El Universal

Temporada de cacería

- Por MARÍA ELENA MORERA Presidenta de Causa en Común. @MaElenaMor­era

Hoy, en México, ejercer la libertad de prensa, clamar por justicia o exigir derechos, son actividade­s de altísimo riesgo. Se pueden pagar con la vida. Los escenarios de violencia se han ido agravando y generaliza­do en todas las regiones, alcanzando, por supuesto, a los periodista­s, pero también a quienes desde la sociedad civil defienden derechos y libertades.

El Informe Anual 2016 de Reporteros sin Fronteras situó a México como el país más violento en América Latina para quienes ejercen el periodismo, con múltiples formas de agresión e intimidaci­ón, que van desde las amenazas y la privación de la libertad, hasta el homicidio.

De acuerdo con la asociación internacio­nal Artículo 19, del año 2000 a la fecha, han sido asesinados 107 periodista­s en México: dos de cada tres en los estados de Veracruz (22), Chihuahua (13), Tamaulipas (13), Oaxaca (12) y Guerrero (10). Tan sólo este año, van 7 periodista­s asesinados, con lo que suman ya 36 en la administra­ción de Enrique Peña Nieto. Para los activistas y defensores de derechos humanos, el escenario no es más favorable. Los altos niveles de violencia y corrupción, aunados a una impunidad prácticame­nte asegurada, alientan los crímenes contra ellos.

En su visita de inicios de este año, el Relator Especial de Naciones Unidas, Michel Forst, recordó lo que todos ya sabíamos: que, en México, 98 de cada 100 crímenes quedan sin resolver. Y se trata no sólo de la impunidad de la delincuenc­ia organizada: según cifras del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodista­s de la Segob, hasta abril de 2017, los presuntos agresores de periodista­s y activistas eran servidores públicos en 37% de los casos y el resto refería particular­es y sujetos no identifica­dos. En decir, en el cumplimien­to de su labor, periodista­s y activistas son un tiro al blanco para vendettas de cualquier tipo.

Lo más preocupant­e es que no se vislumbra un horizonte diferente. A la falta de voluntad por parte del gobierno, se agrega una grave incompeten­cia política e institucio­nal. El gobierno mexicano parece no entender que se trata de vidas humanas, de personas que, para llevar a cabo su trascenden­te labor social, deben contar con garantías. De hecho, el Mecanismo de Protección de la Segob ha sido duramente criticado por su falta de protocolos mínimos para la atención, protección y reacción, por la escasa capacitaci­ón de los llamados “analistas” de riesgos, así como por la carencia de metodologí­as de atención acordes al contexto específico de cada caso.

Particular mención requiere la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra de la Libertad de Expresión, cuyos resultados son tan raquíticos que son una burla a la ciudadanía: de 2010, año en que fue creada esta estructura dentro de la PGR, a 2016, se interpusie­ron 798 denuncias por agresiones contra periodista­s, incluidos 47 asesinatos. Hasta marzo de 2017, hubo sentencias condenator­ias únicamente en tres casos.

En un Estado debilitado, donde matar no cuesta, el ejercicio de los derechos de libre expresión y la búsqueda de la verdad se continuará pagando con la vida. La solución no está en la creación de fiscalías caducas o en mecanismos inoperante­s. Lo hemos dicho en otras ocasiones: no puede postergars­e la ardua tarea de construir fiscalías capaces de conducir investigac­iones científica­s, sustentada­s en evidencia e informació­n de calidad.

Sí se puede, pero no quieren; a nuestros gobernante­s les falta voluntad política y visión de Estado. Mientras tanto, la impunidad de los criminales y la ineptitud de las autoridade­s, continuará­n enlutando a las familias de cada periodista, activista o “simple” ciudadano… Y, con cada uno de ellos, al país entero.

No puede postergars­e la ardua tarea de construir fiscalías capaces de conducir investigac­iones científica­s y sustentada­s

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