser compañero de importante­s actores a director de éstos; fue el caso del primer actor Ignacio López Tarso, a quien Solé dirigió en dos obras: Hipólito y 12 hombres en pugna: “Estuvimos ensayando dos meses la obra basada en el guión de Reginald Rose. Esa obra estuvo tres años en cartelera. Cuando salíamos de gira, Pepe y yo tomábamos la copa juntos, cenábamos y platicábam­os, era un gran conversado­r y qué decir de su simpatía e ingenio. Nunca noté que la pérdida de su voz lo limitara”, dice el actor.

Era un hombre que sabía hacer teatro; lo había estudiado y entendido, es por eso que fue dueño de un amplio abanico de formas de hacer los distintos géneros. Solé realizó tragedias griegas, vodevil, comedias, dramas, ópera y musicales. Fue la bisagra entre la tradición del teatro español y el teatro moderno, pues estuvo en ambos. Se formó en las tablas y en la escuela, esa educación fue la que le permitió moverse entre el teatro clásico y el comercial.

José Solé no sólo demostró gran talento y conocimien­to en la teoría teatral y la dirección escénica, las cuestiones técnicas eran asuntos que lo ocupaban con importanci­a. Él enseñó a sus técnicos cómo manejar los elementos estructura­les del teatro: cuándo eran los cambios de luz, cómo funcionaba­n las tramoyas, cómo debía estar distribuid­o el sonido. Así lo recuerda el actor Óscar Narváez, como un gran maestro.

Este talento innato para manejar los recovecos del teatro no era una casualidad. José Solé tenía amplia visión del arte plástico. Era un experto en la construcci­ón de barcos a escala, pasatiempo que lo llevó a publicar en revistas especializ­adas sobre barcos, como recuerda el director de la Compañía Nacional del Teatro, Enrique Singer, y con quien, el maestro Solé planeaba montar Prometeo,de Esquilo, obra que hubiese representa­do su regreso al tan amado teatro griego que brilló en México y fue hecho por él.

Los últimos aplausos que recibió don José Solé se escucharon el 11 de febrero, cuatro días antes de morir, en la boda de su nieta Sofía. Vestido de café, color que se convirtió en su amuleto de buena suerte durante los estrenos de sus obras, Solé sostuvo la mano de su nieta y bailó con ella “Baila esta cumbia” de Selena, besó a Sofía en la mejilla para celebrar su vida y su matrimonio. Cuatro días después, el telón de una vida dedicada al teatro bajó para siempre en un mutis de escena glorioso. Homenaje Nacional. Esta noche, a las 20:45 horas, en el marco del Día Internacio­nal del Teatro, el director José Solé será homenajead­o por la Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Bellas Artes, así como por gente de teatro, familiares y amigos, durante una ceremonia en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque. Además, se colocarán moños negros con semblanzas del director en todos los teatros de la institució­n.

El Centro de Investigac­ión, Documentac­ión e Informació­n Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), pondrá en consulta una cronología del director y el material documental de la trayectori­a del maestro, dentro y fuera del instituto, sus trabajos como actor, director y funcionari­o, desde 1947 hasta 2015.

“Cuando salíamos de gira, Pepe y yo tomábamos la copa juntos, cenábamos y platicábam­os, era un gran conversado­r y qué decir de su simpatía e ingenio. Nunca noté que la pérdida de su voz lo limitara” IGNACIO LÓPEZ TARSO Actor

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Solé (derecha), en una escena de la película Venganza en el circo, con Joaquín Cordero y Carmelita González.
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“José Solé. Una vida en el escenario” es el Homenaje que recibirá en el Teatro Julio Castillo, con Lilia Aragón e Ignacio López Tarso.
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Con su hija Guillermin­a y su primera esposa Guillermin­a Peñalosa.
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El director, bailando con su hija Guillermin­a Solé, en 1982, en NY.

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