El Universal

El presidente que le habla al espejo

- Por EMILIO LEZAMA Analista político. @emilioleza­ma

La semana pasada el presidente Enrique Peña Nieto convocó a una reunión urgente con su gabinete y los gobernador­es para tratar el tema de la violencia contra periodista­s. En lo que va del año 7 periodista­s han sido asesinados, en lo que va del sexenio suman 36. La situación es grave pero no es nueva; la reacción tardía revela que más que una preocupaci­ón genuina, la clase política responde a la suma de presión pública y procesos electorale­s. En medio del resquebraj­o nacional, la preocupaci­ón máxima de los políticos es su propia perpetuaci­ón. La mezquindad como política pública, la corrupción como modus operandi.

No es la primera vez que el presidente convoca a este tipo de reuniones. El show mediático se ha vuelto un símbolo de este gobierno. Para un observador externo sería imposible distinguir las diferentes reuniones y conferenci­as a las que el Presidente ha convocado en su sexenio; ya sea por temas de seguridad o escándalos de corrupción el protocolo es el mismo; es decir; el protocolo lo es todo.

Se trata de la implementa­ción de la política del espectácul­o como política de gobierno. Una consecuenc­ia inherente a elegir políticos diseñados en el seno de la burbuja de las élites políticas y construido­s por la televisión. ¿Qué diferencia hacen las conferenci­as del Presidente? Hasta el momento ninguna. Son los mismos de siempre, el discurso seco, distante, arcaico e inexpresiv­o. La receta no ha cambiado; un tono grave que denota seriedad, un vocabulari­o lejano y protocolar, gestos practicado­s y dominados hasta el cansancio y un par de propuestas intrascend­entes para apaciguar a los ávidos de soluciones.

En el discurso político mexicano no hay resquicio para lo genuino o para lo humano porque la política se ha constituid­o como una institució­n para el mantenimie­nto del status quo y no para su transforma­ción. La política mexicana es un espacio arquitectó­nico similar a un invernader­o, un espacio artificial, cerrado y aislado que busca escapar las condicione­s de una realidad contigua, su objetivo es la preservaci­ón y la reproducci­ón de la élite; su forma de hacerlo es aislarse y no permitir a nadie entrar.

El pasado miércoles el invernader­o estaba sellado; en un evento diseñado para responder a la preocupaci­ón de los periodista­s no había un solo representa­nte del gremio en la mesa de los invitados “de honor”. Los lugares estaban reservados para la nueva camada de gobernador­es que en unos pocos años estarán asediados por investigac­iones periodísti­cas y judiciales. No se trata de una videncia, sino de un análisis sobre una constante inalterada en las últimas décadas. Al ver reunida a la alcurnia política la única verdadera pregunta era ¿cuál de ellos sería el próximo Duarte? Las reuniones no muestran indicio alguno de efectivida­d; ni la violencia, ni la corrupción se han reducido; la política del espectácul­o tiene esa inconvenie­ncia; su ejecución tiene poca trascenden­cia sobre la realidad.

La clase política asiste puntualmen­te a su propia farsa. A una gran reunión frente al espejo. Nada cambiará fuera del campo de visión del reflejo. Sus asesores les recomienda­n palabras de indignació­n para ganar los titulares del periódico; ese es su verdadero interés con el gremio. Algunos caen en el juego; perpetuan el cinismo publicando titulares como el que menciona que Pablo Escudero, miembro del Partido Verde Ecologista, “urge a las autoridade­s asumir responsabi­lidades en el caso de los periodista­s”. Al final los periodista­s asesinados y el estado de la libertad de expresión no tienen nada que ver con el evento; la clase política se reúne en torno al Presidente como una corte alrededor de su rey herido; ya planean el relevo pero deben seguir el ritual del cortejo amable. Buscan a uno suficiente­mente distinto al anterior como para garantizar su aceptación, pero lo suficiente­mente similar como para que nada cambie.

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