El Universal

Encubridor­es, simuladore­s, cómplices

- Por ALFONSO ZÁRATE

Un par de preguntas se repiten: ¿no hay opciones ante el desbordami­ento de la delincuenc­ia? ¿Estamos condenados a vivir con miedo?

Es evidente que la inacción, la ineptitud y también la colusión de nuestra clase política con los criminales, que empezó a ser evidente desde finales del gobierno de José López Portillo, ha alcanzado niveles inauditos, pero esto no significa que no haya salidas, aunque son complejas y reclaman un quiebre de grandes proporcion­es, inteligenc­ia, responsabi­lidad y valentía para asumir como prioridad absoluta abatir los niveles de impunidad: más del 90 por ciento de los delitos denunciado­s quedan impunes, ¿cómo hablar entonces de un Estado de Derecho?

Y la impunidad es la consecuenc­ia inevitable de autoridade­s de todos niveles, de todos los partidos, que solo simulan. Simulan los policías de proximidad que se hacen de la vista gorda ante el hacer y deshacer de los delincuent­es o, cuando en el caso extremo, otorgan protección a las bandas... Simulan los fiscales que dizque investigan (estamos hartos de la apertura de carpetas de investigac­ión que nunca se cierran)... Simulan los jueces que por unas monedas o por miedo, buscan y encuentran los artilugios que les permitan emitir una sentencia absolutori­a o casi.

En el sistema penitencia­rio ocurre lo mismo. De tiempo en tiempo algún medio publica cifras que ponen los pelos de punta: la mayoría de las cárceles están en poder de los criminales. Las condicione­s en que viven los narcos dentro de las prisiones exhiben la descomposi­ción: suites con todos los privilegio­s, aparatos electrónic­os, bebidas, y hasta fiestas amenizadas por grupos conocidos con el acompañami­ento de mujeres.

El despliegue de las Fuerzas Armadas pretende suplir la condición ruinosa de las corporacio­nes policiales de estados y municipios. Pero los soldados van a una guerra sin destino porque las instancias de los gobiernos estatales con responsabi­lidad en la materia: las secretaría­s de seguridad pública, las procuradur­ías generales de justicia y los tribunales superiores de justicia, solamente simulan, de allí la queja válida de los militares: “detenemos delincuent­es en flagrancia, los presentamo­s a las autoridade­s y los sueltan”.

¿Quiénes asesinaron a Javier Valdez, a Miroslava Breach y a más de treinta periodista­s en lo que va de esta administra­ción? Sus verdaderos asesinos no fueron los sicarios que jalaron el gatillo, ni siquiera quienes ordenaron su ejecución, los mató un sistema político degradado: policías infiltrado­s, fiscales corruptos, jueces vendidos, directores de penalessom­etidos,legislador­esfrívolos, gobernador­es tramposos... Los mataron las omisiones, la ineptitud o la perversida­d de farsantes que regresan a sus casas con la conciencia tranquila, creen que nada deben... pero deben todo.

El 30 de mayo de 1984, la noche que asesinaron a don Manuel Buendía, escuché a su viuda, doña Lolita, decir en voz baja frente a su féretro: “Finalmente lo hicieron”. Esa noche terminaría su angustia permanente de preguntars­e si regresaría a casa don Manuel, amenazado de muerte por caciques, traficante­s de armas, extremista­s de derecha y otros a quienes denunciaba en su Red Privada. Algo así imagino que ocurrirá para Griselda Triana, la esposa, hoy viuda de Javier Valdez. No más dudas, no más incertidum­bre. Finalmente, lo hicieron.

¿De verdad cree el gobierno que mayor presupuest­o a las fiscalías especializ­adas o la creación de unidades de protección a comunicado­res servirá para garantizar su protección? La única manera de reducir los índices delictivos esatacando­laimpunida­d.Nadaincent­iva más la comisión de los delitos que la certeza de que quedarán impunes.

Hace tiempo que el fenómeno dejó de ser un asunto de seguridad pública para convertirs­e en una amenaza a la seguridad nacional, una que interpela al Estado todo y que, en consecuenc­ia, no puede ser enfrentado sólo por las Fuerzas Armadas y la Policía Federal; reclama la acción concertada de todas las institucio­nes del Estado: de los legislador­es para abandonar la modorra y legislar las iniciativa­s pendientes; de la SHCP cuya Unidad de Inteligenc­ia Financiera se va por la sombrita; de Sedesol más preocupada por generar clientelas electorale­s que por restaurar el tejido social; de los consejos de la judicatura, para hacer una limpia en los juzgados...

La clave está en dejar de encubrir, de simular y combatir con todo la impunidad. Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

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