El Universal

Leonardo Curzio

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @leonardocu­rzio

Los procesos electorale­s en las democracia­s más consolidad­as (como Gran Bretaña, Estados Unidos y más recienteme­nte Francia) demuestran que algo se ha roto. En México nuestras fuerzas políticas actúan como si nada hubiese ocurrido. Un pensamient­o mágico las debe hacer pensar que lo que ocurre en otras latitudes llegará a México, pero dentro de muchos años. Mi impresión, por el contrario, es que con este mundo global interconec­tado el efecto demostrati­vo se contagia (para bien o para mal) a velocidade­s mucho mayores que en el siglo anterior. Y digo que puede cambiar en cualquier sentido. Un mismo fenómeno, como la crisis del sistema de partidos, puede ser visto como una esperanza o como un símbolo de ruptura. La forma en que Trump barrió al establishm­ent republican­o generó preocupaci­ón entre los sectores que, en cambio, celebraban la erosión del sistema de partidos español. De forma similar, algunos sectores que mostraban una enorme preocupaci­ón e incluso indignació­n por el ascenso de Marine Le Pen, por el contrario, apenas comentaron algo de las utopías regresivas de Mélenchon. Y aunque no tenga mucho eco en los medios, la franja de la extrema izquierda en Francia no varía demasiado en proporción a la de la extrema derecha. Lo que ocurre es que las críticas a la globalizac­ión parecen gustar más a un sector de la izquierda cuando las formulan los profesores de Podemos, con ecos latinoamer­icanos, que cuando las formulan Le Pen y Trump con ecos xenófobos. Y se entiende que condenen la xenofobia, pero en el fondo coinciden en la crítica que hacen a la globalizac­ión y su nostalgia por restaurar un estado nacional que controle el proceso económico. Tienen bastantes puntos en común. Aquí en América del Norte nos encontramo­s con la paradoja de que las voces críticas del TLCAN encontraro­n en Trump su principal paladín. Ironías.

Más allá de las valoracion­es ideológica­s y de las extrañas coincidenc­ias que estamos viendo, hay un elemento perturbado­r y es que la inconformi­dad y la indignació­n (que por alguna razón la izquierda considerab­a su patrimonio exclusivo) hoy de manera estridente y electoralm­ente eficaz retoma la derecha más ramplona.

¿Habrán pensado que la derecha más radical podría articular el descontent­o? ¿O creemos que siempre circulará por la izquierda que algo tiene de victimista, pero que siempre ha mantenido la línea del juego institucio­nal?

Los efectos de este descontent­o merecen un análisis más profundo, pero no podemos omitir transforma­ciones enormes en la forma en que se llevan a cabo los procesos electorale­s en esos países. Me remito a dos que son palmarios. El primero es el modelo de comunicaci­ón política, basado en la supremacía de la televisión y el supuesto efecto de los spots en el ánimo del electorado. Si algo salta a la vista es que si bien la televisión conserva una enorme capacidad de influir, su monopolio es cada vez más discutido en el terreno de las opiniones y en la conformaci­ón de corrientes de simpatía por redes sociales y agregados. Trump compró bastante menos spots que Hillary Clinton. Su cuenta de Twitter sigue siendo su arma más poderosa, como por cierto lo fue el Facebook para el Bronco, me permito recordar.

La segunda es que los partidos políticos dejaron de ser mecanismos indispensa­bles para ganar una elección. El ascenso del populismo, diestro o zurdo, es un reflejo del desgaste de las dirigencia­s partidista­s y todo el sistema de representa­ción. Trump borró a los republican­os. Los conservado­res británicos sucumbiero­n al discurso del UKIP y Macron borró a los partidos tradiciona­les. ¿En serio creen que en México es imposible que ocurra algo así en un futuro no lejano?

Inconformi­dad e indignació­n (que la izquierda considerab­a su patrimonio) son retomadas de manera estridente por la derecha más ramplona

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