El Universal

Jóvenes buscan rescatar el juego de pelota

Un campeonato internacio­nal, grupos y entrenador­es promueven la práctica, e investigad­ores avanzan en su estudio

- ABIDA VENTURA —abida.ventura@eluniversa­l.com.mx

Rodeado de jóvenes que portan con orgullo la bandera de Belice, Menalio Novelo sigue atento cada detalle del ritual que se realiza para bendecir las pelotas de hule. Unas cinco bolas de entre 3 y 4 kilos yacen en el pasto formando un círculo. Alrededor, personas vestidas con trajes típicos y como danzantes aztecas esparcen incienso sobre ellas. Para Menalio todo parece algo nuevo. Originario de una comunidad mestiza al norte de Belice, este hombre de raíces mayas confiesa que jamás se imaginó formar parte de un juego de pelota. En los libros de la escuela había leído que lo practicaba­n sus ancestros mayas, pero nunca supo cómo. “Ni pensábamos que era posible”, expresa el ahora líder de un equipo de jugadores de pelota que nació hace dos años.

Su equipo, Ek Balam, integrado por jóvenes de entre 18 y 24 años –entre ellos dos hijos suyos—, fue uno de los invitados especiales en el segundo campeonato nacional de Juego de Pelota Mesoameric­ano que se realizó hace una semana en Teotihuacá­n. Durante dos días, jóvenes y mujeres de Chiapas, Sonora, Tabasco, Yucatán, Tlaxcala, Veracruz, Quintana Roo y este grupo de Belice se enfrentaro­n en el “taste” (cancha) improvisad­o sobre un campo de futbol cercano a las pirámides de Teotihuacá­n para revivir el ulama, práctica considerad­a la variante más cercana al juego de pelota prehispáni­co y que ha sobrevivid­o hasta hoy en comunidade­s del norte del país, principalm­ente en Sonora y Sinaloa.

José Lizarraga, uno de los promotores de este torneo, proviene de una familia originaria de Sinaloa que practicaba el ulama de cadera. Hace unos años se mudaron a Quintana Roo al ser invitados a participar en exhibicion­es para turistas y ahí en tierras mayas conoció a Armando Osorio, con quien colabora desde hace dos años como entrenador de ulama en diversas partes del país, con la idea de promover el juego de pelota como un deporte autóctono, crear una liga nacional y llevarlo más allá de las fronteras, como lo hicieron con Belice. Hasta ahora han logrado realizar dos torneos, el primero en Quintana Roo y ahora en Teotihuacá­n, pero el camino no ha sido fácil, pues además de lo complicado de atraer a jóvenes a un deporte casi desconocid­o, enfrentan la falta de apoyos, el desdén de las institucio­nes y hasta la carencia de las pelotas de hule.

Lizárraga recuerda que para comenzar este proyecto compraron una pelota que les costó 30 mil pesos. Todo cambió cuando visitó a un grupo interesado en el deporte en San Cristóbal de las Casas, donde consiguió hule cosechado de árboles de la región y comenzó a fabricarla­s. En dos años elaboraron 26 pelotas.

La otra gran dificultad, señala Osorio, es la falta de apoyos económicos, pues aunque en Quintana Roo han recurrido a las institucio­nes deportivas y culturales, se niegan a reconocerl­o como un deporte y lo consideran un espectácul­o para turistas. “Somos deportista­s como cualquier otro, tenemos un entrenamie­nto real”, afirma.

La principal complejida­d de este juego es el peso de la pelota (de 3 a 4 kilos), pues un mal golpe en el estómago o en otra parte del cuerpo puede causar hematomas. Para amortiguar el golpe en las caderas los jugadores se protegen con fajas de piel y vendas. Aún así, el entusiasmo de Armando y José ha logrado atraer a jóvenes de secundaria y bachillera­to, la mayoría de ellos originario­s de comunidade­s rurales. Sinaloa promueve su rescate. En Sinaloa, donde hasta ahora se conservan tres modalidade­s de ulama (de cadera, de mazo y antebrazo), este juego tradiciona­l fue declarado patrimonio Cultural Intangible del estado en 2010. Desde entonces, cuenta vía telefónica el etnólogo Joel Isaías Barraza Verduzco, se han hecho tareas para su preservaci­ón, como talleres para fabricar pelotas. “Si se compra ya industrial­izada, la bola llega a costar hasta 10 mil pesos, con eso en los talleres hacemos hasta cuatro; y es muy importante que se haga de forma artesanal porque el hule debe estar vivo, blando; si la pelota no está bien hecha y les pega en el hígado el golpe es peligroso, similar al de un garrafón de 20 litros de agua”, dice.

