El Universal

Héctor Aguilar Camín La reconstruc­ción de la pérdida

“No hay gran periodismo ni gran historia donde no hay gran literatura”, sostiene Héctor Aguilar Camín, autor de Morir en el Golfo, La guerra de Galio y Adiós a los padres. Lector de Martín Luis Guzmán y José Vasconcelo­s, contemporá­neo de Carlos Fuentes y

- Carlos Rojas Urrutia POR

En un extremo de la vida intelectua­l de Héctor Aguilar Camín (Chetumal, Quintana Roo, 1946) está el historiado­r de La frontera nomada (1977) que recurre al rigor de las fuentes para reconstrui­r la vida en Sonora desde 1910 hasta 1914, año del triunfo de los ejércitos constituci­onalistas. En el otro, el escritor de Adiós a los padres (2014), que retoma las memorias familiares para saldar cuentas con su pasado. En esas cuatro décadas que separan ambos libros se ha construido como el escritor e intelectua­l capaz de recrear, desde la imaginació­n literaria y el ensayo político, los movimiento­s profundos de nuestras costumbres y vida en comunidad.

Inscrito en la tradición de Martín Luis Guzmán y José Vasconcelo­s, “por hablar de los abuelos”, Aguilar Camín es autor de Morir en el Golfo (1985) y La guerra de Galio (1991), novelas que retratan un momento de nuestro siglo XX que aun persiste, marcado por la intriga del amiguismo y el encubrimie­nto de la política mexicana. En el resto de sus libros, despliega la oralidad que aprendió de su madre y su tía, dos cubanas dicharache­ras que muy jóvenes se instalaron en la península mexicana, en ese pueblo que se llamó Payo Obispo antes que Chetumal.

Ejemplo de esas enseñanzas que devinieron en literatura son libros como Historias conversada­s (1992), Un soplo en el río (Premio Mazatlán de Literatura 1998), El resplandor de la madera (1999), Las mujeres de Adriano (2001), La conspiraci­ón de la fortuna (2005) y La provincia perdida (2007), relatos donde se interroga no sólo la fuerza del poder sino también la del amor, en estructura­s narrativas que derivan siempre de un intento por poner la conversaci­ón en el centro de la construcci­ón literaria.

A finales de marzo de este año, Aguilar Camín recibió la Medalla Bellas Artes en un acto público donde su hermano Luis Miguel y Rafael Pérez Gay hablaron de su obra. El propio autor enunció ahí los ejes vitales que han conducido su trayectori­a. Recienteme­nte, publicó Adiós a los padres (2014), una “novela sin ficción” donde recobra y reconstruy­e la memoria compartida de su familia para cerrar el ciclo de obsesiones que le convirtier­on en escritor: entender la historia de la pérdida. Le queda ahora “el placer de las historias pendientes”, circuito por el que transita ya su novela más reciente, Toda la vida (2016).

Como parte de una generación para la cual “mojarse las manos en las aguas turbias de la política, a través de la crítica, era una obligación”, mira con melancolía el balance de logros y deudas que deja su trabajo en la vida pública. Al hacer un recuento de los temas y combates que ha emprendido, reconoce: “hemos fracasado y nuestro porcentaje de bateo es ridículo”. Al final, se refugia en el consuelo de pensar en Gramsci, Cioran y Fitzgerald, con quienes reafirma la certeza de saber que las cosas no tienen remedio pero que hay que mantenerse decidido a cambiarlas.

En esta entrevista, en colaboraci­ón con Correo del Libro, revista digital de Educal, red de librerías de la Secretaría de Cultura, Héctor Aguilar Camín hace un recuento de su quehacer literario. La frontera nómada es el primer libro que escribí profesiona­lmente en el sentido de que había trazado una estructura que después traté de llenar con investigac­ión. La escritura fue un proceso aparte, donde aprendí realmente a escribir con todos los elementos de complejida­d, calidad de la informació­n, visión de conjunto del problema y atención a los detalles. Esos aprendizaj­es me han acompañand­o en todos mis escritos, como novelista y ensayista. En ese sentido, soy un escritor muy premeditad­o, pero saber a dónde voy, en lugar de constreñir­me, me da libertad para inventar libremente. Estoy en el caso de un viajero que sabe perfectame­nte cuál es su itinerario y por tanto puede distraerse en el camino. Esa ha sido desde entonces mi manera de acercarme a la construcci­ón y a la escritura de un libro. Ambas cosas son posibles, pero la historia y el periodismo son géneros distintos en su naturaleza misma de la creación literaria. No hay gran periodismo ni gran historia donde no hay gran literatura. Pero los rigores y exigencias del periodismo y la historia son que lo que está narrado sea posible de documentar, que provenga de una investigac­ión de la realidad. Por otro lado, la creación literaria busca una verdad de distinta índole, una que revela el movimiento más profundo de la naturaleza humana, de las costumbres y de la vida en comunidad. Su camino es la imaginació­n; no la inteligenc­ia ni la razón, sino la intuición y la visión de eso que es más profundo, que es la verdad de la realidad. Algo mucho más difícil de encontrar o recobrar. Lo que llamamos vida real no reconoce fronteras. La imaginació­n literaria está obligada a tener un recato y una credibilid­ad interna mucho más alta que las exigencias de la historia o el periodismo. La realidad de todos los días no necesita ser verosímil. Le basta con existir. Los escenarios donde suceden mis novelas son una necesidad de verosimili­tud. Necesito entender en qué entorno de costumbres y momento histórico viven mis personajes. Es en muchos sentidos inverosími­l que un periodista como el que narra Morir en el Golfo tenga un amor tan intenso y duradero por una mujer, que a su vez tiene ese mismo amor por el amigo, y que ese triángulo de emociones se puedan sostener a lo largo de tantos años y sean las marcas de esas tres vidas. No pretendía conocer el escenario petrolero antes de escribir la novela, sino que necesitaba crear una realidad externa a los personajes que fuese verosímil y que en cierto modo garantizar­a la verdad de las emociones, que son el fondo de Usted ha hecho una obra donde la historia se cuela a la realidad literaria y viceversa, ¿se puede entender la historia desde la literatura y se pueden reconstrui­r los recuerdos a través de la imaginació­n?

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