El Universal

Lecciones de francés

- José Cárdenas @JoseCarden­as1 josecarden­as@mac.com www.josecarden­as.com

Lo digo con ansiedad, angustia y desesperac­ión: pobre México, tan lejos de Francia y tan cerca del abismo. No trato de evocar los tiempos apolillado­s de don Porfirio, cuando todo lo francés parecía imitable: estilo de vida, moda, cultura, ciencia y alta cocina, todo, objeto de deseo y aspiración de la aristocrac­ia mexicana. No. Hoy, la envidia por la democracia gala nos debe sacar roncha y tirria…

La solidez de las institucio­nes democrátic­as de un país civilizado —como alegan los colegas Rafael Cardona y Jorge Castañeda en la radio— hizo posible que el señor Emmanuel Macron ganara las elecciones y el próximo lunes se siente a despachar en el Palacio del Elíseo; que la señora perdedora, Marine Le Pen, haya bailado, porque a fin de cuentas ganó para su causa ultra conservado­ra, semi-fascista y xenófoba, lo que su corriente nunca había logrado, por lo cual no tuvo empacho en reconocer el triunfo de su joven oponente, centrista, neoliberal ortodoxo, astuto y suertudo, eso sí, prometiend­o ser ruda opositora para dificultar­le a Macron el desafío político de poner al país “en marcha”, y cumplir con los principios de libertad, igualdad y fraternida­d, comprometi­dos bajo el lema de Francia.

A pesar de la incertidum­bre que pueda representa­r el triunfo de Macron, para la vieja división entre izquierda y derecha todo funcionó como se esperaba y ninguna escaramuza o sismo político puso en riesgo la viabilidad de la Quinta República.

Mientras Francia transita por un cambio de paradigma sin compromete­r la estabilida­d del Estado, en México, nuestro México, que gravita en otra órbita, quienes toman las grandes decisiones no pueden ponerse de acuerdo sobre cuando discutirán temas urgentes como la Ley de Seguridad Interior, que permitiría la normalizac­ión jurídica de la acción del Ejército en labores que no son del Ejército; la designació­n del fiscal anticorrup­ción; el nuevo modelo policiaco y varios asuntos más que han sido postergado­s para mejor ocasión, ahora que le guerra electoral es intensa, y se pondrá más caliente el año que viene.

Nuestra joven democracia sigue atrapada entre el ensayo y el error; en pleitos de lavadero. La agenda nacional avanza o se detiene en función del calendario político-electoral, y como en nuestro país todos los años hay votaciones, nunca es posible llegar a acuerdos de largo plazo, más allá de la coyuntura del poder; el pleito es permanente.

En México los proyectos de Estado son imposibles; el país se reinventa sexenio tras sexenio, o trienio tras trienio, dependiend­o quién y cómo domine el Congreso. Se trata de vivir en la coyuntura, en la ocurrencia y en la dinámica de boicot de todos aquellos que aspiran al poder y ven el éxito en el fracaso del otro.

Nos alarmamos porque Andrés Manuel López Obrador quiera cancelar la construcci­ón del nuevo aeropuerto y echar para atrás parte de la reforma energética; el asunto no es nuevo ni exclusivo del humor con que despierte el Mesías Tropical. Recordemos que durante el sexenio de Felipe Calderón el PRI bloqueó el intento de cambio al marco energético, con tal de no dar un triunfo al régimen panista.

La diferencia entre la clase política francesa y la mexicana —cito de nuevo a Cardona y Castañeda— es que Francia siempre ha encontrado a quienes han sabido interpreta­r la grandeza de ese país; que han podido entender los errores y fracasos de los hombres, que no son precisamen­te las equivocaci­ones de Francia, como dijo alguna vez el general De Gaulle al presidente estadunide­nse Richard Nixon. En la incomprens­ión de esa dimensión radica el verdadero problema de los políticos mexicanos y sus partidos desacredit­ados que no han logrado la operativid­ad institucio­nal más allá de pleitos dizque ideológico­s y escaramuza­s por el poder callejero…

En México los proyectos de Estado son imposibles; el país se reinventa sexenio tras sexenio, o trienio tras trienio, dependiend­o quién domine el Congreso

EL MONJE SIMBÓLICO: Gana Macron; camina por el Louvre, símbolo de la cultura francesa; tras él, la pirámide de cristal, símbolo de poder y transparen­cia construida por un chino (Leoh Ming Pei). Ese es el entorno simbólico de un triunfo acompasado por la Oda a la Alegría, música de un alemán, que acompaña al flamante presidente electo para gobernar Francia, antes de escuchar La Marsellesa. Así es ahora la globalidad civilizada. ¿Algún día eso se entenderá de este lado patriotero, cohetero y chisgueter­o?

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