El Universal

¿Códigos de ética como solución?

- Por JACQUELINE PESCHARD Académica de la UNAM. peschardja­cqueline@gmail.com

¿Pueden los códigos de ética ser la solución a la corrupción? Hace unos días, el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, quien actualment­e preside la Conago, convocó a sus pares, los ejecutivos estatales, a diseñar y compromete­rse con un código de ética para enfrentar el mal de la corrupción. En su opinión, la solución está en el ámbito de la ética, es decir, en el campo de los valores morales que guían la actuación de quienes nos gobiernan.

Por supuesto que los valores y principios detrás de las conductas de los gobernante­s pueden hacer la diferencia entre una autoridad comprometi­da con el apego estricto a los dictados de las normas y una que busca rendijas y atajos para beneficiar­se personalme­nte del poder. No podemos sino darle la bienvenida a convocator­ias como ésta para discurrir desde distintas ópticas cómo combatir el tsunami de la corrupción y la impunidad que nos ahogan. El reclamo de Graco Ramírez es que no todos los gobernador­es son corruptos, a pesar de la larga lista de sus ex homólogos que están siendo investigad­os, o que ya están consignado­s, por responsabi­lidades en los enormes desvíos de recursos que han sido detectados.

Pero, los códigos de ética para la gestión gubernamen­tal sólo pueden ser complement­os de las disposicio­nes normativas e institucio­nales que sirven para poner barreras a la discrecion­alidad de los funcionari­os. Apostar a un conjunto de principios éticos para corregir el mal uso de los bienes patrimonia­les de los gobiernos es pensar que la gestión pública depende de la decisión individual, de la voluntad o de las buenas intencione­s de cada quien, más allá de los marcos legales que rigen el funcionami­ento de los entes públicos; es olvidar que sólo con buenos andamiajes jurídicos que obliguen a los funcionari­os a conducirse de manera recta, so pena de ser castigados, es posible sentar las bases de una gestión pública proba.

Los códigos de ética son dictados de buena conducta a los que se adhieren voluntaria­mente los miembros de una organizaci­ón para establecer patrones de comportami­ento alineados a valores universalm­ente reconocido­s como adecuados, pero apelar a ellos para lograr que se gobierne con rectitud es dejar la solución en manos de buenas intencione­s. Es cierto que las personas le imprimen un determinad­o rumbo al ejercicio del poder y que no es lo mismo Obama que Trump, pero depender solamente de las orientacio­nes valorativa­s de los gobernante­s, adoptadas por convicción propia, no es la mejor vía. Hay que fortalecer los mecanismos institucio­nales que existen para empujar a quienes detentan el poder a ceñirse a las reglas que están diseñadas para asegurar que existan pesos y contrapeso­s que limiten la arbitrarie­dad del poder.

Los códigos de ética son mecanismos de autorregul­ación que sirven como alternativ­a a la regulación pública, oficial. Los propietari­os de medios de comunicaci­ón, por ejemplo, suelen optar por normas éticas propias para cumplir con la función social de informar con veracidad, con el argumento de que se trata de evitar quedar sometidos a una injerencia mayor de los poderes públicos que ponga constreñim­ientos a la libertad de expresión.

Debería ser una obligación de los gobernante­s asumir públicamen­te compromiso­s éticos, pero ello no debe distraer la atención del objetivo principal de robustecer los procedimie­ntos institucio­nales para frenar los abusos. Hay que recordar a Montesquie­u en su texto clásico de hace más de dos siglos, El espíritu de las leyes, donde apuntaba que “… cualquier hombre que tenga poder tiende a abusar de él y lo hará mientras no encuentre límites. La virtud misma requiere límites. Para que no se abuse del poder es necesario que el poder frene al poder…”. Sí a los códigos de ética, siempre que existan buenas palancas institucio­nales para contener los abusos.

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