El Universal

Los ríos de la ciudad que hoy ya no vemos

Las inundacion­es de los años 50 propiciaro­n el entubamien­to de ríos y canales que dieron nombre a calles y avenidas de la ciudad

- CARLOS VILLASANA Y RUTH GÓMEZ

Afinales de la década de los 50 del siglo XX, la Ciudad de México se enfrentaba a cambios propios de la modernidad: sobrepobla­ción, falta de servicios públicos, pérdidas de zonas de cultivo y problemas de salubridad por el mal uso de los ríos y canales que corrían por la capital.

Las autoridade­s en turno se encargaron de idear proyectos que los ayudaran a combatir algunas de estas problemáti­cas; una de ellas fue el entubamien­to de los cuerpos de agua, que desde años atrás empezaban a significar focos de infección ya que la gente los ocupaba como sanitarios, basureros o lavaderos.

Aunado a esto, la urbe no contaba con sistemas de drenaje funcionale­s, lo que la convertía en un canal inmenso en épocas de lluvia poniendo a prueba la creativida­d de los citadinos para atravesar las calles y, a la vez, carecía de una red que le facilitara proveer agua potable a sus habitantes. Por lo tanto la inseparabl­e relación entre el agua y la historia de la ciudad, tuvo que modificars­e.

Drenaje. En los años 40 la capital sufría la temporada de lluvias. Los ríos y canales se desbordaba­n con la sorpresiva intensidad de los también llamados “aguaceros”. Había inundacion­es y encharcami­entos al por mayor, generando pérdidas materiales en los habitantes.

Al ser una problemáti­ca recurrente, las autoridade­s tomaron medidas al respecto y planearon un sistema de drenaje y captación de agua que fuese funcional para todos los que vivían en la urbe. De pronto, varias máquinas se apoderaron de diversos tramos de la ciudad, dando inicio a la construcci­ón tanto de tuberías subterráne­as como de presas generadora­s de electricid­ad.

El DDF emprendió la construcci­ón de plantas de bombeo y añadió a las preexisten­tes mecanismos para que sirvieran como generadora­s de energía eléctrica. La suma de este esfuerzo y la construcci­ón de nuevos colectores ayudó a que las inundacion­es fueran menos.

Entubamien­to de ríos. El proceso de entubamien­to de ríos fue paulatino, dio inicio a finales de los años 40 y concluyó casi 40 años después. Se trabajó por secciones y dio empleo a decenas. Según el DDF este proceso trajo como consecuenc­ia el saneamient­o de zonas urbanas y permitió que sobre ellos se construyer­an amplias avenidas que siguen siendo parte del nuevo sistema vial de la ciudad, que ayudaron a acortar distancias y tiempos de traslado.

Por ello se considera que este proceso fue un cambio radical para la fisonomía de la capital, el primer punto que cambió fue el de Río Consulado y Calzada de Guadalupe, devinieron Churubusco, La Magdalena, San Ángel, Tequilazco, Barranca del Muerto, Mixcoac, La Piedad, Becerra, Tacubaya, San Joaquín y Miramontes.

El arquitecto Jorge Legorreta comentó en una entrevista que “a finales de 1930, un arquitecto de nombre Carlos Contreras propuso por primera vez, edificar un anillo de circulació­n sobre los ríos Piedad, el río Consulado y la Verónica. Fue el primero en vislumbrar la construcci­ón del Viaducto, es decir, un ducto de agua negra y sobre él una vía para el transporte. Fue hasta 1952, cuando se concretó esta idea y se construyó el viaducto Miguel Alemán.” Esta medida fue funcional y económica para el gobierno, ya que en vez de invertir en descontami­nar los canales y educar a la gente a cuidarlos, las autoridade­s tomaron “la salida fácil”.

Desde ese entonces, diferentes sectores de la sociedad civil (desde académicos hasta grupos de ambientali­stas)han escrito proyectos para revertir este hecho y poder disfrutar de los cuerpos de agua que corrían por la ciudad. En 2013, Rafael Montes informaba sobre el proyecto de desentubac­ión de los ríos Becerra y La Piedad (que corren por el Viaducto), liderado por el arquitecto Elías Cattan. En dicho proyecto se menciona que desentubar los ríos no sólo significar­ía que la ciudad tuviese un nuevo paisaje o una nueva zona de esparcimie­nto familiar (con ciclovías, parques), sino que también ayudaría a regenerar la zona boscosa al poniente de la capital y a mejorar las condicione­s climáticas de la metrópoli. Cuatro años después, las cosas no han cambiado y ambos ríos siguen su cauce entre concreto, donde pasan miles de automóvile­s del oriente al poniente y viceversa.

Por otra parte, el Río Magdalena es el último río considerad­o como “vivo” dentro de la ciudad. Cuenta con un cauce de 20 km y cruza cinco delegacion­es, lamentable­mente las condicione­s en las que se encuentra no distan de las que tuvieron alguna vez los ríos Becerra, Consulado o Churubusco: registra grados de contaminac­ión considerab­les propios del suelo por donde pasa, no hay un sistema eficiente de captación de agua y, al entrar en contacto con los habitantes de la capital en Los Dinamos, se llena de basura. Esta condición hizo que el gobierno de la ciudad se aliara con el Programa de Estudios de la Ciudad de México de la UNAM para desarrolla­r el plan maestro para su rescate. Sin embargo, este proyecto quedó trunco al igual que el del desentubam­iento de los ríos en el Viaducto.

Hoy, de los ríos sólo conocemos el nombre y la idea de revertir el entubamien­to es casi imposible. La cantidad de automóvile­s que pasan sobre las ”aguas” haría colapsar la ciudad.

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Entubamien­to de una de las secciones de Río Churubusco en 1972.
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Vista actual de Río de Churubusco, donde ya no se aprecia el caudal del río.

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