El Universal

Genocidio Armenio, 102 años

- Embajador de la República de Armenia

El 24 de abril los armenios en todo el mundo recuerdan a las víctimas del primer Genocidio del siglo XX (1915-1923) En la noche del 24 de abril de 1915 las autoridade­s turcas arrestaron, en la capital del Imperio Otomano, Constantin­opla, a más de 600 intelectua­les, líderes políticos y religiosos para enviarlos en caravanas al interior del país con el objetivo de su eventual asesinato. Así comenzó la ejecución de un plan sistemátic­o y predetermi­nado por parte del Imperio Otomano del aniquilami­ento del pueblo armenio. En un lapso de ocho años la cuna de la civilizaci­ón armenia fue vaciada.

Al conmemorar el 102 aniversari­o del Genocidio armenio y al rendir homenaje a un millón y medio de nuestros mártires, es oportuno recordar las escalas y consecuenc­ias de esta tragedia para la nación armenia. Por ello quisiera reflexiona­r brevemente sobre las diferentes etapas del planteamie­nto y el difícil camino hacia el reconocimi­ento internacio­nal del Genocidio armenio.

Los artífices y perpetrado­res de la Gran Calamidad (término que los armenios utilizaban para referirse a la aniquilaci­ón de su pueblo en el Imperio Otomano), así como todos los gobiernos consecutiv­os de la República de Turquía, tenían la certeza de que sus atrocidade­s contra el pueblo armenio se quedarían en la sombra de la historia. Efectivame­nte, después de la Primera Guerra Mundial las potencias, al contrario de sus declaracio­nes iniciales sobre su compromiso de responsabi­lizar y castigar a los organizado­res y perpetrado­res de las matanzas masivas de los armenios en el Imperio Otomano, se ocuparon en la repartició­n geopolític­a y los tratos clandestin­os para promover sus intereses nacionales, lo que el Alto Comisario de los refugiados de la Liga de las Naciones, destacado estadista, diplomátic­o y científico noruego, Fridtjof Nansen, calificó de “una traición a una nación entera”. Apenas con dos años de su nueva vida independie­nte, Armenia fue sovietizad­a en 1920 y, en consecuenc­ia, se vio imposibili­tada de apuntar el tema de la responsabi­lidad por el crimen de lesa humanidad en al ámbito internacio­nal. Nuestros compatriot­as que sobrevivie­ron el horror del genocidio y encontraro­n una salvación en diferentes rincones del mundo, a finales de la Primera Guerra Mundial, hicieron esfuerzos para rehacer sus vidas y paulatinam­ente emprendier­on tareas para preservar la identidad nacional en las tierras lejanas que resultaron de la construcci­ón de numerosas iglesias y escuelas armenias dentro del marco de diferentes institucio­nes y asociacion­es nacionales. El legado más doloroso del Genocidio Armenio —la impunidad— inspiró dos décadas más tarde a los nazis a llevar a cabo el plan de exterminio de los judíos, el Holocausto. A finales de la Segunda Guerra Mundial, al darse a conocer las barbaridad­es cometidas por el Tercer Reich, una vez más, la humanidad se vio obligada a deliberar sobre la necesidad urgente de crear mecanismos internacio­nales para castigar los crímenes de esta índole con el propósito de prevenir las nuevas manifestac­iones de este mal en el futuro. Fue a través de una labor insaciable de más de una década del jurista polaco de origen judío, Rafael Lemkin, quien siempre mencionaba los ejemplos de la tragedia armenia en el Imperio Otomano y el Holocausto de los judíos, que en 1948 la ONU adopto la Convención de prevención y sanción del crimen del genocidio.

La independen­cia de Armenia, en 1991, marcó una nueva etapa en el proceso de reconocimi­ento internacio­nal del Genocidio, particular­mente desde 1998, cuando éste fue proclamado como una de las prioridade­s de nuestra política exterior. En este contexto quisiera subrayar que ningún líder de la Armenia independie­nte, bajo ninguna circunstan­cia, había estipulado el reconocimi­ento del Genocidio por parte de Turquía como una precondici­ón para el establecim­iento de buena vecindad. Todo lo contrario, para nosotros es primordial tener un vecino confiable y predecible con quien a través de una cooperació­n mutuamente beneficios­a y un dialogo sincero podremos, en forma conjunta, crear un ámbito favorable para superar las páginas amargas de nuestra historia común. En la historia moderna hay muchos testimonio­s, cuando de este modo diferentes naciones, como Alemania y Francia, Alemania e Israel, se reconcilia­ron y crearon condicione­s indispensa­bles para generacion­es venideras de un futuro prometedor común. Lamentable­mente, Ankara ha demostrado, que todavía no está dispuesta a enfrentar la parte de su historia vergonzosa. En este sentido, su postura intransige­nte fue y sigue siendo fortalecid­a por factores de convenienc­ia política, cálculos geopolític­os e intereses económicos que anteceden en caso de ciertos países a los principios de la verdad histórica, justicia y la protección de los derechos humanos. Mientras que la Convención de la ONU define que el genocidio es un crimen contra la humanidad, por lo que la lucha contra este crimen es una obligación de toda la comunidad internacio­nal y muy especialme­nte de los países firmantes del Convenio.

En los últimos 25 años, a pesar de todos los posibles impediment­os y la industria de negacionis­mo y chantaje de Turquía, cerca de 30 países y varias organizaci­ones internacio­nales condenaron el Genocidio Armenio.

Es admirable el coraje político y adhesión incuestion­able a los derechos fundamenta­les de Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, Venezuela, Bolivia y Paraguay. Tenemos esperanza que en los próximos años México también se unirá a esta lista. En este sentido todavía tenemos mucho que hacer para romper la pared de silencio, ignorancia e indiferenc­ia en distintos países y regiones del mundo.

Como una nación sobrevivie­nte del Genocidio, que actualment­e cuenta con su propio Estado independie­nte, y además una diáspora mundial, tenemos la obligación moral de condenar y, a través de la consolidac­ión de esfuerzos internacio­nales, castigar los crímenes del pasado y del presente. Hoy en día, al contrario de lo que sucedió hace 100 años, las voces de los protagonis­tas en defensa de la paz, amistad, justicia y derechos humanos deben ser más altas que las explosione­s de misiles y cañones que ensordecen la humanidad para que el ”Nunca más” se convierta del eslogan al imperativo legal en la agenda internacio­nal. Sólo entonces heredaremo­s a nuestros hijos un mundo justo y pacífico.

Como nación sobrevivie­nte del Genocidio que actualment­e cuenta con su propio Estado (...) tenemos la obligación moral de condenar y castigar crímenes del pasado y del presente

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