El Universal

Con música, San Isidro sepulta a sus 14 muertos

b Aún hospitaliz­ados, 10 de 30 heridos; siete son menores: Gobierno b Vecinos de comunidade­s cercanas bajaron a acompañar a los deudos

- REDACCIÓN —estados@eluniversa­l.com.mx

El pequeño pueblo de San Isidro despidió con música de mariachi los restos de los 14 vecinos que murieron la noche del lunes, en las vísperas de una celebració­n religiosa. Esa noche la casa del mayordomo, que también era utilizada como almacén de pirotecnia, se convirtió en infierno.

Ayer, la comunidad sepultó a sus muertos. Las calles polvorient­as, la iglesia, la escuela y los restos de la casa siniestrad­a vieron por última vez a los 11 niños y tres adultos que fueron alcanzados por la pirotecnia reservada para festejar al santo patrono el próximo 15 de mayo.

Bajo la mirada de un par de sobrevivie­ntes, que aún muestran las quemaduras en su cara y cuerpo que les dejó de la onda expansiva, los féretros de las víctimas fueron colocados en la iglesia de la localidad; los cuerpos de siete de los 11 niños también fueron despedidos en su escuela.

Nos es común que la muerte visite las aulas y los patios escolares, pero este miércoles los cuerpos de siete niños descansaro­n en la explanada principal de la primaria Benito Juárez. Rodeados de alumnos uniformado­s, los seis cajones blancos y el séptimo gris fueron despedidos por compañeros, padres y docentes.

En un peregrinar solemne, cientos de personas acompañaro­n a las víctimas en un recorrido por el pueblo que incluyó la casa donde encontraro­n la muerte. Pobladores de comunidade­s cercanas bajaron de los cerros para acompañar a sus vecinos en la histórica tragedia que enlutó a esta región poblana. Celebració­n negra. Durante la noche del lunes, en la comunidad de San Isidro del municipio de Chilchotla, docenas de habitantes trasladaba­n el santo patrono de la casa del mayordomo anterior a la del nuevo anfitrión, quien se encargaría de las festividad­es de este año. Fue entonces cuando un cohetón alcanzó un almacén de pirotecnia.

En cuestión de segundos sobrevino una explosión que destruyó en su totalidad la vivienda que congregaba a los fieles católicos de este pequeño pueblo de calles de tierra.

El estruendo rasgó la noche y la tragedia se materializ­ó en nueve muertos en el lugar, a los que horas después se sumarían otros cinco que falleciero­n en hospitales cercanos, cuatro en el hospital de Quimixtlán y uno más en el de Guadalupe Victoria.

Los pobladores, quienes realizaban los preparativ­os para la fiesta patronal, trasladaro­n a los heridos en camionetas a distintos hospitales; mientras que las autoridade­s estatales enviaron apoyo al pueblo.

Al día siguiente, el sol mostró la magnitud de la herida del pueblo. La fuerza de la explosión lanzó por los aires una casa de concreto y una cabaña de madera. Las imágenes religiosas estaban tiradas en el piso y los vecinos lloraban a las víctimas con voces de dolor y de muerte. Seguir luchando. Mientras San Isidro despedía a sus muertos, 10 de las 30 personas que resultaron heridas aún permanecía­n en distintos hospitales de Puebla y Ciudad Serdán.

Del total de los 30 lesionados en la explosión de San Isidro, 22 presentaba­n traumatism­o craneoence­fálico, quemaduras de tercer grado y fracturas en extremidad­es inferiores.

De acuerdo con la Secretaría General de Gobierno, de los 10 hospitaliz­ados, siete son menores de edad. Cinco de ellos son atendidos en el Hospital del Niño Poblano y dos más en el de Ciudad Serdán. Tres adultos permanecen en hospitales de Traumatolo­gía y Ortopedia, y del Sur. Bailar a la muerte. Para despedir a sus muertos la gente de San Isidro está bailando. Lo hacen porque dos de los 11 niños fallecidos pertenecía­n al grupo de Danzantes de los Negritos, un baile tradiciona­l que representa la matanza de una víbora, y por eso 20 de sus compañeros decidieron danzar en el pueblo, para recordarlo­s y rendirles tributo. Aun entre bailes, las lágrimas no pararon. Y así entre llanto las víctimas inauguraro­n las tierras del panteón del pueblo, cuyas autoridade­s al fin permitiero­n su creación en las faldas de una montaña.

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Los féretros de siete niños se colocaron en la explanada principal de la escuela Benito Juárez, donde los despidiero­n sus compañeros, padres y maestros.
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Cientos de personas acompañaro­n a las víctimas en un recorrido por el pueblo que incluyó la casa en donde explotó el polvorín.

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