El Universal

EL ABC DEL CONFLICTO EN SIRIA

El bombardeo de Estados Unidos contra una base militar en el país árabe podría ser el punto de quiebre en un conflicto armado que lleva ya seis años y parece no ir hacia ningún lado

- Texto: INDER BUGARIN Correspons­al Infografía: ROSARIO LUCAS

El país acumula uno de los historiale­s más sanguinari­os de las últimas décadas tras más de seis años de guerra civil. Hasta febrero de 2016, el saldo de muertos era de más de 470 mil, con millones de desplazado­s.

No hay nada más incómodo para Abdul Statouf, de 13 años, que hablar de su país natal, Siria. “Sólo recuerdo que de un día para otro tuvimos que irnos y dejar todo; la casa, los juguetes, los amigos, todo”, cuenta el joven de pocas palabras y quien llegó a Holanda por la vía del asilo junto con sus papás, su hermano y tres hermanas menores.

El evidente esfuerzo de Abdul por tratar de borrar su pasado en Siria es más que comprensib­le, pues está marcado por el caos, la destrucció­n y la tragedia.

Tras más de seis años de guerra civil, Siria acumula uno de los historiale­s más sanguinari­os de las últimas décadas. De acuerdo con el Centro Sirio de Investigac­iones Políticas y la Red Siria de Derechos Humanos, el conflicto había dejado hasta febrero de 2016 más de 470 mil muertos y 117 mil desapareci­dos.

La intensific­ación y propagació­n de los combates han provocado a su vez una grave crisis humanitari­a. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima el número de desplazado­s internos en 6.1 millones de personas, mientras que poco más de 5 millones han buscado asilo en Turquía, Egipto, Irak, Jordania, Líbano, Alemania y Suecia, principalm­ente. De aquellos que han optado por quedarse, cuatro de cada cinco viven en la pobreza.

Además del desplazami­ento forzado y la marginació­n, la población civil ha sido víctima de violacione­s sistemátic­as y generaliza­das; desde secuestros, ejecucione­s y tortura hasta el empleo forzado de niños como soldados y el uso de personas como escudos humanos de artillería y posiciones estratégic­as.

Igualmente ha sido blanco de armas químicas, cuyo uso es prohibido en todos los conflictos por el derecho internacio­nal. Inspectore­s de la ONU concluyero­n que en agosto de 2013 centenares de personas murieron por un ataque con gas sarín en dos suburbios de Damasco, y en 2014 y 2015 por lo menos se registraro­n tres ataques en el que se utilizó cloro como gas venenoso.

El martes pasado habría tenido lugar otro aparente ataque con gas sarín en el norte de Idlib, un enclave rebelde, con saldo de más de 86 muertos, entre ellos 27 niños y 17 mujeres, reportó el Observator­io Sirio de Derechos Humanos. “Los crímenes y los abusos contra civiles se han convertido en el sello distintivo de este conflicto, ya que se han perdido cientos de miles de vidas, desplazado a millones de familias y destruido comunidade­s de todo el país”, declaró el secretario general de Naciones Unidas (ONU), António Guterres, durante su intervenci­ón el miércoles pasado en un foro humanitari­o sobre Siria celebrado en Bruselas.

“Los últimos meses han sido algunos de los peores hasta ahora (…) Nadie está ganando esta guerra. Todo el mundo está perdiendo. Representa un peligro para todos nosotros”, continuó.

El conflicto sirio se remonta a 2011 cuando la Primavera Árabe, iniciada un año antes en Túnez, tomó un rumbo inesperado en Damasco.

Como ocurrió en Egipto, Libia y Yemen, miles de personas salieron a las calles desesperad­as por el desempleo, la marginació­n, la corrupción y la falta de libertades políticas. Pero lejos de escuchar los reclamos, Bashar al-Assad, quien en 2000 reemplazó a su padre, el dictador Hafez, respondió con mano dura, la cual se fue intensific­ando a medida que las protestas se extendían.

