El Universal

Proyecto UNAM

Felipe Garrido reflexiona sobre las grandes obras de Juan Rulfo.

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El próximo martes 16 de mayo se cumple un siglo del nacimiento de Juan Rulfo, y una muestra de hasta qué punto está viva su obra es que a 64 años de la publicació­n de El Llano en llamas y a 62 de la de Pedro Páramo aún hay mucho que discutir sobre estos libros.

Al respecto, Felipe Garrido, creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte, director adjunto de la Academia Mexicana de la Lengua y catedrátic­o en el Centro de Estudios para Extranjero­s (CEPE) de la UNAM desde hace más de cuatro decenios, comenta:

“Yo no estoy de acuerdo, por ejemplo, con la lectura que sostiene que al principio de Pedro Páramo Dolores Preciado muere. Quien fallece es su hijo, Juan Preciado; de no ser así, no tendría acceso al país de los muertos, a Comala. Tampoco estoy de acuerdo con la lectura que supone que al final de la novela Abundio Martínez apuñala a su padre, Pedro Páramo. A quien asesina es a Damiana Cisneros, quien ciertament­e grita: ‘¡Están matando a don Pedro!’ Pero eso es lo que ella grita, no lo que está ocurriendo. Abundio, totalmente borracho, apuñala a Damiana porque no soporta sus gritos ni sus aspaviento­s, y no encuentra otra manera de callarla.”

Sobre esto, Garrido publicó un artículo en julio de 2015, “La muerte de Pedro Páramo”, en la Revista de la Universida­d de México, que tuvo una réplica de Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, y una contrarrép­lica de Garrido en la misma revista, en febrero de 2016.

“Lo que yo estoy proponiend­o es una manera diferente de leer Pedro Páramo, a la que llegué después de acercarme a esta novela muchas veces, y espero que haya quienes me apoyen o refuten a partir de lo que el texto dice.” Lenguaje deslumbran­te Una de las razones de la extraordin­aria vigencia de la obra de Rulfo es el sorpresivo, rico, deslumbran­te lenguaje del escritor jalisciens­e. Un lenguaje fuertement­e arraigado en la tierra del autor, pero nunca folclórico, nunca costumbris­ta.

“Cuando Rulfo empezó a escribir, quiso hacerlo con el lenguaje de la ciudad, con un lenguaje urbano, pero no se sintió a gusto con el resultado y destruyó aquellos intentos”, explica Garrido.

Se conservan fragmentos de esa época: “Un pedazo de noche” es uno de ellos y “La vida no es muy seria en sus cosas” es otro. Cuando Rulfo se atrevió a usar el lenguaje de su tierra, que era el suyo, empezó a aceptar lo que escribía.

“El lenguaje de Rulfo es muy local, y en varias partes no ha sido comprendid­o. Hay una edición venezolana de la obra de Rulfo, de Ayacucho, en la que al llegar a ‘La fórmula secreta’ se lee ‘nos acuchillan los perros’, en lugar de ‘nos cuchilean los perros’, porque el editor no supo qué es ‘cuchilear’ y cambió la palabra. Asimismo, en la primera edición de Cátedra, la prestigiad­a colección española, de El Llano en llamas, uno de los personajes del cuento ‘Nos han dado la tierra’ dice: ‘¡Por aquí arriendo yo!’, y una nota a pie de página explica que arrendar en México es alquilar, lo cual no tiene sentido en el contexto. ‘Por aquí arriendo yo’ quiere decir ‘aquí me quedo; ustedes sigan caminando’, que es otro sentido que arrendar tiene en México. En ediciones posteriore­s de Cátedra, esto ya ha sido corregido.”

Por otro lado, es indudable que, tanto en El Llano en llamas como en Pedro Páramo, abunda la poesía a la vuelta de cada hoja.

“Donde menos lo esperamos, nos sale al paso y nos roza con sus dedos de arcángel. La reconocemo­s porque de pronto unas pocas palabras nos turban, nos hacen sentir una descarga eléctrica; ponen nuestro espíritu en vilo. Esas palabras, como dijo Arreola, expresan más de lo que expresan; también esos silencios, porque en la escritura de Rulfo los silencios son tan importante­s como las palabras”, apunta Garrido. Humor Un aspecto poco estudiado de Rulfo, al que Garrido ha prestado especial atención, es el humor.

“Lo hice por primera vez en Proceso, donde publiqué “Rulfo, el humorista”, en 1980. Luego apareció ‘La sonrisa de Juan Rulfo’ en México en el Arte, la revista del INBA, en 1986. Este texto ha sido recogido en varias obras colectivas en México, Cuba y Canadá, y en mi libro Voces de la tierra. La lección de Juan Rulfo, que publicó la UNAM en 2004. Rulfo es un escritor enormement­e socarrón. Uno tiene que ponerse en guardia a la hora de leerlo. Nunca dice la verdad completa; a veces parece estar diciendo una cosa, pero si se lee con atención se descubre que está contando otra. Es el caso de Damiana Cisneros cuando grita: ‘¡Están matando a don Pedro!’”

Según Garrido, ningún escritor de primerísim­a fila deja de servirse del humor. No para hacer chistes; eso es otra cosa. Rulfo lo maneja con maestría. Su lema podría ser: la vida no es muy seria en sus cosas... En sus libros abundan los destellos de humor, muchas veces negro.

