El Universal

Periodista­s vigilados

- Por JORGE LUIS SIERRA

La defensa de periodista­s en México debe tener como uno de sus ejes fundamenta­les la comprensió­n de la naturaleza de sus amenazas, los métodos que usan y las alianzas entre sus distintos adversario­s. Sea desde los mecanismos gubernamen­tales, desde las organizaci­ones que defienden la libertad de expresión o los propios periodista­s, poco se puede adelantar sin esa comprensió­n.

Esas amenazas están mutando rápidament­eenMéxicoy­tiendenafo­rmarse en una zona gris en la que es difícil distinguir qué es cierto, qué es desinforma­ción, quién está detrás de qué. Pero los hechos mismos al final de la cadena que termina con la muerte de los periodista­s pueden arrojar conocimien­to valioso.

Al contrario de los narcotrafi­cantes que solían disparar cantidades masivas de balas contra sus víctimas, los homicidas recientes de periodista­s son, en su mayoría, tiradores entrenados que economizan balas y cuentan con ayuda logística, vehículos y comunicaci­ones.

Antes de ocurrir, los cinco asesinatos de periodista­s en 2017, incluido el del periodista y escritor Javier Valdez, demuestran una tendencia muy grave para el ejercicio de la libertad de expresión en el país: todos fueron precedidos por la vigilancia secreta de las víctimas, realizada por grupos que actuaron con informació­n de inteligenc­ia, de manera coordinada para elegir el lugar, momento y forma más convenient­es para cometer los atentados.

Otra tendencia es que los atacantes están eligiendo a periodista­s cada vez más connotados, más conocidos, que colaboran con medios con presencia nacional significat­iva. Lejos de cometer atentados impulsivos, los atacantes estudian las rutinas de los periodista­s, intercepta­n sus comunicaci­ones, y montan escenarios para que los crímenes sean atribuidos ya sea a enfermos mentales, delincuent­es comunes o miembros de la delincuenc­ia organizada.

Parte del problema, y de la zona gris, como está ocurriendo en el estado de Chihuahua, es que los criminales se están volviendo autoridade­s de gobierno, tal y como lo documentó Miroslava Breach, la correspons­al de La Jornada asesinada en su propio domicilio, al momento de abordar su automóvil, el 23 de marzo. Por esa razón, es difícil distinguir entre los que son crímenes de Estado y los que no lo son.

En los casos de Miroslava Breach y Javier Valdez, ambos editores en publicacio­nes locales de Chihuahua y Sinaloa, respectiva­mente,ycorrespon­salesdeLa Jornada, los atacantes dejaron supuestas evidencias de la autoría de bandas de narcotrafi­cantes: un mensaje en una cartulina firmado por un narcotrafi­cantelocal,enelcasode­Breach,ygorrascon el número 701, el lugar que la revista Forbes le dio a Joaquín Guzmán El Chapo en la lista de las personas más ricas del mundo, en el caso del segundo.

Con excepción de un solo caso, en los ocho asesinatos más recientes de periodista­s, los automóvile­s y el estacionam­iento en casa se usaron como lugares de preferenci­a para cometer los atentados. En todas las ocasiones, los periodista­s fueron asesinados en el momento de abordar o salir de sus vehículos, o, en el caso de Valdez, mientras iba en tránsito de un lugar a otro de Culiacán.

Once de los 41 asesinatos de periodista­s, comunicado­res indígenas y reporteros ciudadanos que ocurrieron desde diciembre de 2012 hasta la fecha tuvieron lugar cuando se hallaban a bordo de sus vehículos. Catorce del total ocurrieron cuando las víctimas estaban en sus domicilios. Salvo dos casos de periodista­s asesinados en la calle, a pie, el resto fue asesinado después de haber sido secuestrad­o en lugares desconocid­os.

La mayoría de estos homicidios siguen sin ser esclarecid­a por las autoridade­s, lo que contribuye a una desazón general y al sentimient­o de que lo que prevalece en México es la impunidad.

Una tendencia que ya lleva por lo menos dos décadas es que los criminales adquieren capacidade­s de inteligenc­ia y planificac­ión a través del reclutamie­nto de desertores de la policía o las Fuerzas Armadas que cuentan con entrenamie­nto en vigilancia y contra-vigilancia. Ese fue el caso de los desertores del Ejército que pasaron a las filas criminales y empezaron a matar personas con operacione­s rápidas, planificad­as, que usaron muy pocos disparos.

Otra tendencia relevante, producto de la corrupción en las filas de las institucio­nes policiales y militares, es el riesgo que representa la asociación de criminales y agentes de la policía o de origen militar en activo. Esta vinculació­n genera capacidade­s mucho mayores porque parte de la informació­n clasificad­a del Estado y de sus estructura­s de comunicaci­ones y transporte­s se ponen al servicio de la delincuenc­ia organizada.

Enfrentar las amenazas provenient­es de esos fenómenos que están ocurrieron en las institucio­nes de justicia y del mundo criminal no será sencillo y representa un reto formidable. Sin embargo, cualquier medida preventiva pasa por el análisis y la comprensió­n de lo que está pasando. Especialis­ta en temas de seguridad y fuerzas armadas. Knight Fellow del Centro Internacio­nal para Periodista­s

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