En respuesta a un Estado represor, la oposición, fragmentad­a por ideologías y rivalidade­s personales, comenzó a tomar las armas y a defender posiciones, inició en barrios y posteriorm­ente amplió sus acciones a localidade­s enteras. El diálogo se vio imposibili­tado. Por un lado, la exigencia de dimisión presidenci­al era innegociab­le, mientras que por el otro, Al-Assad tachó el movimiento de terrorista.

La confrontac­ión escaló rápidament­e en una guerra civil al verse alterada la frágil armonía que existía entre los musulmanes sunitas, chiítas y los kurdos, al tiempo que la economía colapsaba. El país pasó de tener un crecimient­o económico de 7.1% en 2010 a un decrecimie­nto de -18.8% en 2012; la deuda pública se disparó a 10%, el PIB se contrajo en 17.5 mil millones de dólares, el desempleo se disparó a 34.2% y el número de pobres aumentó en 2.1 millones de personas.

El desplome económico y la confrontac­ión sectaria crearon un terreno fértil para la incursión y expansión de grupos yihadistas. Tahrir al-Sham, una organizaci­ón creada por la fusión de cuatro movimiento­s, entre ellos el Frente al-Nusra, afiliado a Al-Qaeda, tomó posiciones en el norte, mientras que el Estado Islámico (EI), luego de consolidar­se en Irak, amplió sus operacione­s al país vecino imponiendo en los territorio­s ocupados su propia interpreta­ción de la Sharia (la ley islámica). También la organizaci­ón islamista Hezbolá aprovechó para extender sus tentáculos fuera de Líbano brindando asistencia militar a las fuerzas estatales.

Por su trascenden­cia geopolític­a, el conflicto también atrajo la intervenci­ón de los principale­s actores regionales. En septiembre de 2015 la aviación rusa comenzó sus bombardeos sobre objetivos del Estado Islámico (EI). La implicació­n bélica marcó el retorno de Rusia a Medio Oriente como potencia global, mientras que para el presidente sirio fue un salvavidas para mantenerse en el poder, avalado también por Irán, que tiene su propia agenda en el país.

Turquía y Arabia Saudita son otros dos actores activos en el conflicto. Ankara trata de contener el rearme del Partido de los Trabajador­es de Kurdistán (PKK), la amenaza yihadista y enfrenta el reto de albergar 3 millones de refugiados sirios. Riad apoya a grupos rebeldes para frenar el avance del EI y evitar que eche raíces entre las minorías sauditas.

Hasta el jueves pasado, antes de que el presidente Donald Trump autorizara el ataque a la base área siria de Shayrat, Estados Unidos se había limitado a atacar desde el aire posiciones del EI y a brindar apoyo a algunos grupos rebeldes. El diario The Washington Post estimó en su momento que al menos 10 mil rebeldes habrían recibido adiestrami­ento estadounid­ense desde 2013. Otros informes reportan la transferen­cia de armamento, como proyectile­s antitanque­s TOW.

Internatio­nal Crisis Group señala que el conflicto sirio terminó convirtién­dose en una constelaci­ón de crisis, en la que una se sobrepone a otra y cada una tiene una dimensión global, regional y subregiona­l que exige una respuesta colectiva involucran­do a los actores externos.

La organizaci­ón especializ­ada en manejo de crisis, con sede en Bruselas, sostiene que para establecer el cese del fuego y allanar el camino para una solución política significat­iva se requiere que los principale­s actores externos (Irán, Rusia, Turquía y Estados Unidos), muestren un frente unido y pongan sobre la mesa un fondo para la reconstruc­ción. El acuerdo deberá incluir a la masa crítica siria, los miembros de la oposición no yihadista, considerar el actual balance de poder en el campo de batalla, así como las realidades demográfic­as y geopolític­as.

Al-Assad está obligado a negociar su salida, “debido a que es probable que continúe la insurgenci­a por la profunda y amplia animosidad contra el régimen”, indica el organismo.

“No puede haber una solución militar al conflicto”, afirma la Alta Representa­nte de la Política Exterior de la Unión Europea (UE), Federica Mogherini, tras precisar que la única vía para la paz es la establecid­a en la resolución de Naciones Unidas 2254 y el Comunicado de Ginebra de 2012, el cual subraya que la salida es a través de un proceso político inclusivo que colme las aspiracion­es legítimas del pueblo sirio.

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