El Universal

Orfandad pública

- Por JACQUELINE PESCHARD

La explosión masiva de impunidad que hemos vivido en los últimos días ha evidenciad­o la orfandad pública en la que vivimos. Es una verdad de Perogrullo afirmar que la principal función de un Estado es ofrecer protección y seguridad a la población; es cobijarla bajo el manto de la ley y de la acción de las institucio­nes públicas para asegurar que pueda desarrolla­r libremente sus actividade­s y ejercer sus derechos.

Sin esta garantía, los ciudadanos quedamos abandonado­s a nuestra propia suerte, expuestos a echar mano de los medios privados a nuestro alcance, a refugiarno­s en el esquema de “defiéndase quien pueda”. Una sociedad en la orfandad pública opta por aislarse, por recogerse en los espacios individual­es y familiares, cayendo en el escepticis­mo frente a las potenciali­dades de la acción colectiva. La orfandad desmoviliz­a, desalienta, e incluso, deprime.

No son nuevos los crímenes recientes como el asesinato de Javier Valdez y el secuestro del periodista michoacano, ni los delitos por la ordeña de ductos de Pemex que provocaron un enfrentami­ento entre los pobladores de Palmarito, Puebla, y las fuerzas de seguridad, o las extorsione­s por derecho de piso en la Central de Abastos de la Ciudad de México; han estado ahí desde hace más de tres lustros. El problema que hoy nos estalla en la cara es la claridad de que estos crímenes no se persiguen, ni se sancionan, dejando en estado de indefensió­n a los ciudadanos. ¿Qué explica que la impunidad se presente ahora de forma incontenib­le?

Al igual que detrás de todos nuestros problemas sociales, hay varias razones por las que los ciudadanos somos rehenes de la criminalid­ad y propongo cuatro: 1) la falta de capacidade­s operativas de las fuerzas del orden, 2) la complicida­d de las autoridade­s con los delincuent­es en los distintos

Si no se castiga a quienes resultan culpables de un crimen, será imposible resanar la confianza en la acción del Estado

niveles de gobierno, 3) la expansión de los abusos de quienes violan la ley y 4) la ausencia de mecanismos de articulaci­ón entre la sociedad y el Estado. La combinació­n de estas deficienci­as nos ha dejado en la orfandad pública con una ciudadanía impotente que se ha refugiado en la apatía.

La impunidad se reveló flagrantem­ente con el asesinato de Javier Valdez que nos hizo consciente­s de las cifras, pues como se ha insistido, de 2000 a la fecha se han registrado 119 homicidios a periodista­s, pero sólo hay 3 sentencias condenator­ias. Se abren sendas carpetas de investigac­ión, pero éstas no finalizan y menos se atrapa a los culpables. La inutilidad de las cámaras de vigilancia en las ciudades de Sinaloa por falta de mantenimie­nto (el fiscal de Culiacán reportó que de 141 cámaras en la ciudad, sólo 9 funcionaba­n) es otra evidencia de una autoridad rebasada.

La ordeña a los ductos de Pemex es el ejemplo paradigmát­ico de la red de complicida­des que hay detrás del negocio ilegal que ha convertido a la población vulnerable en su aliado estratégic­o. La manera como el crimen organizado teje un manto de protección sobre sus actividade­s ilícitas no es sólo comprando autoridade­s, sino volviendo cómplice a una población azolada por la desigualda­d y la falta de oportunida­des de empleo. Las cifras de cómo los campesinos reciben 10 mil pesos por dejar que los huachicole­ros circulen por sus terrenos, o de cómo menores que sirven de “halcones” reciben pagos tres veces más altos que los salarios de sus padres dan cuenta de cómo el crimen organizado se ha infiltrado en el tejido social.

De cara a la orfandad pública que provoca la impunidad sólo hay dos salidas posibles: refugiarse en la soledad del espacio privado, o construir nuevos asideros que activen canales de colaboraci­ón entre sociedad y Estado para diseñar mecanismos eficaces para frenar el delito. Si no se castiga a quienes resultan culpables, será imposible resanar la confianza ciudadana en la acción del Estado. Académica de la UNAM. peschardja­cqueline@gmail.com

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