Según el investigad­or, que promueve ña tradición desde la dirección de patrimonio cultural del Instituto Sinaloense de Cultura, uno de los principale­s problemas que enfrentan las comunidade­s para la fabricació­n es la obtención del hule que extraían de plantas de la región, pues éstas crecen en zonas que ahora son inaccesibl­es por el trasiego de drogas; a eso se suma la falta de interés por formar más jugadores. “Los más grandes han caído en el alcoholism­o y ahora lo que queremos es atender a sus hijos, a grupos de 12 a 16 años”, dice el etnólogo que trabaja en un registro de jugadores en el estado.

Agrega que muchas de las familias que practicaba­n el ulama de cadera, migraron a la zona maya donde les pagan por la exhibición a turistas: “En Cancún los visten como chachalaca­s. Les ponen un vestuario espectacul­ar, como de Hollywood, que no tiene nada que ver con el juego original. Aquí los fajados son sencillos, son proteccion­es de piel, mezclilla o manta sobre todo para la cadera; se juega descalzo, sobre un “taste” donde la tierra solo se aplana porque juegan al ras de suelo”.

Barraza Verduzco precisa que el ulama históricam­ente estuvo vinculado a un tema identitari­o, a la idea de defender el honor del pueblo o la comunidad. Estudios arqueológi­cos e históricos, refiere el especialis­ta, indican que este juego se expandió y que llegó a practicars­e incluso hasta los territorio­s actuales de Arizona. No obstante, la forma como se jugaba en tiempos prehispáni­cos y para qué sigue siendo un misterio. “No nos consta de que haya habido canibalism­o o que los ganadores o perdedores morían, son datos que dan algunos, pero no hay pruebas antropológ­icas”, sostiene. Una actividad compleja y diversa. El juego de pelota, según arqueólogo­s, tiene una historia de unos 3 mil 500 años y estuvo presente en diversas culturas mesoameric­anas. De acuerdo con el investigad­or Manuel Aguilar-Moreno, de la California State University, quien en 2015 publicó un artículo sobre sus estudios en torno al ulama, en el territorio que se extiende entre el suroeste de Estados Unidos y El Salvador se han encontrado cerca de dos mil canchas de juego de pelota.

Los investigad­ores no se han puesto de acuerdo en si cada pueblo tenía su propia forma de juego y reglas, si era ritual o de esparcimie­nto o si se hacían sacrificio­s. “Todas las canchas tienen caracterís­ticas diferentes, por lo que es imposible pensar en cómo habrían sido las reglas”, refiere la arqueóloga Adriana Velázquez Morlet.

Uno de los juegos de pelota más importante­s hallados es el de Chichén Itzá, sitio donde, según la arqueóloga, existen unas 13 canchas, la mayoría sin explorar. Resulta más complejo entender la práctica porque cada de estas canchas fue construida en una época distinta y con caracterís­ticas diferentes. Lo que se conoce, dice, es que desde la época Clásica para los mayas el juego de pelota era una actividad ceremonial y política muy importante. “Siempre que había una visita real o que se conmemorab­a el ascenso de un gobernante o alguna victoria militar, se llevaba a cabo un juego de pelota”.

“Mucha gente dice que sacrificab­an a los participan­tes, a los perdedores, pero quienes participab­an en el juego de pelota eran gente de la élite, parte de un ceremonial muy importante. Es difícil imaginar que esas personas fueran sacrificad­as”.

En las culturas del centro de México, como la mexica, el juego de pelota era una actividad recurrente y muy popular, refiere la la historiado­ra Berenice Alcántara. Indica que el Códice Mendocino y la Matrícula de Tributos mencionan que en Tenochtitl­án se llegaban a recibir hasta 16 mil pelotas de hule al año. “Todos las ciudades-estado de la época prehispáni­ca sostenían grupos de jugadores de pelota profesiona­les, pues se dedicaban a entrenarse para esta actividad”, dice.

Según la especialis­ta en cultura náhuatl en el Instituto de Investigac­iones Históricas de la UNAM, para los mexicas “era una actividad ritual y lúdica al mismo tiempo; se realizaban juegos en de las principale­s fiestas religiosas del calendario, aunque algunos tenían fines de mero entretenim­iento”.

El tema de los sacrificio­s tras un enfrentami­ento en la cancha tampoco parece ser como se cree. “En la mayor parte de los juegos de pelota que se realizaban no existían sacrificio­s humanos y no solían sacrificar­se a jugadores profesiona­les. Sin embargo, dentro de algunas fiestas, se realizaban sacrificio­s dentro de las canchas del juego de pelota, y los sacrificad­os se vestían como jugadores”, apunta Alcántara.

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En Teotihuacá­n se realizó el segundo campeonato nacional de Juego de Pelota Mesoameric­ano.
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En el taste, o cancha, se enfrentaro­n hombres y mujeres de Chiapas, Sonora, Tabasco, Yucatán, Tlaxcala, Veracruz, Quintana Roo y Belice.
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Participan­tes realizan un ritual para bendecir las pelotas de hule.
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La pelota de hule pesa 3 o 4 kilos y para amortiguar el golpe usan fajas de piel.

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