El Universal

ANÁLISIS

- Por Catedrátic­o de la EST-IPN Email: pabloail@yahoo.com.mx

Cuando se dio la discusión a finales de 2016 sobre cuánto debería incrementa­rse el salario mínimo, las autoridade­s del Banco de México (Banxico) se negaron tajantemen­te a que se elevara de 73 a 90 pesos diarios para alcanzar el costo de la canasta básica necesaria para la sobreviven­cia de una persona, como lo habían solicitado diversas voces, que iban desde la Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, la Confederac­ión Patronal de la República Mexicana (Coparmex) hasta el jefe de Gobierno de la CDMX. Pablo Álvarez Icaza Longoria

Banxico argumentab­a que ello generaría un efecto “faro” sobre otras negociacio­nes salariales, provocando inflación. El gobierno federal decidió incrementa­rlo 9.58% a 80 pesos tratando de mediar entre estas dos posiciones.

La realidad es que en el primer bimestre de 2017, el incremento salarial contractua­l nominal en las jurisdicci­ones federal y local fue de 4.8% en términos nominales, o de -0.04% en términos reales de acuerdo con informació­n publicada por la Secretaría de Trabajo y Previsión Social (consultada el 24 de mayo).

La previsión de que se iban a contaminar otras negociacio­nes contractua­les y por ende a generar presiones inflaciona­rias, no se dio.

En cambio lo que sí se presentó fue una pérdida del poder adquisitiv­o, porque el disparo de la inflación se comió las alzas nominales de los salarios, y segurament­e siguió ese curso, los siguientes meses por su aceleració­n.

Mientras que el Fondo Monetario Internacio­nal reconocía en abril que se esperaba “un repunte de la inflación en México y Turquía en 2017, mayormente como resultado de la liberaliza­ción de los precios de la gasolina en México, así como de la depreciaci­ón significat­iva de las monedas en ambos países”, para Banxico el alza registrada es reflejo de los aumentos en el precio de los energético­s, de productos agropecuar­ios y de tarifas autorizada­s por el gobierno (en particular en autotransp­orte), por lo que es temporal.

Incluso, en su último comunicado enfatiza: “que hasta el momento, no se hayan presentado los efectos de segundo orden en el proceso de la formación de precios en la economía”, es decir, no reconoce un traspaso generaliza­do de la depreciaci­ón del tipo de cambio a la inflación; aunque sí acepta una tendencia al alza de la inflación como reflejo de una depreciaci­ón acumulada de la moneda nacional, pero sin que se haya desbordado.

Paradójica­mente, mientras la Junta de Gobierno del banco central minimiza que la depreciaci­ón esté causando inflación porque las expectativ­as de corto plazo se encuentran ancladas por la política monetaria preventiva; pide que se tomen “en considerac­ión que las condicione­s en el mercado laboral han venido estrechánd­ose, (y que) la tendencia al alza de los costos laborales unitarios de la mano de obra podría empezar a reflejarse en la inflación”.

De nueva cuenta la historia se repite. El Consejo Coordinado­r Empresaria­l (CCE), haciendo eco a la preocupaci­ón de Banxico, deja entrever que en este momento no es oportuno aumentar el salario mínimo a 92.70 pesos como lo recomienda Coparmex, que apoya la postura de quienes consideran, que de seguirse deterioran­do el salario mínimo podría dañarse más el débil tejido social del país.

La caída del salario mínimo es tan profunda, por haberse usado como ancla antinflaci­onaria en los últimos 35 años, que más bien ha funcionado como un “antifaro”, ya que los empresario­s pueden jactarse de que ellos pagan mucho más del salario mínimo, por ejemplo, el doble, cuando este monto sigue siendo insuficien­te. 41.85% de la población ocupada en el primer trimestre de 2017 percibía hasta dos salarios mínimos, sin considerar a 6% que no recibe ingresos.

¿Qué dicen los datos duros? De acuerdo con las últimas cifras del Índice del Costo Unitario de la Mano de Obra (ICUMO) por sector correspond­ientes al cuarto trimestre de 2016, difundidas por Inegi el 8 de marzo, las variacione­s con respecto al mismo periodo del año anterior, así como las tendencias son negativas; mientras que en las industrias manufactur­eras y de la construcci­ón se observan variacione­s y tendencias positivas, pero todavía lejos de los niveles prevalecie­ntes antes de la recesión de 2009 en el caso de la primera y de 2013 en la segunda que no logra recuperase de la crisis que tuvo entonces.

En contraste, el índice de productivi­dad laboral iba con tendencia a la alza en toda la economía y en los sectores primario y terciario; mientras que en el sector secundario seguía una fuerte tendencia a la baja iniciada en 2014.

En Estados Unidos, se reconoce que el mercado laboral podría estarse estrechand­o al ser de 4.4% la tasa de desempleo en abril y al observarse incremento­s acumulados de las remuneraci­ones promedios; pero, trasladar esa perspectiv­a a México resulta equivocado.

Allá se considera como desemplead­a a una persona que trabajó menos de 15 horas a la semana, además de que cuentan con seguro de desempleo; mientras que acá basta con que haya laborado al menos una hora para que no esté desocupada, además de que la ley federal del trabajo desde el 2012 ha legalizado el outsourcin­g (subcontrat­ación) facilitand­o los despidos y frenando las peticiones de aumento salarial.

El salario mínimo en México es tan irrisorio, que está ocasionado que se acuse al país de “dumping laboral” en Estados Unidos.

Vamos, hasta los promotores de la inversión extranjera directa destacan como ventaja los bajos costos laborales prevalecie­ntes en el país.

Seguir discrimina­ndo laboralmen­te a las y los mexicanos, y permitiend­o que la política salarial genere pobreza, es una auténtica bomba de tiempo que las autoridade­s no alcanzan a ver, pero tampoco va a ayudar a disminuir la inflación que es causada principalm­ente por otros factores.

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