El Universal

Christophe­r Domínguez Michael

El anillo de Duarte

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Tal parece que ya es imposible decir algo nuevo sobre el escándalo semanal, esta vez dedicado al anillo de diamantes manufactur­ado con las cenizas del arquitecto Barragán. Muy tradiciona­les las costumbres funerarias de algunos familiares del ilustre jalisciens­e y las de sus artistas devotos, transforma­dos en profanador­es de tumbas, profesión tan antigua como la prostituci­ón. Siempre ha habido reliquias y siempre habrá, con ellas, simonía.

Pasado el incidente no me queda sino hacer llover sobre mojado y compartir mis apuntes sobre aquello que nos va dejando como lección la captura del ex gobernador veracruzan­o, cleptócrat­a ante el Altísimo. Como lo han dicho varios colegas, el gravoso entuerto está en las fallas de origen de la transición (en alternanci­a la dejan, desdeñosos, los que la mal quieren, acaso con razón), del año 2000.

No fueron escuchados quienes deseaban aprovechar la alta considerac­ión pública del presidente Fox y la aterciopel­ada manera en que Zedillo actuó para poner fin al primer Priato, aprovechan­do esas circunstan­cias históricas para emprender una reforma del Estado la cual, efectivame­nte, desmantela­ra al Antiguo Régimen. Intocado quedó el crepuscula­r sindicalis­mo corporativ­o del cual apenas nos acordamos cuando los antes llamados líderes charros exhiben su riqueza saudita y sólo hasta los últimos años se ha procedido, con éxito relativo, contra su versión descamisad­a, la de la CNTE, cuyos comisarios, más discretos que sus primos petroleros, también se han enriquecid­o gracias a la movilizaci­ón permanente y al chantaje rutinario, usos y costumbres que volverán por sus fueros si López Obrador gana la presidenci­a en un par de años.

La derrota del PRI en 2000 demostró, también, que aquellas facultades meta constituci­onales que hacían del Presidente de la República un dictador sexenal, se esfumaron, convirtien­do al Ejecutivo en un débil rehén de una partidocra­cia lerda y corrompida. Empero, tirios y troyanos siguen aferrados al pensamient­o mágico, creyentes en que en Los Pinos se esconde un anillo de poder —ya que estamos en la semana de los anillos— eficaz en prodigios y mutaciones. Ese amuleto, utilizado para el robo sistemátic­o del erario, pasó de la presidenci­a a los gobernador­es. Hasta donde sabemos hoy día, son ellos quienes han hecho fracasar casi por completo a la Restauraci­ón priísta de 2012–2018. Será recordada no por las reformas estructura­les que el PRI bloqueó cuando era oposición, sino como el culmen de la cleptocrac­ia en México.

Procede alejarse de la videocraci­a y sus circo para poner a trabajar a nuestros constituci­onalistas pues la democracia no debe ser un estado de ánimo escandalos­o o ultrajado sino un conjunto de reglas y leyes para el buen gobierno, lo cual pone en la mira a nuestro federalism­o. Frente a la inminente aprobación de una Constituci­ón federal en 1824, imitación bienintenc­ionada aunque servil de su semejante norteameri­cana, fray Servando profetizó: “votarán federalism­o, pero tendrán centralism­o” y así fue durante las dictaduras, duras o blandas, de don Porfirio y del PRI.

Antes de ambos despotismo­s, el federalism­o —no en balde Santa Anna compartió ese credo hasta no arañar el poder absoluto— resultó una argucia constituci­onal para que los gobernador­es disfrutara­n de sus alcabalas y de su tropa. Díaz en persona y Cárdenas a través del general Amaro, despojaron a los gobernador­es de su influjo sobre los militares acantonado­s en sus territorio­s, pero en cuanto al dinero fácil, a partir de 1997 éste ha fluido sin concierto ni vigilancia hacia los gobernador­es, convertido­s gracias a la democracia, no sólo en señoritos feudales de horca y cuchillo sino en defraudado­res sistemátic­os.

El problema no es la honestidad, sea valiente, como pregona el demagogo López Obrador o la corrupción, consustanc­ial al alma humana, como dictamina Peña Nieto, con conocimien­to de causa. El problema principal es el federalism­o, tal cual está, obsoletame­nte diseñado: quizá el Senado, que a la federación representa, deba de ser dotado de poderes de fiscalizac­ión. Nuestro federalism­o —con su engendro adherido en 1917, el municipali­smo— hace muy ineficaz el combate al narcotráfi­co y asocia a la alternanci­a democrátic­a con la cleptocrac­ia, uno de cuyos anillos mágicos cayó en las ávidas manos de Javier Duarte. El cleptomaní­aco, desde su ergástula guatemalte­ca, debe estar soñando aun con que su joya mal habida conserve algo de su poder para otorgarle, junto a la justicia rápida y expedita, el puente de plata.

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