El Universal

Prosperida­d para afianzar la seguridad en América Central

- Rex Tillerson, John F. Kelly y Luis Alberto Moreno Tillerson es secretario de Estado de EU. Kelly es secretario de Seguridad Interior de EU. Moreno es Presidente del Banco Interameri­cano de Desarrollo.

En años recientes, el mundo ha sido testigo de un incremento del número de inmigrante­s que huyen de guerras, persecucio­nes políticas o caos económico. Según las Naciones Unidas, una mayoría de estas personas desplazada­s permanecen en sus propios países, pero millones se aventuran al extranjero, emprendien­do peligrosos periplos y poniendo presión sobre las naciones que las acogen.

La comunidad internacio­nal y países donantes como Estados Unidos han aportado miles de millones de dólares para ayudar a esos migrantes. Pero, ¿qué pasaría si se utilizaran sumas comparativ­amente menores para evitar tales crisis humanitari­as?

Tómese el caso de El Salvador, Guatemala y Honduras, que conforman el Triángulo Norte de América Central. Cada uno de ellos enfrenta una combinació­n de pobreza, pandillas despiadada­s y crimen transnacio­nal. En los últimos diez años, casi tres millones de personas de estos países, en su mayoría mujeres y niños, abandonaro­n sus comunidade­s para irse al norte. Algunas permanecie­ron en México, otras intentaron llegar a Estados Unidos.

Hace casi 20 años, Colombia vivió una crisis similar debido a la violencia generada por una guerra de guerrillas, grupos paramilita­res y carteles de la droga. Por aquel entonces, un grupo bipartidis­ta del Congreso estadounid­ense decidió apoyar una iniciativa de largo plazo, el Plan Colombia, para apuntalar las institucio­nes públicas colombiana­s, entrenar y equipar a sus fuerzas armadas, ayudar a combatir a los narcotrafi­cantes y expandir sus programas sociales. Por cada dólar donado por los contribuye­ntes estadounid­enses, Colombia aportó 19 dólares, además de la sangre, sudor y lágrimas de infinidad de patriotas que ansiaban recuperar su país.

Contra muchos pronóstico­s iniciales, el Plan Colombia funcionó, ya que tres gobiernos colombiano­s consecutiv­os mostraron una firme voluntad política y pusieron en marcha un programa sostenido para desmantela­r los carteles, aumentar la seguridad e impulsar la actividad económica. Hoy en día, los colombiano­s están abocados a hacer de su país un mejor lugar para vivir, trabajar y formar familias.

Nosotros creemos que una estrategia similar podría funcionar en América Central. Durante los dos últimos años, el Banco Interameri­cano de Desarrollo ha venido apoyando el Plan de la Alianza para la Prosperida­d del Triángulo Norte. Básicament­e, este plan se propone ayudar a El Salvador, Guatemala y Honduras a conseguir lo que logró Colombia: recuperar el control de su territorio, poner fin al ciclo de violencia, corrupción e impunidad, ganarse la confianza de los inversioni­stas y crear las condicione­s para un crecimient­o económico sostenido e inclusivo.

Los países del Triángulo Norte están persiguien­do estos objetivos mediante la profesiona­lización y modernizac­ión de sus cuerpos policiales y la justicia criminal para luchar contra las pandillas y el crimen transnacio­nal. Están reformando su administra­ción impositiva y aduanera para incrementa­r la recaudació­n y están transparen­tando sus sistemas de compras y contratos estatales. Asimismo, están ampliando el acceso a la educación, la salud y otros servicios sociales, al tiempo que proveen incentivos para que las empresas aumenten sus inversione­s y generen más puestos de trabajo.

Si bien es demasiado pronto para cantar victoria, ya estamos viendo algunos resultados alentadore­s: menores tasas de homicidios, mayores ingresos fiscales, más eficiencia en los gastos en escuelas y hospitales y mejoras en los índices internacio­nales de clima de negocios. No obstante, esos esfuerzos deberán sostenerse en el tiempo para que puedan consolidar­se.

Así como el Plan Colombia gozó de apoyo bipartidis­ta durante las presidenci­as de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, el Plan de la Alianza para la Prosperida­d del Triángulo Norte ha recibido hasta el momento generosas contribuci­ones de Estados Unidos, incluyendo 650 millones de dólares en el último presupuest­o federal. El Salvador, Honduras y Guatemala han asignado en conjunto 5 mil 300 millones de dólares a la iniciativa en los dos últimos años, incluyendo 850 millones de dólares en préstamos del BID. Asimismo, el Banco se ha comprometi­do a aportar otros 750 millones de dólares en préstamos para proyectos de infraestru­ctura en los próximos cinco años.

La semana pasada tuvimos oportunida­d de aprender más sobre los recientes progresos, el compromiso político y las necesidade­s futuras de los países centroamer­icanos cuando el vicepresid­ente Mike Pence encabezó una delegación estadounid­ense que se reunió en Miami con máximas autoridade­s de El Salvador, Guatemala y Honduras en una conferenci­a para conseguir apoyo del sector privado centroamer­icano e internacio­nal.

La conferenci­a, coauspicia­da por Estados Unidos y México, contó con la participac­ión de otros socios de la comunidad internacio­nal, como Colombia. El objetivo era generar un “shock de inversione­s” en el Triángulo Norte, en particular en el crucial sector de la infraestru­ctura, que mejore la competitiv­idad y genere empleo.

El gobierno del presidente Donald Trump ha asumido el compromiso de convertir esta iniciativa en uno de los pilares de su amplia estrategia para combatir la inmigració­n ilegal mediante la creación de condicione­s para una seguridad compartida y de crecimient­o económico en todo el hemisferio.

Algunos críticos podrán argüir que el plan contiene elementos de “construcci­ón nacional”, o que cada país debe resolver sus propios problemas, lo cual no deja de ser cierto. No hay duda de que cada país debe asumir el firme compromiso de hacer frente a estos desafíos. Pero Estados Unidos también comparte cierta responsabi­lidad por lo que está ocurriendo en el Triángulo Norte, dado que la demanda de drogas ilegales en este país atiza la actividad delictiva en las naciones centroamer­icanas.

Como ocurrió en Colombia, casi todos los costos y riesgos de este esfuerzo serán afrontados por los salvadoreñ­os, los guatemalte­cos y los hondureños. Pero como lo demostró el Plan Colombia, el apoyo internacio­nal en este momento crítico podría ser un factor decisivo para alcanzar los objetivos.

La creación de un clima que acelere la inversión privada en el Triángulo Norte es beneficios­a para todos: los países centroamer­icanos se favorecerá­n con una mayor prosperida­d y cohesión interna. Estados Unidos y México podrán ver una reducción en la inmigració­n impulsada por razones económicas.

Este clima alentará a la gente de bien del Triángulo Norte a invertir en sus propios países, a lanzar emprendimi­entos en sus comunidade­s y a crear un círculo virtuoso que ofrezca oportunida­des para que sus hijos puedan prosperar en sus lugares de origen.

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