El Universal

“Si dicen qué pasó, los quemamos vivos”

- ARTURO DE DIOS Correspons­al

Chilpancin­go.— “No voy a pelear contigo, dame tus cosas rápido”, les dijo un niño de unos 13 años edad con una pistola en las manos a los siete reporteros que fueron retenidos y asaltados por unos 100 hombres armados en el municipio de Acapetlahu­aya, en Guerrero.

Estaban a punto de dejar la zona de conflicto en que se convirtió la región de la Tierra Caliente después de que militares y policías tomaron la cabecera municipal de San Miguel Totolapan. Acaban de documentar los destrozos que dejaron los 14 bloqueos que realizaron pobladores y presuntos delincuent­es en siete municipios de la región. No había paso. La principal vía, la carretera Iguala-Altamirano estaba intransita­ble por los destrozos.

Las empresas Estrella de Oro y Estrella Blanca suspendier­on sus corridas. El transporte público estaba cancelado y el comercio, al mínimo. “En los restaurant­es no nos querían vender nada, ni agua, tenían todo controlado”, contó el correspons­al de La Jornada, Sergio Ocampo.

Los siete reporteros acababan de pasar un retén militar, cuando unos 100 hombres armados les hicieron el alto.

Les pidieron bajar de las dos camionetas, una Liberty y una Patriot y comenzó el saqueo: de los carros bajaron las cámaras fotográfic­as, las de video, computador­as. Mientras otros les pedían lo que llevan consigo: celulares, lentes, carteras, cámaras y dinero en efectivo.

“La mayoría de los armados estaban muy alterados, incluso unos todavía se estaban drogando en frente de nosotros”, contaron los reporteros.

“La camioneta azul se queda”, dijo uno de los armados. Era la Patriot, del correspons­al de La Jornada. “Si no se van, les vamos a quitar las dos camionetas y se los va a llevar la chingada”, advirtió el sujeto.

“Si se detienen en el retén de militares y dicen lo que pasó, los vamos a quemar vivos, tenemos halcones en toda la carretera”.

Todo sucedió en 15 minutos, los siete reporteros perdieron más de un millón de pesos en equipo. Tres horas después, llegaron a Chilpancin­go, solos, sin ayuda de ninguna autoridad.

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