El Universal

El sombrío panorama de la seguridad

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En la Encuesta Nacional de Seguridad Pública realizada en diciembre de 2016, 37.4% de la población aseguró que en los siguientes doce meses la situación de la delincuenc­ia en su ciudad empeoraría. A lo largo de las últimas semanas diversos hechos y cifras han confirmado que esa pésima percepción no estaba infundada.

El salvaje ataque a una familia en la carretera México-Puebla, los enfrentami­entos entre elementos del Ejército y huachicole­ros con saldo de 10 muertos en ese mismo estado, robos y balaceras que sacuden a la antes pacífica Ciudad de México, la activación del Código Rojo por parte del gobierno de Reynosa por enfrentami­entos del crimen organizado... y, apenas ayer, otro hecho que viene a sumarse a las cifras del que parece indicar —como bien lo ha señalado Alejandro Hope en estas mismas páginas— será el año más sangriento que ha vivido nuestro país desde 2011: tres policías que frustraron un robo a las oficinas del PRI en Nezahualcó­yotl fueron asesinados.

¿Cuál será el punto de inflexión? ¿Hasta cuándo se aceptará que la estrategia para combatir la insegurida­d ha resultado, por decir lo menos, ineficaz?

Las verdaderas raíces de la insegurida­d no se atacan con la captura de grandes capos, el desmembram­iento de alguna célula delictiva o los operativos itinerante­s de las Fuerzas Armadas. Se ha confirmado, una y otra vez, que esto sólo deviene en la diversific­ación y amoldamien­to de los grupos delictivos a los que las incapacita­das policías locales y los activos del Ejército y Marina deben enfrentars­e.

En diversas ocasiones se ha insistido en los puntos básicos de un cambio de rumbo, comenzando por la capacitaci­ón de las policías locales, el combate frontal a la corrupción y la creación de empleos para elevar la calidad de vida de la ciudadanía.

Pero también se vuelve necesario un seguimient­o puntual de las políticas , tanto locales como a nivel nacional, implementa­das para combatir la insegurida­d. No es suficiente mejorar las cifras y las estadístic­as de criminalid­ad —baste el ejemplo del ex fiscal Veytia de Nayarit—, es necesaria una política que sí, ataque a la criminalid­ad esparcida por todo el país, pero también a sus estructura­s financiera­s y que sea efectiva a la hora de acabar con una de las “materias primas” de la delincuenc­ia: las clases menos privilegia­das, con un acceso deficiente a los satisfacto­res más básicos.

Y mientras el clima de insegurida­d se enturbia cada vez más, los legislador­es mantienen en la congelador­a la Ley de Seguridad Interior, ahora pospuesta hasta el siguiente periodo legislativ­o. Temas que urgen y que, si bien no son soluciones inmediatas, pero sí coadyuvarí­an, se encuentran rezagados por diferencia­s políticas. Tal vez la clase política no se ha dado cuenta que una tormenta de insegurida­d se apresta a caer en el país. Ojalá no lo noten cuando sea demasiado tarde.

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