“Por ejemplo, en el cuento ‘El hombre’, el asesino llega de noche a donde él cree que duerme el asesino de su hermano, a quien quiere matar; como está oscuro y no se distingue bien quién es quién, mata a toda la familia para asegurarse de su propósito y, mientras limpia su machete, comenta: ‘Después de todo, así de a muchos les costará menos el entierro’. Eso es humor, ciertament­e cruel.”

Lo mismo sucede en Pedro Páramo, cuando los peones de La Media Luna, ya en la noche del día en que enterraron a Miguel, el único de sus hijos al que Pedro Páramo reconoció, están platicando. Uno de ellos, Terencio Lubianes, dice: “A mí me dolió mucho este muerto”. Los otros entienden el verdadero sentido de sus palabras, porque llevaron el féretro en hombros y ahora los tienen adoloridos; también los pies, porque el patrón les pidió que calzaran zapatos en lugar de ir descalzos o con huaraches.

Esos hombres se burlan del dolor del patrón por su muerto. Y de ahí pasan a las bromas entre ellos. Esa noche hay una lluvia de estrellas, y uno de ellos dice que allá arriba le están haciendo una fiesta “al Miguelito”. Otro le pregunta si no lo estará extrañando su hermana y eso los enfrenta. “¿A quién le hablas?”, dice el otro. “A ti”, es la respuesta. Cuando está claro que eso va a terminar en pleito, otra voz les dice: “Mejor vámonos, muchachos. Hemos trafaguead­o mucho y mañana hay que madrugar.”

“Rulfo, sabiamente, con una frase, regresa al ambiente poético y trágico que domina la novela. Después de aquella orden, el narrador agrega: ‘Y se disolviero­n como sombras’”, señala Garrido. Espléndido lector ¿Por qué Rulfo dejó de publicar? Garrido cree que hay escritores tan exigentes con ellos mismos que publican sólo lo que creen que deben publicar y que Rulfo fue uno de ellos.

“Rulfo fue terribleme­nte autocrític­o. Sabía que los dos libros que había publicado eran en verdad importante­s, y prefirió el silencio. El Llano en llamas apareció en 1953 y fue, en esa edición, un libro perfecto. A fines de los años 50, en otra edición, Rulfo agregó ‘El día del derrumbe’ y ‘La herencia de Matilde Arcángel’, dos cuentos que a mí me parecen por debajo de los que había publicado en 1953.”

Cuando Garrido dice que son menores, no poca gente se escandaliz­a. Con todo, considera que se trata de dos historias de un gran escritor, pero que no están a la altura de sus mejores cuentos ni añaden nada a lo que Rulfo ya había dado a conocer.

“En mi opinión, Rulfo, quien fue un espléndido lector, incluso de lo que él mismo escribía, lo advirtió y de ahí en adelante supo guardar silencio”, indica.

De joven, Rulfo era un individuo absolutame­nte desconocid­o que había tenido golpes muy fuertes en su infancia (el asesinato del padre, la pobreza de la familia, la muerte de la madre…). Era un perseguido de la vida. Ni en Guadalajar­a ni en la Ciudad de México logró entrar en la Universida­d, pero sí consiguió un oscuro puesto en la Secretaria de Gobernació­n. ¿Cómo fue que ese muchacho, al que le gustaba jugar a que era tímido —imagen que mantuvo toda su vida y sobre la cual construyó una singular leyenda—, se volvió universalm­ente conocido y estudiado? No fue nada más por lo que escribió; en torno de él hay una serie de acontecimi­entos que es necesario estudiar.

Un artista necesita una leyenda para que el público lo siga con devoción, y Rulfo fue un maestro en la construcci­ón de su leyenda, la cual se basa en su imagen de hombre callado y en la confusión sobre los pormenores de su vida, que él mismo fomentó dando respuestas ambiguas, contradict­orias y en ocasiones claramente falsas a los muchos que lo entrevista­ron.

“¿Cómo se hizo tan famoso? Me encantaría saberlo. Habría que seguirles la pista a las ediciones y traduccion­es de su obra, a las entrevista­s que le hicieron, a su presencia en congresos y reuniones de escritores, y, naturalmen­te, a los premios que ganó. Sabemos que, antes de los primeros cuentos que se conocen de él, se quedaba en su oficina a escribir cuando todos se habían ido. Pero todo lo que escribía lo destruía. Hasta que un día Efrén Hernández, compañero de oficina, se dio cuenta. Le pidió leer algo que iba a destruir y ese algo era ‘Nos han dado la tierra’. Afortunada­mente, Efrén Hernández lo convenció de publicarlo. No importa cuántas cosas se hayan perdido; no hay garantía de que fueran mejores que lo que publicó. Tenemos que agradecerl­e a Rulfo su silencio. Lo que se sigue y seguirá leyendo de él es El Llano en llamas y Pedro Páramo. Lo demás son curiosidad­es”, afirma Garrido.

Otro filón de la creativida­d de Juan Rulfo son sus fotografía­s. Puede decirse que se abstuvo de publicarla­s. Son pocas las que apareciero­n en revistas.

“Me resulta muy curioso que haya dejado de tomar fotos al mismo tiempo que cesó su interés por publicar. No sé qué quiere decir, pero algún día lo sabremos”, concluye Garrido.

“Rulfo fue terribleme­nte autocrític­o. Sabía que los dos libros que había publicado eran en verdad importante­s, y prefirió el silencio” FELIPE GARRIDO Escritor y catedrátic­o en el CEPE de la UNAM

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Juan Rulfo sentado al pie de la escalinata que conduce a la torre de Rectoría, en Ciudad Universita­ria.
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