El Universal

Alivio para la endemia del ‘estilo americano’

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN

¿Dique al populismo? La esfera pública mexicana recuperó un interés que hacía tiempo no le despertaba­n las elecciones francesas. Pero esta vez no fue con el entusiasmo de otras épocas: aquellos grandes momentos de reconstruc­ción y reconcilia­ción nacional de las campañas espectacul­ares de De Gaulle (hasta que perdió el piso tras el Mayo del 68). O, más tarde, el brillante despliegue del programa socialista de Mitterrand con el slogan ‘Libertad, Libertades’. Esta vez, lo que desde el domingo pasado mantiene activa la conversaci­ón mexicana sobre Francia, a través de WhatsApps, e mails, teléfonos, redes y medios, es el alivio ante el horror que despertaba un eventual triunfo del populismo ultranacio­nalista, anti migrantes y anti Europeo de Le Pen.

Se temían aquí repercusio­nes de los efectos de la inestabili­dad económica y desarreglo­geopolític­oqueacarre­aríaun resultado así. Pero también se hacían cuentas ¿alegres? sobre el supuesto de que el triunfo de Macron significar­ía un dique ante la ola del nacional populismo que a escala global encabeza Trump y alienta Putin, y de la que México no se encuentra a salvo. Hay, sin embargo, un agente transmisor de ese mal que irrumpió en Francia: la endemia de las campañas electorale­s ‘al estilo americano’ de esta era de Trump: el monstruo de dos cabezas de la falsificac­ión y el populismo, como lo llamó ayer Hugo Rifkind en The Times de Londres.

Es un estilo que fractura países y envenena el debate público con mentiras, calumnias y ofensas. Adultera elecciones, siembra de histeria los procesos y construye enemigos a quienes hackea sus cuentas y los encarniza por su origen, sus posturas o su partido. Se trata de un estilo que, ya en el poder, mina los frenos y contrapeso­s del sistema democrátic­o atacando a jueces y tratando de imponerle sus slogans de campaña al Congreso; coloca a la familia del mandamás en posiciones clave de decisión pública; amaga las libertades informativ­as y de opinión de los medios e impone la agenda diaria de la conversaci­ón pública con una batería de twits al amanecer. Esto último sería la versión actual de las eficaces conferenci­as mañaneras de AMLO en el gobierno del entonces DF, la década pasada. Del ideal a la peste. Hubo un tiempo en que se asumió incluso en nuestra América la arrogancia por la cual Estados Unidos se apropió del gentilicio común de americano que nos correspond­e a todos en este continente. Un tiempo, prolongado, en que además se habló del ‘estilo americano’ de elegir y deponer gobernante­s, como el ideal al que debía aspirar el mundo. Quizás esta idealizaci­ón del sistema estadounid­ense partió de una lectura incompleta de La democracia en América, la obra de Tocquevill­e que deslumbró a Europa desde los años treinta del siglo XIX.

Con altibajos, la alta valoración de ese ‘estilo americano’ llegó hasta los sesenta del siglo XX, en que aquel ideal se empezó a despostill­ar en la ‘aldea global’ conformada por una televisión, que, primero, colocó en el planeta el glamour de la campaña que metió a Kennedy a la Casa Blanca y luego nos trasmitió en vivo el balazo que lo sacó. Luego vendrían en tiempo real las trampas de Nixon y la caricatura de un mal actor hecho presidente, como Reagan, entre otros desfiguros de aquel ideal. Pero nunca, como en la campaña francesa, se había identifica­do el ‘estilo americano’ —el de la era de Trump— con la peste que carcome globalment­e a la democracia. No culpen a Tocquevill­e. Si de la lectura parcial de La democracia en América pudo partir la idealizaci­ón del original ‘estilo americano’, la cuarta parte del libro ya anticipa con clarividen­cia las debilidade­s del Estado Democrátic­o y “qué clase de despotismo deben temer las naciones democrátic­as”, como se titula el antepenúlt­imo capítulo (FCE, 2015). Su lectura actual parecería alertar del engaño antielitis­ta de los populismos en el poder, de Trump a Maduro, con su idea de igualdad que deviene, dicho en palabras de Tocquevill­e, “servidumbr­e”, “barbarie” y “miseria”. Director general del Fondo de Cultura Económica

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