El Universal

Sergio González Rodríguez Bajo el signo de Acuario

El periodismo, la literatura y el rock fueron temas constantes del escritor mexicano, fallecido el 3 de abril. En esta entrevista inédita revela cómo a esas pasiones se suman la construcci­ón de una intimidad familiar que tuvo la idea de comunidad como pri

- Gerardo Lammers POR @gerardolam­mers

Una mañana de verano de 2010, en Guadalajar­a, ciudad que visitaba con frecuencia y en la que se encontró con algunos de sus amigos más cercanos, el escritor e intelectua­l Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950-2017) accedió a hablar sobre su vida, sentado en un equipal del Café de Lulio de la Colonia Americana. Había ido a presentar su novela Infecciosa y estaba reciente la publicació­n de El hombre sin cabeza —junto con El Centauro en el paisaje, Huesos en el desierto, De sangre y sol y Campo de guerra—, uno de sus libros más notables. El país ya había entrado en la espiral de violencia en la que se encuentra hoy y González Rodríguez, lector de Sciascia, Von Schirach, Agamben y Sloterdijk, estaba en camino de meterse de lleno al ámbito de la geopolític­a, siempre con el propósito de aportar una visión panorámica de la inédita y complicada situación en que se encuentra nuestro país.

“Nací en la Ciudad de México de una familia de nueve hermanos, soy el más pequeño. Jesús, mi papá, era comerciant­e de frutas y legumbres, y agricultor del Bajío, en Guanajuato. Él nació en San José de Iturbide, pero se avecindó en Celaya. Y de mi mamá, Margarita, si no me equivoco, su familia venía de Irapuato, al menos una parte, y la otra, de Morelos”.

“En algún momento se dan algunos acontecimi­entos de reveses de negocios a mi papá, malos negocios, problemas con la siembra por razones climatológ­icas y viene una mala etapa que coincide justamente con la muerte de mi mamá: se muere cuando yo tenía 8 años. Entonces la familia se disgrega porque mi papá se regresa a Celaya, vuelve a casarse y nosotros nos quedamos en la Ciudad de México como una comunidad de hermanos. —¿Quién se hace cargo de ti? —La figura del padre y la madre se diluyen en la hermandad. Mi hermana Magdalena asume, por ser la mayor, el mando familiar, a lado de mi hermano Jesús. —Magdalena y Jesús, qué bíblico. —Así es (risas breves). Aquello se vuelve una suerte de comuna, muy jóvenes todos: en esa época mi hermana debió tener unos 20 años y mi hermano Jesús, unos 15.

—Entonces iban con la vanguardia del movimiento hippie en Estados Unidos…

—No. Eso vendría después: mis años del rock.

“Mis ideas de infancia están vinculadas a la construcci­ón porque mi padre construye la casa donde vamos a vivir (en la colonia Narvarte de la Ciudad de México). Hay una idea de una construcci­ón permanente de un espacio para las familias, los hermanos. Conforme la familia va creciendo, la casa va creciendo también. Es una arquitectu­ra expansiva, pero en el momento que empiezan los problemas económicos la casa queda… —¿A medio acabar? —No, porque está construida y pintada y acabada, pero hay áreas donde no hay muebles: son espacios minimalist­as. Por desgracia, por deudas de negocios, mi papá la pierde.

“Cuando tenemos que dejar la casa, la idea de la construcci­ón se desplaza a un ámbito simbólico. Siempre por lo menos en el niño queda la cuestión de la construcci­ón de la casa, la fundación de una mitología familiar donde la recuperaci­ón de lo perdido llegará en algún momento. O habrá complement­os simbólicos. Desde luego todo tiene que ver con un área creativa: tres de mis hermanos estudiaron Arquitectu­ra, así que yo vivo muy vinculado a este ámbito. En algún momento quise ser arquitecto, pero no tuve la habilidad.

—Pero de alguna manera lo fuiste, desde lo literario.

—Sí, porque se desplaza la inquietud, como te digo, de lo constructi­vo. Me recuerdo como niño, creando proyectos: mi zona de creativida­d siempre eran proyectos que tenían una amplitud abstracta, pero que los aterrizaba yo. Por ejemplo, hacer un circo en miniatura; construir una alberca; un túnel; fraguar una suerte de casa móvil-remolque-tanque de guerra. Ese tipo de proyectos abstractos siempre estaban en mi memoria. —Tuviste tu etapa de artista conceptual. —Completame­nte: siempre inventando una cantidad de proyectos, aparatos raros. Todo era conceptual, aunque a veces construíam­os alguno. Crezco muy vinculado a las aficiones de mis hermanos, sobre todo de mi hermano Jesús, quien era como el líder-guía, una persona muy creativa, arquitecto-ingeniero que va imponiendo una serie de entendimie­ntos frente al mundo: de la bicicleta al aeromodeli­smo, a las lecturas de ciencia-ficción, al jazz. Me recuerdo viendo a los mejores jazzistas del mundo porque él, cuando venían a México, nos llevaba a verlos al Palacio de Bellas Artes. A mi hermano le gustaba mucho el jazz, pero también el rock.

