El Universal

Guillermo Fadanelli

- Guillermo Fadanelli

Hace tres meses un editor de revistas me adelantó, con el propósito de sondear el terreno, que su consejo editorial estaba pensando seriamente proponerme aparecer en la portada de una publicació­n. De antemano rechacé cualquier posibilida­d de que tal agravio se llevara a cabo. Es una ofensa para un escritor de mi temperamen­to aparecer como un mono tras las rejas, como una mascota sonriente y apelmazada, como un atorrante que posa quién sabe por qué motivos ¿Qué clase de ser puede aceptar una ofensa semejante? ¿Qué burbujas deben bullir en el cerebro de una persona prudente para que desee aparecer en la portada de una revista? Vamos; si eso no es vulgaridad, payasada y menospreci­o de uno mismo entonces estoy, como debe ser, habitando una vida a ciegas. “Sigan esa vieja y sana costumbre de mostrar bellas modelos —dije a mi amigo editor—. Tal es un hábito saludable y bien intenciona­do; pero la cara de un artista o un escritor, de un futbolista o un político en la portada de una revista me lleva casi a un vómito metafísico. De inmediato sobreviene la diarrea y el esputo.” Sé que he llegado a permitir que me tomen fotografía­s después de una entrevista; sí, porque soy cortés y los periodista­s y fotógrafos hacen su trabajo y uno debe colaborar y no hacerles la vida pesada. Y por otra parte los editores de libros —héroes contemporá­neos— merecen vender el bulto con letras e historias disecadas que han lanzado al mercado: ¡y que fluya algo de dinero!, y que el teatro continúe; y que la literatura avance y abra camino en esta tierra de barbarie y matanza. ¿Aparecer en portada? Usted sabe que si contempla su rostro en el espejo durante un buen tiempo terminará viendo un mono, o una calabaza seca, o una calavera. “Para ser feliz es necesario no ocuparse demasiado de los otros”, escribió Albert Camus. Yo he seguido su consejo y pese a escribir elogios del bienestar humano y hacer crítica de las costumbres, trato, en la medida de lo discreto, no otorgar demasiada atención a los demás. ¿Qué fin tendría para un escritor que pulsa teclas, encorvado y que toma la imagen de un signo de interrogac­ión, aparecer al frente de una revista? ¿La fama? ¿Llamar la atención de los otros? ¡He aparecido en una revista! Sí, pero mañana una mancha oscura aparecerá en tu antebrazo y crecerá y tomará el nombre de cáncer. El auto nuevo, elegante y costoso que conduces se desbocará en un barranco. ¿Has acumulado varios millones de pesos producto de tu trabajo? Sí, pero ¿ya viste lo terrible y desagradab­le que es verte masticar? ¿Eres líder de un sindicato? Cuántos de los agremiados desean pasear tus tripas por las calles y llevarlas hasta el jardín de tu elegante mansión. ¿Te has enamorado? Imagina que tu gran amor se revuelca en el suelo con otros saurios como tú. ¿Anotaste el gol con el que tu equipo ganó el campeonato? Mañana tendrás arrugas hasta en las rodillas. ¿Aparecer en revista?, vaya dislate, qué desplante tan poco encomiable. Estoy cierto de que se trata de un trauma personal, de una disrupción mental, la mía; pero al menos trato de llevarla con una pizca de dignidad. Y además les prevengo: no se arrimen a mi voz, déjenme pasar, la serenidad tiene que ser restaurada.

Hace un cuarto de siglo que no asisto a ninguna obra de danza —pese al sólido respeto que me inspiran todas las artes— porque me olvido del detalle artístico y sólo pienso en sexo. ¿Unas hermosas mujeres realizando piruetas?: Sexo. ¿El cuerpo femenino dando luz a las más sentidas metáforas?: Sexo. ¿La representa­ción de la angustia a través del movimiento y la silueta ingrávida de la artista?: ¡Sexo! Lo siento, pero no se me ocurre mayor o más compleja interpreta­ción. En tales aspectos soy un minusválid­o y merezco respeto y atenciones especiales. Y además creo firmemente que el sexo es la voluntad de poder, la finalidad de toda partícula elemental, el origen de la pulsión creadora, tal como pensaba el hombre nacido en Danzig. ¿Es políticame­nte incorrecto lo que sostengo? No sostengo nada, para empezar, y cualquier viento fuerte puede hacerme cambiar de ideas; podría definirme como un espantapáj­aros ideológico que se desmorona con la lluvia. Ay, la coherencia. Lo correcto es hacer el bien, y ya; no manosear hipocresía­s con el fin de lograr el asentimien­to de las manadas bípedas. Lo honesto es hermoso; lo correcto —si carece de gracia— despierta el bochorno. Y lo más valioso que hay en la tierra es… el agua. Si viviera Céline comprender­ía mis palabras y las asentiría. También Camus lo haría, comprender­me digo. “Después de toda libertad hay una condena.” Y no nada más eso, Gallimard nos prestaría su automóvil, invitaríam­os a unas bellas bailarinas, compraríam­os vino rosado y luego de un viaje a alta velocidad todos nos mataríamos en la pera camino a Cuernavaca. ¿Yo en portada? Qué broma macabra y socarrona.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico