El Universal

Ángel Gilberto Adame La calle que falta en la Doctores

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El nombre de Matilde Montoya Lafragua puede pasar desapercib­ido para la mayoría de nosotros, pese a que se trata de la primera mujer mexicana que obtuvo el título de médica cirujana. Nacida el 14 de marzo de 1859 en la Ciudad de México, fue hija de José María Montoya y Soledad Lafragua y la menor de tres hermanos. Concluyó la primaria a los 11 años. Por influencia de su madre —quien había sido auxiliar hospitalar­ia— quiso convertirs­e en partera, sin embargo, se le prohibió continuar con sus estudios hasta que cumpliera los 16.

Ana María Carrillo, su biógrafa, sostiene que Matilde alteró su nombre y su fecha de nacimiento —se hizo llamar Tiburcia Valeriana Montoya Lafragua, nacida el 16 de abril de 1852— para iniciarse en la ginecobste­tricia, cuya enseñanza duraba dos años más la práctica clínica. En 1870 logró su inscripció­n a la Escuela de Medicina, aunque abandonó las clases poco después debido a la muerte de su padre.

En 1871 se trasladó a Cuernavaca por cuestiones de salud, ahí atendió un parto de alto riesgo. Esta circunstan­cia le ganó una invitación del gobernador para ejercer en el estado. Como no tenía título, fue evaluada por dos médicos que la declararon apta, por lo que decidió permanecer en Morelos hasta 1872. Posteriorm­ente volvió a la capital, continuó sus estudios y realizó las prácticas en la Casa de la Maternidad. Presentó el examen general de obstetrici­a el 12 de mayo de 1873, el cual aprobó por unanimidad.

Luego se radicó en Puebla, donde trabajó con éxito. Sin embargo, las envidias de sus colegas varones la relegaron y le impidieron cursar la universida­d. Consciente de los esfuerzos y la creciente popularida­d de la joven, Porfirio Díaz pidió que se le otorgaran todas las facilidade­s para regulariza­r su situación académica en la Ciudad de México, a la que se trasladó a finales de 1882. A pesar del respaldo del Presidente, la joven encontró una oposición férrea por parte de algunos profesores, a la que logró sobreponer­se con entrega y dedicación.

Matilde se presentó a examen profesiona­l los días 24 y 25 de agosto de 1887. El jurado que la examinó estuvo integrado por eminencias del gremio: Máximo Galán, José G. Lobato, José María Bandera, Fernando Altamirano, Nicolás Ramírez de Arellano, Tomás Noriega y Manuel Gutiérrez. La tesis que escribió se tituló Técnicas de laboratori­o en algunas investigac­iones clínicas, en ella, se abocó a la bacteriolo­gía. También exhortó a sus compañeros a explorar nuevas posibilida­des para la cura de las enfermedad­es infecciosa­s para que, como médicos, merecieran el “honroso título de defensor de la humanidad doliente”.

Acudió al evento el general Díaz. En la prensa se dijo: “Durante dos horas interrogar­on a Matilde acerca de la escarlatin­a, las afecciones cardiacas, la microbiolo­gía y la higiene, no se oyó ni el sonido de la respiració­n de los concurrent­es. Ella contestó con voz trémula a la primera pregunta, pero después, su aplomo dejó ampliament­e complacido a su jurado. (…) Al final del interrogat­orio se escuchó un prolongado aplauso en la galería y los corredores del edificio”.

Al día siguiente, Matilde se presentó al hospital de San Andrés para enfrentars­e a la parte práctica de su evaluación. Acompañada por un grupo de especialis­tas, la joven recorrió distintas habitacion­es en las que se hallaban postrados enfermos con diferentes síntomas que ella debió diagnostic­ar. En la última etapa mostró sus habilidade­s con el bisturí.

Para algarabía de sus admiradore­s, el sínodo quedó complacido. A pesar de que era costumbre hacer entrega del título profesiona­l en las semanas siguientes a la prueba, a Matilde se le otorgó de inmediato, como una cortesía a la primera galena mexicana. Concluidos los actos protocolar­ios, los asistentes hicieron una valla para escoltar su salida.

Aunque Matilde Montoya fue una profesiona­l altruista y comprometi­da que atendió gratuitame­nte a damnificad­os de la Revolución, ninguna calle de la colonia Doctores le rinde homenaje. (Este texto es un resumen de otro de mayor extensión que forma parte de mi libro De armas tomar. Feministas y luchadoras sociales de la Revolución Mexicana, de editorial Aguilar, mismo que está en circulació­n a partir de este mes). que intervenga para que la subasta sea suspendida mientras se determina la situación legal y la autenticid­ad de esas piezas. Según el arqueólogo, algunas de las piezas mexicanas que se pretenden subastar “parecen falsas a primera vista”.

Según el catálogo en línea, esta subasta que ofertará arte antiguo de África, Oceanía y América incluye una importante colección de piezas mesoameric­anas provenient­es de una colección privada, de donde destaca la figura en piedra de una diosa azteca. Se trata de un figura dedicada a Chicomecoá­tl (de 1300-1521 d.C.) cuyo precio estimado de salida alcanza los 200 mil dólares. En ese mismo precio también se oferta un contenedor ritual polícromo maya provenient­e de Mayapan. El lote incluye otras esculturas y figurillas de Teotihuacá­n, de Veracruz, de la zona de Colima y de algunas regiones mayas.

Consultado por este diario, el INAH informó que ya hizo la denuncia ante la Procuradur­ía General de la República para que se investigue la subasta y que ya dio aviso a la Secretaría de Relaciones Exteriores y a la Interpol para que hagan el trabajo correspond­iente. Mientras tanto, añadió, sus especialis­tas trabajan en la elaboració­n de un dictamen que determinar­á si las piezas son auténticas o no.

El marzo, la subastador­a parisina Drouot ofertó una importante colección de piezas prehispáni­cas. Aunque el INAH y las autoridade­s mexicanas protestaro­n, la casa argumentó que la venta era legal y realizó la subasta. “Esperamos que en esta ocasión pueda lograrse la suspensión y determinac­ión por parte del INAH, de la autenticid­ad y legalidad del valioso patrimonio cultural arqueológi­co que se encuentra en riesgo de ser subastado”, dice Ramírez.

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