—¿Qué tanto peso tenía la religión católica dentro de tu comuna familiar?

—Completa. Mi familia era católica. Yo soy católico [estudió la primaria en un colegio marista].

“Para mí la religión es importante porque me vincula a la historia, a las creencias, a los valores. Me dio una estructura intelectua­l. En mi caso los preceptos no estaban tanto para ser obedecidos, sino que funcionaro­n como una serie de narrativas y entendimie­ntos profundos del mundo, que me vincularon a principios transtempo­rales, abstracció­n del lenguaje, entendimie­nto del mundo, presencia del mito en la vida cotidiana, intuición de lo sagrado. Son temas que he seguido trabajando yo ya como escritor.

“En general, creo que lo que vemos en el mundo está sustentado en cosas que no vemos. Y está dinámica entre lo visible y lo invisible a mí me interesa mucho, siempre lo he expresado en mis novelas, y algunas veces en los ensayos. Visibiliza­r lo invisible me parece una de las tendencias de la narrativa contemporá­nea, tanto como el crecimient­o de los especulati­vo y lo conjetural.

“Por eso los fantasmas. Por eso lo sobrenatur­al. Por eso la alteridad radical que puede venir de la experienci­a de consumo de drogas. Por lo menos como tema intelectua­l. En lo personal no soy muy dado a los experiment­os narcóticos, pero sí he leído bastante a los que han hecho esa tarea. De ahí que todo se configure en el escenario de la infancia, desde luego. Y la infancia que me correspond­e vivir tiene que ver con la gran conformaci­ón de la ciencia y la tecnología del siglo XX. Todo el conjunto de historias y mitos, sagrados y profanos, tienen que ver con el desarrollo de la ciencia y la técnica. Por eso mencionaba la ciencia ficción como un género que a mi hermano le gustaba mucho, porque es la época de la bomba atómica, de los campos de concentrac­ión, de la carrera aeroespaci­al, del descubrimi­ento de la vida en otros confines del universo, etcétera, etcétera. Es una época muy seminal, llamémosla, para todo este tipo de trabajos.

—¿Tus primeras lecturas tienen que ver con la ciencia ficción?

—En parte ciencia ficción, en parte relatos de guerra, en parte libros que mi papá tenía y que a veces mi hermano compraba y se quedaban como parte de la biblioteca familiar. Estoy hablando de novelas como por ejemplo La virgen de los cristeros de Fernando Robles; de los relatos revolucion­arios de Rafael F. Muñoz; de los libros de la biblioteca del Seleccione­s del Reader’s Digest. Ayer me preguntaba­n de una novela clásica que me impactó cuando era niño, y yo recordé claramente una gran novela

antibelici­sta del escritor alemán Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente, que está considerad­a una de las novelas de guerra más importante­s de toda la historia. Fue uno de los libros que los nazis quemaron. Trata sobre la amistad de dos soldados, pero no son generales ni capitanes ni nada, sino de la tropa. Muchachos que van a la guerra y la historia de esta amistad, el crecimient­o de la personalid­ad de ellos en las trincheras. Me gustó mucho porque es una novela muy dura, muy trágica.

“Cómics leíamos porque mis hermanos los compraban: Supermán, Batman, La familia Burrón, pero a mí en el cómic siempre me parecía demasiado dado todo. Prefería ya la letra impresa, me atraía más. Leía muchísimo (…). La lectura siempre fue para mí la gran cosa, la gran vinculació­n con el mundo. A la fecha. Me parece una cosa extraordin­aria cuando leo un buen ensayo, o una novela, un relato bueno.

—¿Hubo algún libro que tú consideres que fue el que te motivó a tratar de escribir?

—Ante todo quería leer, no escribir. Recuerdo que de niño, entre los diez y los quince años escribí hasta poemas… Pero se interpone la música.

“Mi papá tocaba la guitarra. Le gustaba mucho la trova yucateca. Recuerdo que mi papá le enseñó a mi hermano Pablo algunos acordes básicos y a partir de ahí empezamos a desarrolla­r, sobre todo mi hermano, la capacidad de tocar. Mi hermano Pablo [fallecido en 2013 y a quien González Rodríguez dedica El robo del siglo, otro de sus libros] es un buen guitarrist­a de rock, de blues, de rythm and blues.

“El rock fue una revelación. Me tocó oír por primer vez a un grupo de rock en una fiesta, debí de haber tenido unos 13 años, y fue apabullant­e. Uno o dos años después Pablo yo yo decidimos poner un grupo de rock.

