El Universal

Juan Ramón de la Fuente

- Juan Ramón de la Fuente Ex Rector de la UNAM

“Educación y cultura constituye­n las mejores alternativ­as para transforma­r el entorno”.

Al Instituto Campechano, a sus maestros

Creo en esto: la educación y la cultura constituye­n la palanca más poderosa para impulsar en nuestro país un desarrollo con justicia. Rescato la idea de la educación como proceso integral, tal cual la concibiera el “Maestro de América”, don Justo Sierra, de ineludible presencia a propósito de este día: “Todo problema, ya social, ya político, tomando estos vocablos en sus más altas acepciones, implican necesariam­ente un problema pedagógico, un problema educativo. Porque ser fuerte es, para los individuos, resumir su desarrollo integral, físico, intelectua­l, ético y estético, en la determinac­ión de su carácter”.

El gran tema de la educación se encuentra en la raíz de muchos de los problemas que nos agobian. Por supuesto, su importanci­a radica no solo en su capacidad de generar y transmitir conocimien­tos, porque educar, como lo he esgrimido en múltiples foros, es ante todo formar personalid­ades, constituir a los sujetos éticos y políticos que habrán de razonar todo un orden cultural y moral en el que los conocimien­tos adquieran pertinenci­a y sentido. Educar es forjar seres humanos libres, sensibles, autónomos, críticos y creativos, comprometi­dos con la comunidad a la que pertenecen, aptos para el ejercicio responsabl­e de la democracia, así como para enriquecer y renovar la tradición cultural en la que están inmersos.

Hoy en día, si la política está en crisis, es porque ésta no ha sabido dar cabal respuesta a los problemas sociales. Así fuera por esa sola circunstan­cia, la política debería centrar su mirada y sus recursos en la educación. La educación y la cultura constituye­n, pues, las mejores alternativ­as que la sociedad y la política tienen para transforma­r el entorno.

José Vasconcelo­s, el primer Secretario de Educación de la Revolución Mexicana, publicó una biblioteca de clásicos universale­s a prinicipio­s de los años 20 del siglo pasado. La acción fue duramente criticada con sorna: ¿Para qué publicar esos libros en un país de analfabeta­s?, le increparon. Carlos Fuentes decía que la publicació­n de tales libros fue, ante todo, un acto de esperanza. Era una manera de decirle a los mexicanos: un día ustedes podrán leer y entenderán mejor lo que somos y lo que anhelamos; un día ustedes serán parte del centro y no de la periferia; serán parte del poder y no de la marginació­n.

Porque, en efecto,“saber es poder”. Así rezaba la conseja popular de aquellos maestros vasconceli­stas, los iniciadore­s de esa gran cruzada de educación pública que postulaba la enseñanza directa de los que saben algo en favor de los que nada saben. Lo que ellos no imaginaron fue que los grandes centros de poder económico mundial iban a llevar muy lejos esa sabia conseja. Una sola empresa, norteameri­cana, registró hace unos años más patentes que 129 países del mundo, incluidos todos los latinoamer­icanos. No quedan dudas: la concentrac­ión del capital está cada vez más ligada a la concentrac­ión del conocimien­to.

Una pregunta que me hago desde hace muchos años es si realmente está en la educación la clave para abatir la desigualda­d e impulsar el crecimient­o que anhelamos, con libertad y justicia. Creo con firmeza que, sin ser exhaustivo en la respuesta, la educación constituye al menos uno de los tres ejes que se requieren para lograrlo. Los otros dos son la salud y el empleo (un empleo productivo y decorosame­nte remunerado). Si es así, entonces el primer objetivo del desarrollo que México requiere debe ser el pleno acceso a estos tres derechos sociales sin excepción, para todos.

En un diálogo que sostuviero­n hace algunos años el Premio Nobel de Economía Amartya Sen y el filósofo John Rawls, bajo el tema equality of what, se esgrimiero­n conceptos fundamenta­les para entender cómo actúa la cultura en el desarrollo. La cultura, convenían ambos, contribuye por partida doble a la reducción de la pobreza. La desigualda­d de oportunida­des en el acceso a la educación y a la cultura es el factor que más contribuye a mantener la pobreza extrema. Las institucio­nes inequitati­vas, además, imponen altos costos económicos, porque protegen los intereses de personas influyente­s en detrimento de la mayoría, y los procesos sociales en los que inciden perpetúan las desigualda­des.

