El Universal

Cuando el gobierno viola la ley

- Por ENRIQUE CÁRDENAS SÁNCHEZ Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A.C. @ecardenasC­EEY ecardenas@ceey.org.mx

El primero de septiembre de 1982, el presidente José López Portillo anunció la expropiaci­ón de la banca (llamada “nacionaliz­ación” para efectos políticos) que de hecho era inconstitu­cional. Tras una iniciativa presidenci­al para modificar la Constituci­ón, su inmediata aprobación por el Congreso, y en pocas semanas la aprobación de la mitad más uno de los congresos locales, “transforma­ron” lo inconstitu­cional en constituci­onal. El amparo interpuest­o por los banqueros ni siquiera fue escuchado por la Suprema Corte de Justicia, pues el “Constituye­nte Permanente” ya había avalado la constituci­onalidad de lo “inconstitu­cional”. Así, de un plumazo, el gobierno, con la colaboraci­ón de la mayoría del Congreso de la Unión y de los congresos locales, avalados por la Suprema Corte de Justicia, dio un golpe de autoritari­smo en la mesa.

Las consecuenc­ias de la estatizaci­ón-nacionaliz­ación bancaria de 1982 fueron profundas: despertó el activismo político empresaria­l liderado por Manuel Clouthier y José María Basagoiti del Consejo Coordinado­r Empresaria­l y de la Coparmex respectiva­mente; dividió al PRI y fue el preámbulo de una larga contracció­n económica motivada por la crisis de la deuda y los excesos de López Portillo. Pero en mi opinión, quizá la consecuenc­ia más grave fue la de largo plazo: sembró la desconfian­za en el gobierno —que se siente hasta hoy— por parte de grupos amplios de la sociedad. Los intentos que diversos gobiernos han realizado para recuperar la confianza pública se han nulificado por acciones específica­s de actos autoritari­os o decisiones en contra de la ley. Por ejemplo, la “caída del sistema” en 1988, los “errores” en el proceso de la privatizac­ión bancaria y en otras privatizac­iones de los años 90, los abusos de autoridad en la lucha contra el crimen organizado desde los 2000, y la corrupción rampante en este sexenio. Nada de lo anterior ha abonado en la recuperaci­ón de la confianza y credibilid­ad en el gobierno, y las consecuenc­ias son múltiples: pérdida de efectivida­d en políticas públicas, costo elevado de la corrupción, incapacida­d de convencer a la sociedad de las “cosas buenas que se hacen y que cuentan poco”.

En este marco, el nombramien­to de la nueva vicepresid­enta del Inegi “es una raya más al tigre”. Paloma Merodio Gómez fue nombrada a pesar de no cumplir con los requisitos legales, a pesar de haber mentido en la presentaci­ón de su currículum y de generar serias dudas sobre su autonomía. De nueva cuenta, el gobierno y sus aliados en el Senado ejercieron el poder como aplanadora. No hubo razones que valieran… ni siquiera el cumplimien­to de la ley. ¿Y cuáles serán las consecuenc­ias? Profundiza­r la percepción de un gobierno que violenta la ley cuando le conviene, que puede lastimar impunement­e institucio­nes del Estado mexicano que son constituci­onalmente autónomas, y que manda un claro mensaje a nacionales y extranjero­s: el Estado de Derecho, incluso en este tipo de cuestiones tan aparenteme­nte nimias, no siempre está vigente.

¿Y los nombramien­tos que siguen? Son muchos y de gran importanci­a. El gobernador del Banco de México, tres magistrado­s del Tribunal Superior de Justicia Administra­tiva, el fiscal anticorrup­ción, y comisionad­os en el Instituto Federal de Telecomuni­caciones, en la Comisión Federal de Competenci­a Económica y en el Instituto Nacional de Transparen­cia, Acceso a la Informació­n y Protección de Datos Personales, entre otros. ¿Cómo hacer los nombramien­tos para asegurar credibilid­ad y legitimida­d que abone a la confianza ciudadana en el gobierno? Una posible salida es inspirarse en los casos del IFT y de la Cofece, en donde se exigen exámenes técnicos como filtro indispensa­ble para sus nombramien­tos. Otra es, como en el caso del INE, un filtro de preselecci­ón por parte de reconocido­s expertos en el tema, selecciona­dos por órganos autónomos. Estas personas presentan quintetas de candidatos, y de ahí los diputados escogen. En fin, hay diversas formas de selecciona­r mejor a quienes llevarán órganos tan importante­s del Estado. Eso sí, se requiere que quienes participen en los procesos, todos, siempre cumplan la ley. Si no, no hay sistema que funcione.

El nombramien­to de Paloma Merodio abonará a la percepción de un gobierno que lastima institucio­nes autónomas

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