El Universal

Playa del Carmen sin límites

En Playa del Carmen nació Mahekal, un refugio para darse el lujo de nadar con mantarraya­s, sanar el alma y dormir al cobijo de la selva

- VIRIDIANA RAMÍREZ enviada viridiana.ramirez@eluniversa­l.com.mx

Conoce Mahekal, un refugio para dormir en la selva, aprender de la cultura maya y nadar con mantarraya­s y tortugas

PLAYA DEL CARMEN. — La selva me está llamando. Ha dejado colar su aroma matutino, a hierba fresca y brisa marina, hasta mi búngalo con techo de palma. Adormilada, salgo a la terraza, mis pasos asustan a un pelícano que acicalaba sus plumas debajo de la hamaca. Me recuesto sobre la red tejida en hilos amarillos, solo para ver cómo el sol comienza a levantarse sobre el horizonte delineado por esa envidiable agua turquesa que baña al Caribe mexicano.

Sobre mi cabeza, las palmeras se zangolotea­n y dejan escapar pequeñas mariposas blancas que se unen al vuelo de las gaviotas. Ningún humano hay a mi alrededor para emocionars­e con los regalos de la naturaleza. Me levanto de la hamaca y desciendo dos escalones para caminar sobre la playa serena, no doy crédito que esté a unos pasos de la ajetreada y noctámbula Quinta Avenida, el alma fiestera de Playa del Carmen.

Dicen que la selva obsequia estos momentos de paz todos los días a los huéspedes de Mahekal, un hotel para romancear con la naturaleza y reencontra­rse con la cultura maya, quien me ha de apapachar con jabones artesanale­s de miel y avena y platillos cocinados bajo la tierra.

El hotel fue hecho para viajeros que huyen de las tropas turísticas, cuenta con 195 villas, algunas son tan privadas que uno puede bañarse teniendo de techo el mismo cielo y con algunas aves de fisgonas; o, pasar la tarde en la alberca que está junto a la cama.

La decoración de los espacios es sencilla, los pisos de las habitacion­es están delineados con pequeñas rocas de río y las paredes son blancas para que resalten las lámparas de mimbre tejido.

Cuando el huésped llega a su habitación recibe un kit de bienvenida. Como mujer, me toca un sombrero, un rebozo, un bolso, un spray facial de agua termal y gel de aloe vera orgánico por si abuso del sol. Pero nada, nada, agradezco más como el detalle de no haber televisor.

Danza bajo el mar

Mediodía y ya estoy sobre una embarcació­n, propiedad de Mahekal. A toda velocidad, emprendo el viaje por la costa sur de Playa del Carmen. El capitán indica que hay bebidas ilimitadas a bordo para el grupo de seis viajeros, que ese día intentarem­os nadar con mantarraya­s en completa libertad. También, me obsequia una bolsita acuática para grabar o fotografia­r a gusto el paisaje, sin que el celular se mojé.

En 25 minutos, llego a una playa solitaria cuyo tono del agua va del turquesa al cristalino. El guía prefiere no revelar el nombre del sitio y guardarlo como secreto sagrado. Me coloco aletas, chaleco y visor y, de espaldas, me tiro al océano.

Corales púrpuras, amarillos y rojos. Esponjas de mar y peces de colores es lo que veo mientras intento avanzar a un campo de pasto marino; me dijo el guía que ahí se alimentan las tortugas. No estaba equivocado. Volteo a mi lado izquierdo y aparece una tortuga, su nado es tan lento que puedo seguirla. Ella se deja.

Mi amiga marina de aletas y caparazón desaparece de la escena, ahora llegan las mantarraya­s. Con su cuerpo redondo y aplanado, dos ejemplares levantan la arena del fondo marino, parece que su alimento se esconde ahí.

Poco a poco, aparecen más mantarraya­s, algunas pasan rozando mi estómago. Respeto su nado y por ningún motivo intento tocarlas, aunque muera de ganas. Ese día, puedo decir que presencié un ballet acuático en primera fila.

Noche bohemia

La expedición se alargó pasadas las tres de la tarde. Regreso al hotel “muriendo” de hambre. Hay tres restaurant­es para elegir y degustar desde un corte de carne, una pizza al horno de leña o un fresco ceviche. Yo prefiero la Casita Maya.

Un sendero cubierto de vegetación me lleva hasta una palapita, donde me encuentro con el chef que me dará una clase de cocina maya. El menú incluye la preparació­n de sopa de lima y pescado tikin xik, cocinado bajo tierra con carbón y hoja de plátano.

Acompaño el manjar con vino y, después del postre, me recuesto en una hamaca escondida entre la selva. El canto de las aves me lleva a un sueño tan profundo, que ni siquiera sentí los piquetes de los zacundos.

Despierto a tiempo para mi cita en el spa, un masaje relajante me deja lista para una noche de cocteles, billar y música lounge frente al mar.

Se encienden las fogatas, los huéspedes nos reunimos alrededor de ellas. En la oscuridad, se alcanzan a ver los barquitos de pescadores que, mañana, traerán al hotel sus productos frescos y por lo cual, se hará una tarde de cervezas, mientras elegimos el pescado que será cocinado a las brasas. Ahora, fijo la vista en el cielo y me deleito con la serenata de grillos que se extiende hasta que regreso a mi cama, con sábanas sedosas de algodón y almohadas mulliditas.

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 ??  ?? se ubicaron a unos pasos de la playa.
se ubicaron a unos pasos de la playa.
 ??  ?? con terraza y alberca privada.
con terraza y alberca privada.
 ??  ?? una de ellas es solo para adultos.
una de ellas es solo para adultos.
 ??  ?? Búngalos rústicos sin televisión.
Búngalos rústicos sin televisión.
 ??  ?? en plena selva.
en plena selva.
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 ??  ?? a playas solitarias.
a playas solitarias.

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