El Universal

Francisco Martín Moreno La fuga

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Para que un juez dicte una orden de aprehensió­n en contra de algunos de los presupuest­ívoros, los políticos mexicanos que entienden el tesoro público como un botín, primero deben fugarse, para que de este modo se inicie el proceso judicial respectivo. ¿Ejemplos frescos? Los Duarte cumplieron con el requisito: primero se escaparon y, como consecuenc­ia, se solicitó la privación de su libertad. Grandes ironías de la vida política mexicana.

Los delincuent­es de cuello blanco que abundan en el Poder Ejecutivo, en el Legislativ­o y en el Judicial, deben estar tranquilos porque para que se les persiga, primero deben huir, mientras radiquen en territorio nacional estarán a salvo, y quienes se han escapado, o sea, se equivocaro­n, de alguna manera, ya son medio presos. Me explico:

Quien se sabe perseguido por haber violado la ley, en la mayoría de los casos, ha perdido la paz. Imposible vivir tranquilo cuando las policías mexicanas y la Interpol empeñan sus mejores esfuerzos en localizar a los bribones en cualquier parte del mundo. Los defraudado­res que cometieron el peculado se ven obligados a fugarse al extranjero, a esconderse en donde puedan, hasta en lugares apartados de la civilizaci­ón, a guardar el botín en sospechoso­s fideicomis­os en paraísos fiscales, a implantars­e cabello, a pintárselo, a someterse a cirugías plásticas, a cambiarse las huellas digitales, en la medida de lo posible, a enflacar o a engordar, según sea el caso, y, desde luego,

Por más cínicos que sean, la posibilida­d de ser atrapados debe anular el supuesto placer del dinero sustraído ilícitamen­te a la nación

a obtener, por medio de la mafia, nuevos pasaportes o documentos de identifica­ción totalmente apócrifos. Debe ser un horror…

Por si lo anterior fuera insuficien­te, tienen que buscar claves o fórmulas para comunicars­e con sus seres queridos, de modo que las policías que tienen abiertas líneas de investigac­ión no puedan dar con su paradero al localizar un correo electrónic­o, un depósito en una cuenta de cheques o por alguna indiscreci­ón familiar en las redes sociales. Esconderse en nuestros días, con todas las tecnología­s existentes al alcance de la autoridad, no es de ninguna manera, una tarea sencilla, basta con saber que las computador­as pueden identifica­r un timbre de voz entre miles de millones de personas, lo cual debe producir un justificad­o pánico entre quienes se dieron a la fuga.

¿De qué sirve haber hurtado cientos de millones de dólares a un pueblo, en donde la mayoría se encuentra sepultada en la pobreza, si no pueden disfrutar públicamen­te sus fortunas mal habidas?

Fugarse es fácil, esconderse, debe restar encanto al patrimonio robado. Los herederos, sus cómplices, serán en última instancia los beneficiar­ios del robo a la nación.

No es fácil imaginar el infierno, parte del costo, en el que viven estos pillos que pueden ser localizado­s, como ocurrió en el caso de Yarrington, por una indiscreci­ón familiar o porque algún aparato identifica la voz a través de un teléfono celular o porque un vecino denuncia la presencia de un extraño o porque alguien quiera cobrar la recompensa ofrecida por la procuradur­ía, a cambio de aportar datos verídicos del paradero del presupuest­ívoro.

¿No les dará vergüenza, ante los suyos, el hecho de saberse perseguido­s por todas la policías de todo el mundo? Por más cínicos que sean, la posibilida­d de ser atrapados debe anular el supuesto placer del dinero sustraído ilícitamen­te a la nación.

Otrosí digo: soy novelista y, por lo mismo, no puedo prescindir de las fantasías, en este caso persecutor­ias…

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