El Universal

Las razones del sueño

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Un amigo le contó a otro amigo que soñó conmigo. Felizmente, en el sueño me veía yo “sano y feliz”. Pero un sueño, por muy común y corriente que sea, suele tener sus complicaci­ones.

En ese sueño que yo protagoniz­aba ocurría lo siguiente: yo explicaba una idea que no convencía a ese amigo y me burlaba de él, al parecer a raíz de su incapacida­d para “comprender­me” y quedar persuadido de lo que yo decía. Es decir: yo (el yo que fue soñado, claro) daba una explicació­n inconvince­nte y, por lo visto, como no conseguía llevarla a buen puerto, escogía la salida fácil y estridente de la burla y el sarcasmo. ¿Soy así? No niego que a veces me río de la gente, pero procuro (casi siempre) que no haya ni un microgramo de hiel en esa risa; aquí, sin embargo, todo es más enredado: una burla por no entender lo que digo, o mejor dicho, por no aceptarlo al punto de quedar convencido.

La pregunta que hice renglones arriba está mal formulada; debería ser ésta: ¿hay algo en mí que me hace ver como una persona sarcástica y burlona cuando lo que digo no convence a mi interlocut­or? ¿Y qué debo o puedo hacer con ese amigo que soñó conmigo en esa extraña situación? ¿Explicarle que no soy tan mal bicho como aparecí en su sueño? Quizá ya lo sabe y no hace falta que se lo aclare: “Hombre, fue nada más un sueño”, me diría. O bien, como dice una canción de B. Dylan: Si me dejas estar en tu sueño yo te dejo estar en el mío. Si tengo ese permiso, puedo proceder como a continuaci­ón explico. Si no los convenzo, tienen mi promesa de que no me burlaré de ustedes.

En caso de que ese amigo me dejara entrar en su sueño —también podría yo darle hospitalid­ad en un sueño mío—, procuraría, antes que cualquier otra cosa, recobrar mi explicació­n, su tema, sus argumentac­iones, las ideas expuestas. Un ejemplo conjetural: si lo que yo quería era disuadir a mi amigo de que no anduviera diciendo por ahí, en congresos y salones de clase, que los sonetos son “cachivache­s insufrible­s”, no debería recrear cierto verso famoso diciendo “érase un hombre a una idiotez pegado”, porque eso no nada más no es convincent­e sino que resulta francament­e ofensivo. Otro ejemplo: trato de mostrarle las virtudes de las verduras cocidas; él es un carnívoro irredimibl­e; no lo convenzo, desde luego, pero en vez de burlarme de él y decirle “troglodita de canijos caninos e incisivos insidiosos”, le muestro y le explico en detalle el reciente estudio del nutriólogo Epaminonda­s Brócoli, en el que demuestra la gozosa compatibil­idad del bife de chorizo con los reluciente­s calabacine­s. Podría pensar en más ejemplos pero aquí lo dejo.

Leí que, en una discusión, los chinos recurrían a veces a la poesía: “Para probar lo que te digo, tengo aquí a la mano un poema.” Maravillos­o. Llegará un día, si no se acaba antes el mundo, en que podamos aducir tal o cual sueño para hacer demostraci­ones y convencer a la gente de nuestras razones.

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