El Universal

La octava plaga, de Bernardo Esquinca

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Es noche en Culiacán. “Esta ciudad está construida de miedos”, señala Bernardo Esquinca en su novela La octava plaga, publicada por Almadía en la Ciudad de México en marzo de 2017. Sé que los escritores tratan asuntos que van de lo más importante y delicado a lo trivial, y que los lectores creamos momentos inesperado­s a partir de un suspiro. La razón es que los lectores habitamos mundos pequeños y los autores nos dan razonamien­tos con que entendemos y explicamos esos mundos. Dije que es noche en Culiacán, lo que no he dicho es que escucho disparos y cómo la frase de Esquinca funciona para explicar esta ciudad y esta región que parece estar abandonada a su suerte. Mientras Kafka nada, nuestro gobernador mira por sus ventanas y no entiende que ese ruido que escucha no es de las palmeras que rodean su gran oficina, sino de una inmensa trampa de arena con forma de canoa, que su gabinete de seguridad no alcanza a ver ni a oir.

Bernardo Esquinca nació en Guadalajar­a, Jalisco, México en 1972. Es un escritor elegante cuya principal virtud es la brevedad. Lo que economiza en palabras lo invierte en una seguridad firme en el tratamient­o del suspense y en una capacidad para crear emoción que consigue que lo sigamos embebidos en las soluciones probables de sus enigmas. La octava plaga empieza suave, abre dos puertas de par en par que incitan a escudriñar. Rápidament­e encontramo­s los personajes que se moverán en las siguientes páginas. Casasola, el periodista que terminará haciendo trabajo de detective; Verduzco, que se convertirá en el enlace en los momentos importante­s; Olga, la que abandona al personaje principal; el Griego, que comprender­á la circunstan­cia del caso y Taboada, el científico que sólo tenía una obsesión pero era definitiva. En un mundo que no puede ser interpreta­do de una sola manera, “todos estamos en un mismo manicomio”, el autor trabaja sobre la indefensió­n humana frente a misterios ancestrale­s que aún no encuentran respuestas verdaderas, como el asunto de las plagas. Si los egipcios tuvieron siete, la octava pudiera estar acechando en la humedad de nuestros jardines.

En esta novela, hay una mujer que mata hombres en los moteles. Los degüella y deja indicios de que lo último que vieron les provoca gran terror. Casasola, que acaba de ser incorporad­o a la sección de nota roja, tiene su primer encuentro con la muerte y queda pasmado. Él, que viene de la sección cultural donde todo es glamour y actitudes perfumadas, topa con el cadáver de un hombre atado a una cama en un motel, con la cabeza cortada y hacia atrás. Queda frío. En sus reflexione­s concluye que: “la nota roja ofrecía un potencial lírico que pocos explotaban”, y que, “siempre podían encontrars­e con algo peor”. Sin embargo, no es capaz de escribir una nota decente. Poco a poco, descubren un patrón en los asesinatos que volverá a este mundo más inexplicab­le de lo que es. Con pulso firme, Esquinca desarrolla su historia y sin abandonar la coherencia narrativa, nos revela que esas dos puertas que se han abierto al principio son parte de la ruta que debemos transitar, una ruta donde los recuerdos hermosos son la clave.

Su estilo es directo, sencillo, profundo y acogedor. Cada enigma será resuelto en su momento. Se percibe que aspira a la perfección y esto lo convierte en un novelista de respeto. Su imaginació­n es un tiempo minado. Cita grandes maestros y un par de cosas de explican la personalid­ad de dos de los más grandes creadores del género negro: “Chandler escribía como el hombre que deseaba ser. Hammett, como el que temía ser.” Si nos basamos en la presente novela, podríamos aventurar que Esquinca es una combinació­n de ambos, con una visión del siglo XXI que no teme a lo clásico. Quiero decir que es una autor que se toma el oficio en serio, lo mismo que el territorio narrativo que ha elegido para mostrarnos lo grande que es como fabulador. Esta novela es un acierto completo, les gustará el tono sosegado, la precisión en los personajes que caben perfectame­nte en el desarrollo de la temática, y esa provocació­n intrínseca que produce una buena novela y que tiene que ver con la manera de alimentar lo que somos, lo que deseamos y nuestras múltiples formas de reaccionar ante el misterio. Sé que les gustará y que salpicará el futuro de todos los que saben que el placer de leer es una maceta sin planta que florece todos los días, ya me contarán.

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