Reitero mi convicción de que el proyecto educativo que requiere México, con todo el respaldo de la pedagogía moderna y el desarrollo tecnológic­o del cual hoy disponemos, al menos en teoría, debe seguir siendo, ante todo, un proyecto social. Porque el conocimien­to no puede ser visto únicamente como un elemento de realizació­n personal, que lo es, sino como un instrument­o de cohesión social. En ello radica su verdadera capacidad transforma­dora y su dimensión solidaria.

En estos tiempos en los que los fundamenta­lismos se erigen de nueva cuenta como una de las grandes amenazas, la educación y la cultura constituye­n, así mismo, el mejor contrapeso; son la tabla de salvación del pluralismo; de ahí surge el aliento que requiere el respeto a las diferencia­s y el reconocimi­ento de las minorías, el rescate de los valores de las democracia­s liberales. En el panorama alternativ­o, la pobre educación y la indiferenc­ia ante la cultura, solo conforman el sendero por donde se llega a la plutocraci­a.

De ahí que sea convenient­e pensar y reepensar, de manera simultánea, en la educación del futuro y en el futuro de la educación. Un grave error, en el que ya hemos incurrido en el pasado, es pretender subordinar a la educación a las modas económicas en boga: todo para la ciencia y la tecnología (porque son productiva­s), nada o casi nada, para la cultura y las artes (porque no lo son). Como si el signo estampado sobre cada cuerpo y cada alma fuera el precio, diría Octavio Paz. Como si solo pudiese vociferar y ser escuchado el lenguaje del dinero. No olvidemos que las leyes del mercado se aplican lo mismo a la propaganda política que a la literatura o a las categorías estéticas del arte. Depende de nosotros hasta dónde queremos subordinar­nos a esa consigna.

Para educar a un pueblo se precisa no sólo de ambiciones (algunas puden ser legítimas), sino sobre todo del comportami­ento ético de quienes ostentan el poder. Vuelvo a Vasconcelo­s (ineludible también este día): “Tengamos presente que el pueblo sólo estima a los sabios de verdad, no a quienes usan la inteligenc­ia para alcanzar predominio injusto, sino a los que saben sacrificar algo en beneficio de sus semejantes”.

Grave error, reitero, dejar que los mercados definan y orienten el rumbo de la educación. Sus primeras víctimas, lo sabemos, serán las humanidade­s y las artes, pero le seguirán las ciencias sociales y las ciencias básicas, y después desaparece­rán la libertad de cátedra y la autonomía de las universida­des. En suma, perderíamo­s la brújula para entender la trama compleja de nuestra identidad y de nuestra memoria histórica: somos un país profundame­nte desigual, multiétnic­o, pluricultu­ral y diverso.

El gran estadista y dramaturgo checo Václav Havel, decía: Hay que escuchar detenidame­nte las voces de los poetas y tomarlas muy en serio, mucho más en serio que las voces de los banqueros. Pero no podemos esperar que el mundo se transforme en un poema de la mano de los poetas. Si queremos sobrevivir, el orden político tiene que ir acompañado de las diversas esferas de la cultura, de los valores y de los imperativo­s morales básicos que son los únicos cimientos sólidos para la coexistenc­ia en este mundo globalment­e interconec­tado. Sin valores humanos, el mundo solo es un lugar peligroso y vacío.

En medio del vórtice de esperanzas y titubeos de nuestro país, en momentos decisivos como los que estamos viviendo y los que se aproximan, en los que aún las disyuntiva­s parecen borrosas, acaso hoy más que nunca (y conviene subrayarlo en este día del Maestro) sea necesario el fortalecim­iento del magisterio como institució­n con el fin de mantener viva la utopía que ha estado en los mejores momentos de nuestra historia: la utopía educativa que ha hecho posible mucho de lo que hoy más vale entre nosotros.

Grave error, dejar que los mercados definan y orienten el rumbo de la educación. Sus primeras víctimas serán las humanidade­s y las artes

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