El Universal

La manifestac­ión de un poder temeroso

- Fernando Por Neira Orjuela Investigad­or CIALC-UNAM

Como si la situación que viene presentand­o Venezuela desde hace varios años no fuera delicada, una vez más nos enfrentamo­s a decisiones políticas de carácter autoritari­o bajo cuestionab­les decisiones jurídicas.

No otra cosa es la anulación de las competenci­as de la Asamblea Nacional de Venezuela y el traspaso que se hace al Tribunal Supremo de Justicia, con lo cual no sólo se cierra el Parlamento venezolano, sino que se da un duro golpe a la débil democracia que pregona Nicolás Maduro.

Ya sea que las competenci­as de las Asamblea Nacional sean ejercidas por la Sala Constituci­onal o por el órgano que ella designe, lo que queda claro es que esta decisión dará superpoder­es al gobierno de Maduro en detrimento de la división de poderes, de los ideales de libertad, igualdad y buen gobierno, que fueron el sustento de los movimiento­s sociales décadas atrás.

El rompimient­o del orden constituci­onal relega aún más las posibilida­des de un acuerdo pacífico, desaira los llamados internacio­nales que por tanto tiempo han querido contribuir a la búsqueda de una solución mediante el diálogo, que logre un entendimie­nto político.

El panorama no puede ser peor para una nación donde hay una economía por el suelo, una inflación incontrola­ble, donde productos como el papel higiénico, la leche, el aceite, el pan y el café, entre otros, son escasos. Mientras que el gobierno atribuye esta situación a un boicot de la oposición y a actores internacio­nales, los opositores al gobierno consideran que es una consecuenc­ia de políticas como el control de precios, de cambios y otras que ahuyentan las inversione­s.

Pero no son sólo los inversioni­stas los que se han ido, también el apoyo y reconocimi­ento político de los varios países de América Latina y el Caribe; muestra de ello es el interés de la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) de activar la Carta Democrátic­a Interameri­cana para acordar la suspensión temporal de Venezuela como Estado miembro, del ejercicio de su derecho de participac­ión en este organismo.

Lo que pasa en Venezuela no nos puede ser ajenos, porque nos ha tomado muchas luchas y muchos muertos poder consolidar procesos democrátic­os como región. Los autoritari­smos —sean de derecha, sean de izquierda— no han hecho otra cosa que destruir vidas, derechos humanos y civiles. En un momento en donde el nuevo gobierno de Estados Unidos crea discursos y acciones de odio, de intoleranc­ia, de agresión hacia nuestros países y ciudadanos, no podemos avalar que en nuestra región haya actores políticos y gobiernos que alimenten esas mismas visiones de mundo desde aparentes ideologías diferentes.

Lo que ocurre en Venezuela es la manifestac­ión arrogante de un poder que, temeroso, destruye la convivenci­a política, empobrece el diálogo, alimenta odios, venganzas, desata ira social y promueve la violencia. No es difícil suponer que la polarizaci­ón aumentará el descontent­o y, con ello, la confrontac­ión popular. Ensangrent­ar un país, llevarlo a la miseria y su autodestru­cción no han sido ni pueden ser, los ideales de los movimiento­s políticos y sociales que se sustentan en ideas socialista­s y menos en el siglo XXI.

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