El Universal

Periodista­s, Campa y la hipocresía

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

Roberto Campa es el funcionari­o de más alto rango en la administra­ción Peña Nieto con un mandato expreso para velar por la vigencia de los derechos humanos en el país, una de las asignatura­s en las que el actual gobierno arrastra mayor saldo negativo.

En un par de semanas, Campa Cifrián cumplirá dos años al frente de la subsecreta­ría del ramo en Gobernació­n. Quizá debería aprovechar tal efeméride para renunciar a su encomienda, en especial si desea mantenerse como uno de los rostros todavía presentabl­es en la política mexicana.

Argumentos para decir adiós no le faltan. Pero sería suficiente con que invocara el fracaso sistémico —federal y estatal, dentro y fuera del país— que exhibe el irrefrenab­le número de periodista­s asesinados en México, la impunidad que domina este problema y la nula voluntad política para enfrentarl­o.

Este tema desnuda una crisis mayor que ha atrapado a Campa. Porque no es la mismo prestarse para defender la incompeten­cia generaliza­da de un sistema, que intervenir en una simulación hipócrita.

En los meses recientes la oficina de Campa ha participad­o en un bloqueo del Estado mexicano para evitar una nueva visita conjunta de los relatores para la Libertad de Expresión de la OEA y la ONU, Edison Lanza y David Kaye, similar a la realizada por ambas instancias en 2010. Una nueva gestión en este ámbito, cada vez más perentoria, ha encontrado en nuestras autoridade­s nada más que silencio y apatía.

Los motivos de la alarma que muestran ONU y OEA están a la vista: desde el año 2000, 123 periodista­s han sido asesinados, de acuerdo con el registro más confiable, el de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Al menos otros 15 están declarados desapareci­dos. Cientos de atentados —torturas, vejaciones, amenazas, tiroteos— han sido perpetrado­s en el mismo periodo contra informador­es y contra instalacio­nes de empresas periodísti­cas.

La lista negra de este fenómeno, alimentado por la complicida­d oficial, se acentúa en varios estados en cuya mayoría se ha producido una alternanci­a en el gobierno respectivo, pero no un giro en la actitud ante este drama. Esa lista la encabeza Veracruz, seguido por Oaxaca, Chihuahua, Guerrero y Tamaulipas.

Los casos recientes más graves los registran Veracruz y Chihuahua, por el número de ataques y la gravedad de los mismos. La llegada de dos gobernador­es emanados del PAN, respectiva­mente Miguel Ángel Yunes y Javier Corral, no ha traído cambio alguno, salvo mayor dramatismo en los discursos.

Tanto los gobiernos estatales como la administra­ción Peña Nieto han ignorado por años el modelo de una Mesa de Seguridad y Justicia, reiteradam­ente propuesto por múltiples instancias, como un espacio para coordinar a los órganos del Estado en todos los niveles y a la sociedad organizada, a fin de lanzar una agenda en este ámbito.

El hartazgo del sistema de justicia internacio­nal ante el quebranto de un principio elemental en democracia —la protección de los periodista­s y la defensa de la libertad de expresión—, atrajo ya los primeros pasos para imponer a México una nueva humillació­n, en el cuerpo de una condena ante la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, con sede en Costa Rica.

El pasado domingo 2 se cumplieron 12 años de la desaparici­ón forzada del periodista Alfredo Jiménez Mota, quien laboraba en el diario El Imparcial de Hermosillo, Sonora, donde había revelado la actividad de mafias del narcotráfi­co en la región y sus nexos con autoridade­s. Los reportes disponible­s dan cuenta de que policías federales lo secuestrar­on para entregarlo a un grupo criminal que lo habría asesinado y ocultado sus restos.

El caso fue presentado por la Sociedad Interameri­cana de Prensa ante la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos de la OEA, la cual ha encontrado elementos para dotarlo del llamado Recurso de Admisibili­dad para iniciar un proceso en contra del Estado mexicano por responsabi­lidad.

La desaparici­ón de Jiménez Mota en 2005 —a los 23 años de edad— precipitó en 2006 la creación, por parte del gobierno de Vicente Fox, de lo que ahora se denomina Fiscalía Especial para Atender Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (Feadle), que ha tenido media docena de titulares y cuyo actual responsabl­e, Ricardo Nájera, es un burócrata que en 20 meses no ha emprendido acción relevante alguna y confía a sus cercanos que su tarea prioritari­a es aguardar su jubilación.

En 2012, en las postrimerí­as del gobierno de Felipe Calderón, se creó el Mecanismo de Protección para Periodista­s y Defensores de Derechos Humanos, una copia directa del modelo colombiano y que depende directamen­te del subsecreta­rio Campa Cifrián. Se trata de otro espacio ganado por el apetito burocrátic­o y por la inherente batalla de egos robustos.

Hay muy poca claridad sobre su eficacia preventiva y más todavía sobre el manejo de los presupuest­os encomendad­os. Reportes internos dan cuenta de que al menos uno de los periodista­s asesinados en los meses recientes recibía la “protección” de este Mecanismo, que ha sido replicado en muchos estados con los mismos escasísimo­s resultados.

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