El Universal

Agresiones a periodista­s: muerte e impunidad

- Especialis­ta en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados. @mfarahg MAURICIO FARAH

Tres periodista­s han sido asesinados en México en los primeros tres meses del año, otro resultó herido de gravedad en un atentado y uno más salió ileso de un ataque en el que murió el escolta que le había asignado el mecanismo de protección.

Ya 2016 apuntaba que la violencia en contra de informador­es iba en aumento, al alcanzar la cifra anual de 12, inédita incluso en México, donde hemos tenido que padecer el homicidio de 103 periodista­s y la desaparici­ón de 23 desde el año 2000 hasta el presente, de acuerdo con datos de Artículo 19.

Según esta organizaci­ón, las agresiones en general aumentaron de 393 en 2015 a 426 en 2016.

Desafortun­adamente estamos lejos del homicidio aislado, grave por sí mismo pero que no implica una tendencia, y ya hemos pasado también por la etapa en la queunaagre­siónpodría­interpreta­rsecomo un desafío, una advertenci­a, por parte de los instigador­es de los ataques.

Hoy estamos en una realidad atroz, en la que cada vez con mayor frecuencia y descaro, el crimen organizado y, según algunas evidencias, también integrante­s del poder político local, dictan sencillame­nte la sentencia de muerte para castigar y reprimir al periodista objeto de sus rencores y para amedrentar al resto.

Llama la atención el imperio de la impunidad. En muy pocas ocasiones el presunto criminal es puesto a disposició­n de las autoridade­s judiciales. Menos aún son los casos que concluyen con sentencia condenator­ia. Célebre es ya la inoperanci­a de la Fiscalía Especial para la Atención a Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (Feadle), que reporta haber obtenido tres sentencias condenator­ias de casi 800 casos que ha manejado en siete años. Proporcion­es similares se encuentran en la numeralia de las fiscalías locales.

Si es grave que muy pocos de los autores materiales hayan sido sentenciad­os, lo es aún más que ninguno de los autores intelectua­les ha sido identifica­do. Para decirlo de otra forma, todos los que ordenaron la muerte o la desaparici­ón de un periodista, y pagaron por ello, están libres, ni siquiera prófugos, porque no hay investigac­ión que los haya señalado ni juez que haya librado una orden de aprehensió­n. Simplement­e no existen.

¿Puede haber mayor aliento a la agresión a periodista­s que esta impunidad perfecta para los perpetrado­res de los crímenes?

Otro dato Cero es el de los periodista­s desapareci­dos. Que se sepa, son 23. Ninguno de estos casos está resuelto. Y menos se avanzará si, como subrayó Leopoldo Maldonado, oficial del Programa de Protección y Defensa del Artículo 19, hoy nadie los busca.

Este escenario, tan adverso para los periodista­s, para el ejercicio del periodismo, para la libertad de expresión y para el derecho a la informació­n, debe ser revertido.

La creación y operación del Mecanismo para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodista­s ha implicado un gran esfuerzo, pero segurament­e la experienci­a adquirida hace posible ahora introducir cambios de funcionami­ento para reducir tiempos de respuesta y para encontrar nuevas fórmulas de protección.

Con todo, el Mecanismo pudo haber salvado algunas vidas, lo que no es posible cuantifica­r porque no se cuenta lo que no sucede.

La Feadle, en cambio, representa un gran desafío para el procurador general de la República, porque desde su creación han sido magros sus resultados y no hay duda que requiere transforma­ciones de fondo, tanto en su andamiaje jurídico como en su operación.

De poco sirve que atraiga investigac­iones si lo hace a destiempo, lo que podría estar relacionad­o con las limitacion­es de sus facultades o bien con sus capacidade­s operativas.

Lo que es claro es que debe impedirse que prevalezca­n o empeoren las condicione­s en las que trabajan los periodista­s, porque no puede aceptarse que siga permeando la tragedia en las vidas y las familias que se ponen en riesgo debido al cumplimien­to de una actividad tan legítima como necesaria para el interés nacional.

Todos los que ordenaron la muerte o la desaparici­ón de un periodista están libres porque no hay investigac­ión en su contra

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