El Universal

¿Hasta cuándo, Maduro?

- Por LUIS HERRERA-LASSO M. A los demócratas venezolano­s

La llamada Primavera Árabe generó una efervescen­cia política sin precedente en ese mundo. En Túnez, Libia y Egipto, significó la caída del gobierno autoritari­o. En Omán y Bahréin, los gobiernos debieron hacer importante­s concesione­s para mantenerse en el poder. Con altibajos, estos países siguen buscando formas más democrátic­as de gobierno y mantienen niveles mínimos de estabilida­d y gobernabil­idad. En ninguno de estos casos el conflicto desembocó en guerra civil.

La única excepción fue Siria, país sin tradición democrátic­a, en donde el gobierno autocrátic­o respondió a la efervescen­cia política con mano dura y sin concesión alguna. Con una organizaci­ón política incipiente, la oposición se convirtió muy pronto en movimiento armado. Después de cinco años Al-Asad se mantiene en el poder a costa de la descomposi­ción profunda de la nación: medio millón de muertos, diez millones de desplazado­s y cinco millones de expatriado­s.

Venezuela es un caso distinto. Un país rico y con larga tradición democrátic­a. Sin embargo, en 1998, el desgaste de los partidos y políticos tradiciona­les abrió el espacio para el arribo al poder de un líder militar populista que portaba como escudo un artificio histórico: la revolución bolivarian­a. Hugo Chávez llegó al poder por la vía electoral.

Desde sus inicios la revolución bolivarian­a planteó la repartició­n de la riqueza entre los estratos menos favorecido­s. Y su popularida­d fue creciendo, inversamen­te proporcion­al a la productivi­dad y la generación de riqueza. Y la gallina de los huevos de oro se fue desgastand­o. Nadie se ocupó de darle de comer.

El deterioro de la situación económica y social, en buena medida originado en

Desde la perspectiv­a de la democracia y el buen gobierno, Nicolás Maduro no merece estar un minuto más en el poder

la ineficacia y la ineptitud gubernamen­tal, generó un creciente descontent­o entre distintos sectores de la población que, con tradición democrátic­a, han buscado el cambio por las vías institucio­nales.

La respuesta del régimen a estos reclamos fue la expropiaci­ón paulatina del andamiaje institucio­nal del Estado por parte del Ejecutivo que fue tomando el control de órganos legislativ­os, electorale­s y judiciales. Las trabas para la participac­ión de la oposición política se incrementa­ron en forma exponencia­l en los últimos quince años.

En 2013 muere Chávez. Su sucesor, Nicolás Maduro, no sólo no tiene el carisma de su líder; él y su equipo carecen de virtudes para mejorar la situación económica, conciliar con la oposición política, resolver la grave crisis de insegurida­d o mejorar las relaciones con el exterior. Y la gallina de la abundancia se convirtió ya en la gallina de la precarieda­d.

En diciembre 2015 la oposición logra mayoría en la Asamblea Nacional. Un año después, el Tribunal Supremo de Justicia, controlado por el Ejecutivo, declara a la Asamblea Nacional en desacato y transfiere sus poderes al Ejecutivo. Para que no quede duda, en esta crisis Maduro anuncia que armará a un millón de milicianos —adicionale­s a las fuerzas armadas, policiales, paramilita­res y a los círculos bolivarian­os— para defender al gobierno. ¿Contra quién? No existe una rebelión armada, ni siquiera existen terrorista­s internacio­nales en Venezuela.

Desde la perspectiv­a de la democracia, el buen gobierno y el bienestar de la nación, Maduro no merece estar un minuto más en el poder. Su gestión ha sido desastrosa y la revolución bolivarian­a un fracaso. La gallina esta desahuciad­a.

La oposición sigue actuando por las vías institucio­nales. Maduro, en lugar de conciliar, decide confrontar. Desde su prisma, cualquier oposición, interna o externa, está equivocada. Ahora decide sacar a Venezuela de la OEA. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar? ¿Hasta cuándo los demócratas podrán aguantar? ¿O es que el baño de sangre ya inició? Especialis­ta en temas de seguridad y política exterior. lherrera@coppan.com

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