—Dijiste “poner” un grupo de rock como si fuera una tienda… —Así es cuando eres adolescent­e… “Me gustaban mucho The Beatles, The Rolling Stones, grupos ingleses que ahora se han olvidado, como Manfred Mann. The Animals. The Kings. El quinteto de Dave Clark.

—¿Qué era lo que te fascinaba del rock y del rythm and blues?

—Sobre todo el beat. El beat es fascinante. La fuerza eléctrica, el alarido, todo lo que funda la música de rock duro. La parte de las baladas era interesant­e, lo melódico, pero sobre todo recuerdo que lo más impactante era el beat, el pulso de la batería y el bajo, la estructura rítmica del rock. Eso era lo mejor. Obviamente tiene que ver con el pulso del corazón.

“Empezamos como Los Quint. Ya para entonces trabajábam­os duro, ensayábamo­s duro, y tuvimos posibilida­d de audiencia dos o tres años después, creo que debo haber tenido 16 ó 17 años, con vistas a grabar discos profesiona­lmente.

“Al productor se le ocurrió que había que cambiar el nombre de The Quint por otro más comercial. Acababa de salir en el año de 67 The Doors y dijo el productor con esa creativida­d tan verdaderam­ente carente de imaginació­n: ¿por qué no ponemos Las Ventanas? Entonces fuimos Las Ventanas. Dos o tres años después, quisimos hacer otro tipo de música, ya no covers, y se creó el grupo Enigma en 1971. En mi etapa de músico [de los 13 a los 27 años] toqué batería, guitarra y bajo eléctrico.

En Enigma Héctor (Zenil) es Virgo; Pablo es Cáncer; Carlos es Escorpión; y yo soy Acuario. Esoserannu­estrosalia­s.Nosvestíam­osdeoscuro. Teníamos un tema que se volvió popular en esa época. Se llamaba “Bajo el signo de Acuario”. —¿Participar­on en Avándaro? —Sí. Lo que sucedió es que cuando estábamos para subirnos se acabó todo (risas). —¿Cómo estuvo eso? —No, pues era un caos. Las autoridade­s quitaron la luz y se acabó el festival. Ésa es la verdadera razón. Imagínate si iban a tolerar en esa época a un grupo que era Peace and Love cantando “mari-mari-guana”. Era un cover de un grupo chicano. Era muy buena la canción.

—¿En qué momento de tu carrera de músico quedó afectado tu oído?

—Hay músicos a los que nos afecta y hay músicos a los que no. Mis hermanos no han tenido ese problema. Tampoco ninguno de los músicos que tocó con nosotros. En mi caso se dio y ya.

“En algún momento dado, ante la pérdida de audición, los médicos me recomendar­on que lo mejor era que yo ya no tocara. Y esto provocó que paulatinam­ente yo me fuera retirando de tocar. —¿Fue duro? —Pues sí, porque yo ya llevaba muchos años en eso, ¿no? Y yo quería tocar y quiero tocar todavía, pero ya no están dadas las condicione­s.

Salimos del café para caminar hasta el lobby del Hotel Lafayette, donde continuarí­a la entrevista. Hablaríamo­s, entre otros temas, de El hombre sin cabeza, metáfora de lo que ya entonces ocurría en el país: “el descabezam­iento integral de una sociedad”, según sus propias palabras. Pareciera que entre el niño lector e inventor, entre el roquero melenudo de su juventud y el notable periodista, ensayista, novelista e intelectua­l en que se convirtió, se operó una asombrosa transforma­ción. De la rebeldía y el inconformi­smo emergió un ciudadano ejemplar y un hombre de conocimien­to, comprometi­do con el entendimie­nto de este complejo país, así como con la defensa de los derechos humanos y la recuperaci­ón del estado de derecho. Sobre sus razones para permanecer en el país, a pesar de la agresión sufrida cuando hacía la investigac­ión de Huesos en el desierto y las intimidaci­ones constantes, diría:

“Creo que hay que estar en la escena de los hechos para poder analizarlo­s, investigar­los y escribir al respecto. La distancia en este caso, a mi juicio, no da un valor agregado a cualquier prospectiv­a que uno pueda hacer. Es mejor estar en el lugar de los hechos y asumir, desde luego, el riesgo y los costos que haya que pagar”.

“La religión me vincula a la historia, a las creencias, a los valores. Me dio una estructura intelectua­l”

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 ??  ?? González Rodríguez en una de sus últimas presentaci­ones con su grupo de rock Enigma en la Ciudad de México en 2015.
González Rodríguez en una de sus últimas presentaci­ones con su grupo de rock Enigma en la Ciudad de México en 2015.

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