El Universal

El último hogar de Maximilian­o en México

A 150 años de la muerte del segundo emperador de México, recordamos el Castillo en el que vivió y el porqué de la traza de la hoy avenida Reforma

- MAURICIO MEJÍA CASTILLO www.eluniversa­l.com.mx Lee el texto completo en la web

Al castillo donde vivían Maximilian­o de Habsburgo y Carlota de Bélgica en Italia le llamaron de Miramar porque sus amplios ventanales y terrazas dominaban el mar Adriático. Allí llegó la junta de conservado­res mexicanos conocida como Junta de Notables para ofrecer a los archiduque­s el trono de su país. En este castillo la pareja aceptó y de ahí partió en la fragata Novara para su nueva patria el 14 de abril de 1864. El puerto de Trieste los despidió y el de Veracruz les dio una fría recepción la tarde del 28 de mayo, pero fue hasta el domingo 12 de junio que la pareja europea hizo su entrada formal a la Ciudad de México.

Una comitiva se les adelantó a los nuevos emperadore­s de México en su llegada a la capital. En ella venía Wilhen Knechtel, su jardinero. Knechtel se dio cuenta que el Palacio Nacional o Imperial no estaba listo para que habitaran en él los archiduque­s, como era la idea original. Hubo necesidad de reparar techos, pisos y ventanas y sacar a las personas que se habían instalado ahí.

Fernando del Paso en su novela Noticas del Imperio narra cómo fue la bienvenida: “Los recibió una multitud que los ovacionó y entonó poemas en su honor bajo el sol candente del mediodía (…) los esperaban todos los príncipes de la Iglesia, tronaron los cañones en su honor y a rebato tocaron las campanas . La primera noche de Maximilano y Carlota en México contrastó con la pompa del recibimien­to: acosados por los insectos que se colaban por las chimeneas de Palacio, la emperatriz durmió en un sillón y el emperador en una mesa de billar.

A Maximilian­o le pareció mucho mejor para vivir el castillo que coronaba un cerro a las afueras de la ciudad: el Castillo de Chapultepe­c. Asentado en los lugares de recreo de Moctezuma, la residencia fue construida por orden del virrey Bernardo de Gálvez entre 1785 y 1787. El diseño fue de los militares e ingenieros Francisco Babitelli y Manuel Agustín Mascaró. Durante la guerra de Independen­cia el castillo quedó abandonado. En 1833 en él se instaló el Colegio Militar, pero después de la intervenci­ón norteameri­cana (1847) quedó otra vez deshabitad­o. Por tanto, no es de extrañar la imagen que tenía en 1864.

En sus Memorias, Knechtel dice: “No había una ventana completa en todo el edificio, las cerraduras de las puertas habían sido arrancadas, el piso, que estuvo empedrado con ladrillos había sido excavado y estaba lleno de huecos, las paredes se hallaban sucias y llenas de hoyos porque habían fijado palos de madera para colgar los uniformes”.

El estado del Castillo no importó a Maximilian­o. La ciudad entera se podía contemplar desde ahí. Y a sus pies, el bosque. Sus ahuahuetes milenarios, sus lagos, sus paseos y calzadas. Si a aquel de Trieste le habían puesto Miramar, a éste cuyos ventanales y terrazas dominaban todo el Anáhuac, le llamaron Castillo de Miravalle.

En él vivieron prácticame­nte sólo dos años. Luego que lo dejaron, Carlota en 1866 y Maximilian­o meses después; ninguno de los dos volvió a pisar el Alcázar de Chapultepe­c.

Su llegada al cerro del Chapulín la cuenta Knechtel: “Llegaron solos, sin compañía ninguna y bajaron en la puerta del parque, donde les estábamos esperando”. También solos, dice Del Paso, les gustaba cabalgar por la calzada que llevaba a la ciudad.

El Paseo Nuevo de Bucareli era el límite de la Ciudad de México que Carlota regía cuando su marido se ausentaba al interior del país. Esta vía quedaba a seis kilómetros de la casa imperial. Se ordenó que se construyer­a una calzada que comunicara edificio y metrópoli. La llamaron Paseo de la Emperatriz y luego del porfiriato hoy lo conocemos como Paseo de la Reforma. El ingeniero austriaco Allois Bolland Kuhmacki fue quien la trazó. La ciudad tenía un boulevard para rivalizar con París.

No es difícil imaginar aquellos bailes de gala en los salones de Miravalle.

Maximilian­o fundó la Junta Protectora de Clases Menesteros­as, en ayuda a los indígenas. Sus ideas liberales europeas le hicieron perder el apoyo hasta de quienes lo habían invitado a México.

Aunado a ello, el retiro de las tropas de Napoleón III de tierras mexicanas dejaban a su suerte a la pareja en México. Carlota partió a Europa para pedir ayuda al Papa. Maximilian­o se quedó en su imperio defendiénd­olo hasta donde pudo. Pero pudo poco. Las fuerzas liberales de Benito Juárez tenían ya ganada la plaza. En mayo de 1867 fue capturado en Querétaro. De poco pudieron también las lágrimas de las damas de la corte a Juárez por el indulto del austriaco. La República lo condenaba. El 19 de junio de 1867 Maximilian­o de Habsburgo fue fusilado en el Cerro de las Campanas.

En Europa la archiduque­sa María Carlota Amalia Victoria Clementina Leopoldina murió a sus 87 años, en 1927. Para entonces su Castillo de Miravalle era ocupado como residencia presidenci­al por un tal Plutarco Elías Calles.

Hoy, el Castillo alberga al Museo Nacional de Historia y al año recibe a 1 millón 703 mil 992 visitantes.

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La Calzada de Chapultepe­c en una toma de 1880, cuando existía el acueducto construido en el siglo XVIII. Al fondo, en lo alto, el Castillo de Chapultepe­c.
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Imagen actual del Castillo de Chapultepe­c, visto desde el Paseo de la Reforma.

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