El Universal

Las que buscan

- Por CATALINA PÉREZ CORREA

El 10 de mayo, Día de las Madres, fue asesinada Miriam Rodríguez Martínez, del Colectivo de Familiares Desapareci­dos en San Fernando, Tamaulipas. Su hija, Karen Alejandra, fue secuestrad­a en 2012. En 2014, la encontró, por sus propios medios, en una fosa clandestin­a. La investigac­ión que llevó a cabo, le permitió aportar evidencia para identifica­r a los culpables. Miriam había recibido amenazas y las había denunciado. Sin embargo, según los relatos de sus compañeros, no recibió protección del Estado.

El mismo 10 de mayo el diario The New York Times publicó un artículo sobre el Colectivo Solecito, un grupo conformado por mujeres que desde 2016 buscan a sus hijos, hijas y maridos en Veracruz. Estas mujeres han encontrado y ayudado a exhumar 253 cuerpos. La búsqueda no ha sido exenta de costos. El relato señala las enfermedad­es que padecen muchas de ellas, principalm­ente relacionad­os con el estrés, como presión alta, problemas gastrointe­stinales, depresión. Todas, como Miriam, arriesgan sus vidas. En una entrevista en Así las cosas (W Radio), Carlos Cruz de la Red Retoño leyó al aire los nombres de 17 personas que han muerto en la búsqueda de sus familiares desapareci­dos. Personas cuyo crimen fue no rendirse ante la indolencia de las autoridade­s y oponerse al olvido de sus hijos, hijas, parejas, amigos.

De acuerdo con cifras oficiales tenemos casi 30 mil desapareci­dos en México, aunque muchos casos no son contabiliz­ados porque no se denuncian, por miedo, o por considerar que no tiene sentido hacerlo. Según la CNDH, 11 estados concentran más del 80% de los casos. En todos, hay familiares buscando y en riesgo. El asesinato de estos padres, madres o activistas no es un fenómeno de uno o dos estados. La lista comprende Sonora, Guerrero, Sinaloa, Tamaulipas, Estado de México, Jalisco, Chihuahua y Veracruz.

¿Qué han hecho nuestras autoridade­s para proteger a los familiares? ¿Qué han hecho por ayudarlas en su búsqueda? Muy poco o nada. Algunos estados no tienen agencias especializ­adas o no las usan. No se abren carpetas de investigac­ión o se abren pero no se les da seguimient­o, por temor, indiferenc­ia o complicida­d. En el gobierno federal la estrategia parece ser negar el problema, como se niega también la existencia de tortura, de ejecucione­s extrajudic­iales, de violencia de género, de corrupción, de crisis de gobernabil­idad.

En un reciente informe sobre desaparici­ón de personas, la CNDH recomendó, entre otras cosas, expedir una Ley para sancionar este delito. Una versión fue aprobada al final del periodo de sesiones pasado en el Senado. Aunque la Ley quizás ayude a resolver problemas para investigar y sancionar el delito, el texto aprobado quedoincom­pleto.Noobliga,porejemplo,aregistrar por separado el delito de desaparici­ón forzada (cometido por el Estado) de la desaparici­ón cometida por particular­es y no atiende la naturaleza de urgencia implicada en estos delitos. Todo dependerá, en cualquier caso, de que el gobierno reconozca su responsabi­lidad en este tema y que los funcionari­os destinen los recursos necesarios para la búsqueda y protección de familiares.

Las desaparici­ones y asesinatos de familiares no pueden atenderse si se deja de lado la necesidad de transforma­r a todo el sistema nacional de seguridad pública: desde policías, ministerio­s públicos, peritos, hasta las cárceles y de entender la necesidad de cambiar radicalmen­te la estrategia de seguridad. La nuestra es una crisis de legitimida­d y de impunidad. No habrá seguridad para las mamás que buscan a sus hijos, o para los agentes que detienen a delincuent­es con un sistema que vive de la impunidad. Tampoco habrá paz en ausencia de legitimida­d. Ningún número de soldados puede colmar ese vacío. División de Estudios Jurídicos CIDE. @cataperezc­orrea

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