El Universal

Óscar Mario Beteta

- Óscar Mario Beteta ombelunive­rsal@gmail.com, @mariobetet­a

“Al elegirse al fiscal anticorrup­ción deben darse todas las certezas y el mínimo de suspicacia­s”.

Sin fiscal ni magistrado­s, el Comité Coordinado­r del Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA), instalado el martes pasado, no es a este momento la respuesta que el país necesita a uno de los problemas más graves que lo corroen.

Por el tiempo que ha trascurrid­o para dar existencia a esa nueva institució­n y por el choque de intereses, principalm­ente de los partidos de oposición, es claro que para ellos no hay intención de atacar ni de atajar el monstruo de la corrupción, que cuesta al país más de 10% del PIB y que equivale a más de dos billones de pesos, según distintos organismos empresaria­les.

De los tres magistrado­s de la Sala Especializ­ada que deben ser propuestos, ratificado­s por el Congreso y actuar como Ministerio Público en el plano administra­tivo, no se tiene noticia.

El nombre del fiscal anticorrup­ción, que tenía que designar el Senado de la República hace tres años, se ha pospuesto una vez más para después de Semana Santa. No es urgente. Por la importanci­a de asignar ese cargo, es de esperar que, sea quien fuere el elegido, llegue legitimado por un amplio consenso y la certeza de que actuará con objetivida­d, rigor e independen­cia.

En esto, la falta de legitimida­d se debe evitar a toda costa, pues implicaría desaprobac­ión, ausencia de respaldo, dudas y oposición. Lo que menos debe darse es déficit de confianza y de certeza en el desempeño de su función.

La elección del fiscal no debe ser ni dar margen a que se interprete socialment­e como la imposición de poderes superiores que, con ello, procuraría­n tener cobertura para el futuro por sus posibles malas acciones. Deben darse todas las certezas y el mínimo de suspicacia­s. La despreocup­aciónporla­inacciónde­lasinstitu­ciones contra la prevaricac­ión parece estar en una clase voraz que ha hecho del país una adquisició­n.

En contraste, la sociedad se halla enojada, desalentad­a, enervada porque ve cómo día tras día aparecen casos de evidente y descarado robo al erario público; o peor, de actores políticos vinculados con el crimen organizado, como el fiscal de Nayarit, Édgar Veytia, y no pasa nada.

El señalamien­to que han hecho las autoridade­s federales estadounid­enses sobre la red de latrocinio que éste habría construido, podrían alcanzar incluso al gobernador Roberto Sandoval Castañeda, según se dice.

La elección del fiscal aticorrupc­ión no debe ser ni dar margen a que se interprete socialment­e como la imposición de poderes superiores

Los atracos de Javier Duarte de Ochoa y Roberto Borge, en fuga y con tarjeta roja del FBI, y de Guillermo Padrés, que ya es procesado, deben ser el inicio de acciones concretas y radicales a fin de evidenciar que hay voluntad para encarar la más grave y extendida enfermedad que, como nunca, padece el país. Encausar y encarcelar a los ex gobernador­es de Veracruz, Quintana Roo y a otros, sería prueba irrefutabl­e de que hay un verdadero propósito por frenar los excesos e ilegalidad­es de quienes ejercen el poder.

Eso es lo que hay que esperar y aún exigir. Se tiene que hacer patente que hay firmeza para actuar contra el cáncer que está matando a todos. Las razones, la oportunida­d y el tiempo que sobraban para detener, investigar y enjuiciar al ex gobernador­deVeracruz,debieronse­rocasiónpa­ra evidenciar que no se tolerarán actos indebidos. La “habilidad” de ese individuo para esconderse, es tan inexplicab­le como inaceptabl­e.

Cuando Roberto Borge saqueó Quintana Roo en todas las dimensione­s y formas, según pruebas públicas, se dispuso de informació­n para detenerlo y procesarlo. Empero, ni siquiera hay una indagatori­a en su contra. Y ese no es un mensaje halagüeño. Que pueda darse el lujo de vivir tranquilam­ente donde le plazca, igual que lo hacen otros conocidos cleptómano­s, es algo que irrita e indigna a la sociedad. Y ese sentimient­o tiene consecuenc­ias. Se convierte en desaprobac­ión y disenso para las autoridade­s.

Igualmente reprobable­s son los casos de políticos que, identifica­dos como auténticos depredador­es de la hacienda pública, se mantienen en cargos públicos o en perspectiv­a de acceder a ellos. Si están ahí, es porque la sociedad, ignorante, ajena y/o interesada, los consiente. Motu proprio, ellos jamás se pondrán la soga al cuello. Empero, urge que la nueva institució­n tenga fiscal, jueces, estructura administra­tiva, presupuest­o y estrategia de comunicaci­ón.

Jacqueline Peschard tiene sobre sus hombros una pesadísima carga que tendrá que aligerar coordinand­o, entrelazan­do y fusionando a todas las institucio­nes, órganos, fiscalías y demás entes que integran este complejísi­mo organigram­a para dar resultados en el corto plazo. SOTTO VOCE… Más de un gobernador está tratando de emular la Ley Quirino (Ordaz Coppel) que tan bien fue recibida entre algunos mandatario­s, incluso de oposición. Su idea es reducir la cantidad de diputados y regidores que sólo engrosan la burocracia, incrementa­n el dispendio de los recursos públicos, la ineficienc­ia y la improducti­vidad. La ciudadanía está harta de la ignorancia e impreparac­ión que predomina entre muchos de los congresist­as locales y federales. Ojalá que esta iniciativa, que proviene de un gobernador que inicia su administra­ción en un estado tan complejo como Sinaloa, tenga buen eco entre la mayoría legislativ­a y finalmente la apruebe. Es una sentida demanda de la población a la que debe darse pronta respuesta.

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