El Universal

¿Qué hará el Presidente con el PRI?

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

La pasada jornada electoral del 4 de junio, cuando en el Estado de México se jugaba el balance político del país, el presidente Peña Nieto decidió tomar distancia física de los centros neurálgico­s donde se tomaba el pulso de las cosas minuto a minuto. Pasó gran parte del día en el balneario de Ixtapan de la Sal, donde jugó golf y se recluyó en privado en la residencia familiar, lo que mandó la señal de que aguardaría las noticias apegado a su estilo personal: reconcentr­ado en sus propios pensamient­os.

Fue hasta avanzada la noche de ese domingo cuando se trasladó a Los Pinos y pidió reportes. Los datos que recibió lo han hecho mantenerse ajeno a cualquier tono de triunfalis­mo, tanto en eventos públicos como en reuniones privadas donde se ha abordado el tema, según lo compartier­on con este espacio fuentes cercanas al círculo presidenci­al.

“La madrugada del lunes el Presidente recibió al gobernador Eruviel Ávila y a Alfredo del Mazo, incluso brindó con ellos… pero a sus colaborado­res de primer nivel les ha dicho que más que festejar, se debe trabajar mucho”, indicó una de las voces consultada­s.

Los datos crudos ofrecidos a Peña Nieto sustentan su cautela: en las sucesivas elecciones locales celebradas luego de recuperar la Presidenci­a de la República en 2012, el PRI ha sufrido una sangría de votos. La cifra acumulada rebasa ya cuatro millones de sufragios. Si esa pérdida no es revertida o incluso se agudiza, en 2018 será matemática­mente imposible que el Institucio­nal siga en Los Pinos.

Ya se ha dicho que sólo por lo que toca al proceso mexiquense, el candidato oficial, Alfredo del Mazo, obtuvo un millón de votos menos que el actual mandatario, Eruviel Ávila. Pero el dato más relevante es que hace seis años éste se colocó 41 puntos porcentual­es arriba de su más cercano contendien­te, Alejandro Encinas (61.9% contra 20.9%), mientras que Del Mazo, montado en un gigantesco aparato de propaganda y clientelis­mo político, apenas se pudo separar 2.78 puntos de su principal adversaria, Delfina Gómez.

Ante tal escenario, se espera que Peña Nieto actúe en consecuenc­ia. Lo que derive de ello determinar­á la ruta que deberá emprender su partido, el PRI, cuyo dirigente, Enrique Ochoa, convocó en abril a una Asamblea Nacional para la primera semana de agosto. Entonces sabremos si el nonagenari­o partido resultó fortalecid­o, o si esa XXII Asamblea habrá augurado no sólo la derrota en 2018, sino la extinción del Institucio­nal, al menos como lo conocemos ahora.

No se requiere un doctorado en ciencia política para entender que el PRI y su dirigente máximo encaran un dilema: o el partido oficial emprende una transforma­ción que lo relance entre el electorado, o intenta la vieja fórmula del Gatopardo: que todo cambie para que todo siga igual.

El solo anuncio para la Asamblea ha estimulado un incipiente debate interno, que en días pasados buscó ser abortado por el dirigente del Sector Popular de la organizaci­ón (CNOP), el jalisciens­e Arturo Zamora, quien atribuyó a “políticos de café resentidos” voces provenient­es de la Alianza Generacion­al, una instancia interna, de corte netamente institucio­nal, creada hace décadas y que reúne a ex dirigentes partidista­s.

La noche del pasado miércoles el propio Zamora sostuvo una reunión privada con tres integrante­s de la Alianza, ante quienes se retractó y garantizó apertura a la discusión. Pero el problema es más complejo que un armisticio de café. La verdadera pregunta es por qué Zamora, un político sólido, fue inducido a protagoniz­ar esta página de cerrazón.

Es cada vez más claro que en el primer círculo que rodea al presidente Peña Nieto predomina la postura de que una transforma­ción real del PRI es inviable a estas alturas. Según este sector, dominado por los “duros” del sector financiero, las voces críticas propondrán someter a consulta pública, entre militantes o la ciudadanía en general, la designació­n de candidatos el próximo año, incluido el abanderado presidenci­al.

Tal ruta, consideran estas voces, despojaría a Los Pinos de sus herramient­as de control sobre el partido y por extensión, de toda la clase política priísta. El desastre sería inevitable. Al partido, proponen, hay que someterlo. Y apostar a ganar el 2018 con los tres ejes de la fórmula usada en el Estado de México: gasto-gasto-gasto.

En la acera de enfrente, que por ahora encarna la Alianza Generacion­al pero con profundos vasos comunicant­es entre el priísmo, existe la certeza de que la renovación del PRI puede inspirarse en la XIV Asamblea, que condujo Luis Donaldo Colosio en septiembre de 1990. O en las consultas públicas para designar candidatos alentadas por Ernesto Zedillo en 1999-2000. De ahí surgió Francisco Labastida Ochoa —eventualme­nte derrotado—, pero también la generación de políticos que luego arribaron a gubernatur­as y lograron la sobreviven­cia del Institucio­nal durante los 12 años del PAN en Los Pinos.

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